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Al bate y sin guanteZoé Valdés

A Don Alfonso Ussía, un ser español

No sólo fue amable conmigo, fue un gran señor, un caballero que salió en mi defensa cuando otros me atacaron y me expulsaron de sus páginas. Él había sido también un expulsado, un censurado, un atacado, un inmenso ser humano en toda su entereza y verdad, rescatado su pensamiento y su elegancia por este periódico

De la pluma de Alfonso Ussía brotaba el arte,

cabalgaba el ingenio, chispeaba la ironía,

con verbo elegante y agudeza de parte,

hacía de la sátira su mejor compañía.

De linaje ilustre y espíritu mordaz,

defensor de un tiempo, cronista de su era,

su palabra es lanza, su humor es capaz

de desnudar verdades que el mundo no espera.

Poeta del conocimiento, caballero del soneto,

sus columnas relucen con luz de candelero,

entre bastidores del verso discreto

retrata a la España del alma y del sendero.

Maestro del retruécano, espadachín con la crítica,

su nombre resplandece en páginas doradas;

hoy celebramos su vida rica y prolífica,

y aplaudimos sus letras, profundas, admiradas.

Don Alfonso, humorista de estirpe y corazón,

su legado perdura, su ingenio no cesa;

sigue vivo en la risa y en la reflexión,

honor y poesía para su noble mesa

de gran escritor, de gran español.

No he medido nada, porque lo que se siente tan hondo tarda en medirse, en madurar, en asentarse. Me ha dolido una enormidad su partida, de ahí que no sepa qué brindarle como prueba de amor y, quizás, consolarme, aunque negada a su último respiro, y hacerlo en tono solemne de homenaje y agradecimiento.

No sólo fue amable conmigo, fue un gran señor, un caballero que salió en mi defensa cuando otros me atacaron y me expulsaron de sus páginas. Él había sido también un expulsado, un censurado, un atacado, un inmenso ser humano en toda su entereza y verdad, rescatado su pensamiento y su elegancia por este periódico. Nada podía arrebatarnos el insigne verbo.

No sé si esto es una oda o lo que sea. Nunca he escrito odas. Odio las odas. Pero hoy me ha salido una que no sé si lo sea, aunque creo que haría sonreír a Don Alfonso Ussía, que seguramente la leería de soslayo, y comentaría: «Mira a esta cubana, nacida en la antipoesía del castrocomunismo, cuando ya no queda ni un mísero verso, ni siquiera los de «Guillén el Malo» –citando a Pablo Neruda, también malo- dedicándome odas, cuando no sabe ni lo que es una cosa de esas griegas, sin saber pulsar el aulós y la lira, creyéndose Píndaro, habiéndolo leído malamente; miren esto que ni siquiera llega a odisea horaciana.» Y, llevaría razón.

Cada día entraba en El Debate, como antes entraba en ABC, y en otros periódicos, buscándole el paso, sopesándole el ritmo, arrimándome a su escritura como quien busca cobijo, y qué afortunada me sentía al leerlo. Don Alfonso Ussía, maestro de muchos, también yo lo elegí para que cada día me rescatara, me sumara a su camino, me hiciera un lado en su senda, soy adepta de su sabiduría, de elegante pensador, de soberbio escritor, de español como nadie.

Y. Ya que estamos, y que intento imitarlo en el amor y la ironía, maestro de maestros, me atreveré con un soneto, sólo para hacerle cosquillas y que se parta de la carcajada, allí donde esté, en el cielo tissú –que cantaba mi abuela:

Oh pluma insigne, verbo luminoso,
que en las letras forjaste tu destino,
al son del ingenio noble y generoso,
honraste el arte fino y cristalino.

Maestro fiel de humor tan prodigioso,
que hizo del verso juego y buen camino;
español cabal, espíritu dichoso,
cautivaste la risa y el latino.

Hoy tu memoria vive en la palabra,
en el refugio cálido del verso;
la elegancia en tu estampa se consagra,

y aunque tu viaje parta al universo,
queda tu obra, que siempre nos alumbra,
como un faro inmortal, sabio y diverso.

Sin embargo, no terminaré sin antes dedicarle un haikú, con la intención, desde luego, de hacerle reír todavía más. Igual comenta usted: «Pero qué atrevida esta habanerita de La Habana Vieja, ahora metiéndose a soltarme un haikú, o un hayqué, de los que ya no me esperaba a estas alturas».
Último refugio,
risas laten en versos,
luz que nunca cesa.

O, tal vez, todavía más intrépida, intente lo que en medio de la tristeza pudiera intentar sin lograrlo… Escribir de Don Alfonso Ussía con el sabor de Don Alfonso Ussía:

¿Y cómo no tentar a la pluma, si el personaje lo exige? Porque Don Alfonso Ussía, epítome de la agudeza y caballero de la ironía fina, no es hombre que se deje encasillar en la rutina ni en el elogio fácil. Su verbo, enérgico y punzante, se desliza entre las sílabas como la copa de buen vino por la sobremesa madrileña, animando tertulias y provocando carcajadas discretas –y alguna que otra mueca de escándalo– entre los lectores que lo siguen con fervor y cierta complicidad.

Maestro en el arte de la sátira, Don Alfonso hace del ingenio su estandarte y del sentido común su escudo. Sus columnas, auténticas estampas versátiles, desvelan verdades con esa chispa castiza que mezcla la ternura con el desparpajo. Y así, entre guiños cultos y latigazos humorísticos, nos recuerda que la elegancia reside en la palabra justa y el humor, en el corazón noble. Si acaso me atrevo a emularle, que sea para celebrar su legado: un homenaje sincero, pero salpicado de esa travesura que él tan bien domina, porque de Ussía, como de la buena vida, nunca hay exceso ni hastío.

Y ya está, maestro, que lo quiero mucho, lo leo más.
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