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Al bate y sin guanteZoé Valdés

Las UMAP en Cuba

El capítulo de las UMAP no cerró en 1968, se extendió más tarde a toda la isla. Cuba, hoy hundida en todo el horror inimaginable, es enteramente un inmenso campo de concentración. El espanto se volvió normalidad

Las UMAP, Unidades Militares de Ayuda a la Producción, campos de trabajo forzado, campos de concentración, instaurados en Cuba entre 1965 y 1968 bajo el Gobierno de Fidel Castro, oficialmente presentadas como una alternativa a la prestación del servicio militar, en la práctica las UMAP funcionaron como centros de reclusión y castigo para miles de ciudadanos considerados «indeseables» por el régimen.

El cineasta Lilo Vilaplana entrevistó a varias víctimas de las UMAP con la intención de sensibilizar a un público antes del rodaje de una película, producida gracias a la iniciativa del exilio mediante plataformas de recaudación. Verán aquí testimonios de las víctimas de las UMAP: https://www.youtube.com/watch?v=CVRIWrJp9ho&t=1026s

El capítulo de las UMAP no cerró en 1968, se extendió más tarde a toda la isla. Cuba, hoy hundida en todo el horror inimaginable, es enteramente un inmenso campo de concentración. El espanto se volvió normalidad.

La historia de las UMAP ha sido minimizada por las autoridades durante décadas, lo que ha dificultado la comprensión de su magnitud y consecuencias. Muchas familias quedaron marcadas por la separación, el miedo y el sufrimiento infligido a los detenidos, que incluían desde religiosos, artistas, homosexuales y personas con ideas consideradas contrarias al sistema. Como en todo proceso social comunista la transición de un horror significativo en una comunidad hacia un horror mayor diseminado en toda la sociedad resulta casi imposible de entender.

Escribí hace tiempo el testimonio de un amigo apresado en las UMAP:

"Acababa de regresar de Londres, donde había tenido un cierto éxito con una de sus obras; al volver al teatro en La Habana le hicieron un mitin de repudio: por contrarrevolucionario y maricón.

Herminio llegó asustado a su casa en Nuevo Vedado. Bebió agua, sediento, se dirigió al cuarto, buscó un libro, leer, le proporcionaba calma.

Golpearon a la puerta.

-Herminio Trípoli, acompáñenos –ordenó el militar.

-¿A dónde? –Temblaba.

–Está detenido, ¿no se ha enterado todavía?

–¿Por qué? ¡No hice nada!

El policía leyó una orden escrita a mano:

–Por escribir porquerías.

-¿Qué porquerías? Por favor, acabo de volver de Londres, allí fui reconocido por la prensa. Hablé bien de la Revolución.

–No nos consta –respondió seco el agente. Hizo un gesto a un soldado que lo acompañaba. El joven esposó al dramaturgo. Fue empujado al interior del jeep, viajó en la parte trasera entre unos sacos de yute con cemento.

Alrededor de las tres de la madrugada llegaron a la granja. En el albergue los reos intentaban dormir acosados por los mosquitos, las cucarachas y las ratas.

El jefe ordenó al dramaturgo que descendiera del vehículo. Observó a su alrededor: dos albergues en medio de un vivac militar cercado por alambradas de púas.

–Irás al albergue de los patos contrarrevolucionarios. Recibirás tu merecido.

No ignoraba que llamaban ´patos´ en forma despectiva a los pervertidos.

Conducido al albergue en peor estado, observó a un joven en el suelo cubierto de vómito. El militar lo empujó conminándolo a que siguiera su camino. Le señaló la parte de arriba de una litera. Dormiría en el yute pelado. Aceptó una toalla raída, el uniforme de preso común, un jabón Batey.

–A las 5 darán el de pie, formarás filas en la entrada del campamento junto al resto de detenidos. Se te encomendará tu tarea.

–Esto es un uniforme de preso común.

–Es lo que eres.

-No, no he sido juzgado… No soy culpable de nada.

–O lo vistes o, lo vistes –pronunció el otro sin alternativa. Sonrió socarrón.

No durmió. En lo que se instalaba dieron el grito del de pie: ¡De pieeeeeeee! Siguió al resto de presos hacia la formación militar.

El jefe vociferó las tareas. Le tocó el deshierbe. Estuvo todo el día doblado bajo el sol, desyerbando surcos. Sus manos sangraban, no le habían dado guantes; estaba baldado del dolor en la cintura.

Había llegado la hora en la que finalizaba, pero un guardia se le acercó, anunció que había sido elegido para otra tarea.

–¡A la piscina! –ordenó el guardia.

Cabizbajos se dirigieron a la carreta.

Apiñados, Herminio preguntó en voz baja:

–¿Qué es eso de la piscina?

–Un castigo –musitó su vecino.

No advirtió ninguna piscina por todo aquello. En el descampado atisbó un hueco amplio rebosado de un fango pastoso y maloliente.

Dieron la orden de que se desvistieran. En cueros fueron alineados frente al lodo cuajado de insectos y animales muertos.

El jefe recuperó la bocina de manos de un subalterno:

–Ya ustedes conocen el ritual… A una orden mía nadarán de un lado a otro de la piscina, el que quede rezagado recibirá el debido trato. Quien no sepa nadar, aprenderá. ¿Preparados? ¿Listos? ¡Al fango, patos! –soltó una carcajada estruendosa.

Herminio emuló con los demás al comprobar que un pelotón de soldados les apuntaba con sus armas. Nadó lo que sus fuerzas le permitieron mientras flotaba en aquel cenagal que le parecía cada vez más denso a cada brazada.

Apenas veía, los ojos chorreaban barro. Alcanzó a oír chapoteos seguidos de lamentos, después unos disparos. Entendió lo que sucedía:

-¡Nada, negro, nada! ¡¿No sabes nadar, negro mariquita?! ¡Nada, pato, nada! –voceaba cruel el capitán desde el borde de la ‘piscina’.

El joven chapaleaba, se ahogaba; no quería ser menos que el resto, mucho menos ametrallado en las piernas.

-¡Disparen! ¡Fuego! –cesó el chapoteo.

Tenía que nadar si quería conservar las piernas; las ráfagas salpicaban continuadas, rozándolas… Algunos quedaron sin pies. El negro quedó sin vida…"

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