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28 de abril de 2024

Cartas al director

Curiosidad infantil

Recientemente, un inteligente crío de nueve años le preguntaba a su padre: «¿Qué diferencias hay entre una democracia, una república, y una dictadura?»
Este, acostumbrado a que su hijo le haga preguntas poco adecuadas a su edad, comenzó a responderle para satisfacer su curiosidad y aclararle conceptos.
El presente artículo, basado en un hecho real, tiene por objeto invitar a los lectores a tomar consciencia de la urgente necesidad que tenemos de recuperar algo que es natural en el ser humano: la capacidad de pensar para encontrar respuestas a los interrogantes y situaciones que se nos plantean a lo largo de nuestra existencia. Sin embargo, la clase dirigente, con la colaboración necesaria de la clase política, se empeña en presentar a los ciudadanos díscolos: aquellos que tienen la mala costumbre de reflexionar y discernir, como elementos extraños a los que se debe controlar y reeducar, hasta conseguir que dejen de ser un peligro para el sistema, siendo necesario, convertirlos en seres débiles, dóciles, mansos, obedientes y disciplinados.
Es decir: un rebaño que sea fácil de pastorear, con el fin de destruir unas democracias, casi plenas, transformándolas en dictaduras encubiertas, cuando no en repúblicas bananeras. Esto está sucediendo, con mayor o menor intensidad, en el, todavía, llamado mundo libre. Por ello, no debería pensar el lector que la situación se circunscribe a pequeñas islas caribeñas, consolidadas tiranías como Corea del Norte y Arabia Saudí, o países de América Latina (a la que algunos empiezan a llamar, me entristece reseñarlo, América Letrina).
Para perpetrar el asalto a las mentes, es imprescindible diseñar e introducir, desde la enseñanza primaria, determinadas hojas de ruta, enmascaradas dentro de los planes de instrucción del alumnado. Cuanto antes se comience a adoctrinarlos, para inculcarles ciertas ideas y creencias, mejor será el resultado. El adoctrinamiento busca anular el pensamiento crítico de las personas y que estas repitan, sin solución de continuidad, determinados mantras, aceptando como verdadera la (des)información que se les suministra.
«Cuando las barbas de tu vecino veas arder, pon las tuyas a remojo».
«A buen entendedor, pocas palabras bastan».
Este artículo no hubiera sido posible sin la involuntaria colaboración de mi nieto Enzo, un crío con una innata curiosidad y hambre de conocimiento, quien, de forma constante, hace preguntas a su padre: mi hijo Manolo.

Manuel Clavijo (Lolín)

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