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25 de abril de 2024

Editorial

Sánchez, el fuego y el cambio climático

Es intolerable que un Gobierno «ecologista» vea arder media España y se limite a echarle la culpa al calentamiento global, mientras aumenta la fiscalidad «verde» con excusas de todo tipo

Actualizada 07:58

Más de 80.000 hectáreas han ardido ya en España en lo que va de año, el peor en una década, pero también el más previsible: las elevadas temperaturas, la prolongada sequía y el abandono del medio rural presagiaban una hecatombe que, sin embargo, no fue atendida.
No todas las competencias son del Gobierno Central y, en ese sentido, el resto de administraciones autonómicas también tienen una responsabilidad evidente. Pero el liderazgo institucional y legislativo si le compete a Pedro Sánchez, que una vez más ha quedado expuesto a sus lagunas, errores y severas limitaciones.
Porque no tiene sentido presumir de «Gobierno ecologista» y, a la vez, asistir paralizado al drama que está destrozando el patrimonio natural en Extremadura, Cataluña, Castilla y León o Andalucía, entre tantos otros rincones de una España asolada por el fuego.
Y tiene el mismo poco rigor que, cuando la catástrofe ya es evidente, el presidente se limite a echarle la culpa al «cambio climático», que es una forma de exonerarse a sí mismo y, de algún modo, de señalar también a la propia sociedad, cuyos supuestos hábitos acelerarían el fenómeno y sus consecuencias.
En 2006 se quemó solo en Galicia la misma superficie forestal que ha ardido hasta el momento en toda España en este terrible 2022, y a nadie se le ocurrió cargarle el muerto al aumento de las temperaturas: el calentamiento existe, sin duda, y sus efectos son perniciosos, por supuesto; pero para que esa cerilla prenda y lo devaste todo ha de haber un escenario de abandono y errores que extiendan el fuego.

Si al Gobierno «social» le retratan las peores cifras de pobreza en décadas y al «feminista»la salida de dos mujeres con problemas de salud,; al «ecologista» le define la triste imagen de media España ardiendo

Y es precisamente ahí donde no se ha trabajado o se ha trabajado mal: el desprecio al mundo rural, que no fue ni recibido en Madrid cuando se manifestó este invierno de manera masiva frente al Ministerio de Agricultura, resume el antagonismo entre los discursos del Gobierno y sus decisiones.
Porque habla de una «España vaciada» pero luego ignora o desprecia a ganaderos, agricultores o cazadores. O legisla con un afán proteccionista y urbanita que prescinde de la colaboración de quienes viven el campo, lo conocen y lo han custodiado durante siglos: que en España se proteja más al lobo que al hombre o que se impida incluso recoger una humilde piña del suelo genera el polvorín que luego estalla al rozarse con el calor, las negligencias o los pirómanos.
El cambio climático no puede ser la excusa para autoindultarse, como tampoco para elevar la fiscalidad verde en los recibos: lo uno provoca incendios pavorosos y lo otro no nos hace menos dependientes del gas ruso. Y ambas poses reflejan ese tipo de política retórica y perversa que antepone la creación de una imagen propia supuestamente progresista a la atención rigurosa de los problemas y riesgos objetivos.
Si al Gobierno «social» le retratan las peores cifras de pobreza en décadas y al «feminista» la salida de dos mujeres con problemas de salud, Adriana Lastra y Dolores Delgado; al «ecologista» le define la triste imagen de media España ardiendo con un presidente que, mientras, solo sabe mirar a la capa de ozono para que todo parezca un accidente. Y no lo es.
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