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05 de mayo de 2024

Editorial

España en peligro

Que PP y Vox recuerden con exigencia y prontitud lo que la inmensa mayoría de los españoles piensan hoy angustiosamente: que la patria, por culpa de un felón llamado Sánchez, está seriamente en peligro

Actualizada 01:30

España, como tantos otros países, ha tenido gobernantes malos, buenos y regulares. Se podría establecer una lista detallada de unos y otros para comprender adecuadamente, y en lo posible estabilizar, la historia del país. Pero en esa clasificación, como tantas otras sometida siempre a opiniones y calificativos diversos, solo podríamos encontrar un confesado felón. Se llama Pedro Sánchez. Y es actualmente el presidente del Gobierno del país, por inaudito que parezca. Tiene como finalidad proceder a la destrucción de España siguiendo las órdenes que le dictan sus socios de gobierno, todos ellos nacionalistas de variada laña y en su mayoría perseguidos actuales o pasados de la justicia: los golpistas Junqueras y Puigdemont, el terrorista Otegui y los habituados a recoger los frutos del árbol que agitaban los de ETA, hoy conocidos como Urkullu y compañía peneuvista. En conjunto, representan el 5,7 por ciento del voto emitido en las elecciones generales del 23 de julio de 2023.
En cumplimiento de las órdenes que reciba de esa minoría, y como acabamos de comprobar de nuevo, Sánchez, está ampliamente dispuesto, con tal de mantener su sillón presidencial, a facilitar el estallido del país en varias entidades independientes. Felonía que según todas las encuestas es rotundamente rechazada por la mayoría de los ciudadanos españoles. Felonía a la que sin contemplaciones debe hacer frente la oposición política de la derecha democrática. Y es ésta la hora en que sus dirigentes deben afrontar con claridad y sus dudas la profunda gravedad del momento: el tiempo que dure Sánchez en la Moncloa será tiempo que los separatistas ganen para redondear su proceso de aniquilación.
Y en esa tesitura el PP debería profundizar en una misión esencial: presentar con lucidez y determinación cuál es su proyecto de España, cuáles son las medidas que sin contemplaciones adoptará para preservar la unidad y la integridad del país cuando ocupe la responsabilidad del poder, cuáles son sus programas sectoriales y las personas que los desarrollarían, cuál es, en fin, el camino a proseguir para recuperar la España del 78, la totalidad de su Constitución y las capacidades de futuro en la vida doméstica de los españoles y en su proyección internacional. Con la última finalidad de evitar lo que los separatistas, con el apoyo de Sánchez, persiguen: convertir a España en una nueva Yugoslavia.
Las declaraciones de los dirigentes del PP indican lo evidente: el partido está en contra de las felonías y torpezas del Gobierno que Sánchez preside. Pero no debe limitarse a ser, como en otros anteriores momentos, el partido del «no», la formación que manifiesta simplemente su desagrado con lo que ocurre. Debe actuar de manera propositiva y creadora, ofreciendo vías alternativas e indicando caminos de superación y supervivencia a seguir en su futura, y esperemos que próxima, responsabilidad gubernamental.
El PP, además, debe evitar lo que en algunos momentos del pasado ha caracterizado su propuesta y su actuación: la de aparecer sólo como un partido ocasional, como si de un bombero se tratara, dedicado en lo fundamental a corregir y apagar los errores cometidos por los responsables del sanchismo en el poder. Siempre muchos, por cierto, como ahora estamos contemplando, pero insuficientes para determinar la presentación de una opción política precisa, comunicativa, permanente y decidida a conformar de manera viable las opciones de libertad, dignidad y prosperidad de todos los ciudadanos de la patria hispana.
Y por supuesto todo ello debe incluir, y en el recorrido es necesario también tenerlo en cuenta, a Vox, actualmente el tercer partido por orden de dimensión en el plano nacional. Es clara la necesidad de que ambas formaciones construyan un espacio coordinado de acción común, sin el cual la mayoría de contribución electoral que poseen no puede convertirse en mayoría parlamentaria suficiente para alcanzar lo imprescindible: la salvación de España. Éste sería el momento que, aún con las comprensibles divergencias programáticas, ambos partidos alcanzaran dimensiones tácticas y estratégicas comunes que evitaran innecesarios rifirrafes de ocasión, recordaran el carácter constitucional de ambas formaciones y procuraran en el futuro próximo conformar lo que España urgentemente necesita: una mayoría gubernamental de civilización, democracia y unidad. Por eso, cuando los sanchistas acusan y sitúan al PP en la «posesión de la ultraderecha de Vox», la respuesta debe ser clara y evidente: ¿cómo cabe que la mayoría «progresista» que alberga terroristas convictos y confesos en sus filas ose dudar de la calidad democrática de formaciones que tienen como referencia personal y política ineludible el respeto constitucional? Y que ambos recuerden con exigencia y prontitud lo que la inmensa mayoría de los españoles piensan hoy angustiosamente: que la patria, por culpa de un felón llamado Sánchez, está seriamente en peligro.
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