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04 de mayo de 2024

Editorial

Sánchez atenta contra la pluralidad periodística

El intento del PSOE de vetar medios y periodistas es un ataque directo a las bases de la democracia que El Debate no va a tolerar

Actualizada 01:30

El PSOE ha dado un paso más en su deriva hacia el totalitarismo exigiendo el destierro de todos los medios de comunicación y periodistas que, a su entender, le hagan preguntas incómodas en el Congreso.
Los límites de derecho a informar ya están suficientemente regulados en la propia Constitución, y el Código Penal prevé de manera inequívoca las sanciones, administrativas o penales, al abuso cometido en nombre de una facultad delegado por los ciudadanos, que son quienes tienen derecho a recibir y transmitir información.
Cualquier otra norma atenta contra esa característica genuina de un régimen democrático y obedece a la oscura aspiración a imponer un régimen de monocultivo ideológico sin ninguna disidencia social, política o mediática.
Que el responsable de Comunicación del PSOE, el sectario y aficionado Ion Antolín, tramite esa exigencia en público refleja el deterioro del propio Pedro Sánchez a la hora de admitir y respetar la pluralidad ideológica de una democracia, caracterizada antes de nada por la existencia de una disidencia legítima.
Y que además utilice el veto como recurso represivo para no dar explicaciones sobre nada, es directamente indecente. Porque Sánchez se ha acostumbrado, por desgracia, a solventar cualquier asunto público apelando a las supuestas intenciones que tiene quienes le interrogan por él, en lugar de dar detalladas explicaciones al respecto, como cabe esperar de cualquier dirigente sometido a las reglas de un sistema democrático que regula la rendición de cuentas de manera puntillosa.
El mero intento de desterrar a medios de comunicación es, en sí mismo, un ataque a los pilares del Estado de derecho que tiene en Sánchez y su Gobierno un sonrojante promotor de manera ya casi obscena: financia con publicidad institucional la lealtad, persigue o silencia la crítica y fabrica una legislación represiva y adaptada a esa cosmovisión autoritaria.
Porque, junto al desprecio en el Congreso a las preguntas incómodas, se sirve de la necesaria lucha contra los bulos interesados para justificar a duras penas una normativa oficial, recogida en la estrategia nacional contra la desinformación, que intenta naturalizar el infame derecho al veto.
Decía Jefferson que es mejor una prensa sin Gobierno que un Gobierno sin prensa, en una clara apelación al carácter definitorio que tiene la transmisión libre de información y pensamiento en una democracia de verdad. Pero no es ése el modelo que le gusta a Sánchez, mucho más cómodo en el panegírico, la entrevista amable y el monólogo. Tres géneros alejados de la esencia del periodismo que El Debate jamás encarnará, convencidos de que, con errores y aciertos, como toda obra humana, encarnamos a una España plural que no puede quedarse sin voz ni sentir que no hay espacio para la alternativa democrática.
Sánchez ha demostrado ser un peligro público para los pilares de la España constitucional y, en ese sentido, necesita con urgencia que no haya testigos de sus tropelías. Pero ese deseo choca con la riqueza intelectual, política y social de un país que no admite imposiciones y no renuncia a su variedad. Esa España de la que este periódico se siente representante y no renuncia a defender y ejercer sus derechos.
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