El lodazal de Sánchez
Bloqueado en el Congreso y noqueado por la corrupción en su entorno político y personal, el líder del PSOE no puede seguir atrincherado en Moncloa
El PSOE pagaba en metálico, en sobres con su membrete, desde la sede del partido y con un dinero de origen desconocido, a al menos José Luis Ábalos y Koldo García, sin un soporte justificativo suficiente. Por mucho que se empeñe ahora en difundir un supuesto control del Tribunal de Cuentas y una similitud entre la contabilidad interna y las salidas de caja con un destino razonable, los gastos de representación de los destinatarios no están justificados.
Ni aun creyendo toda la secuencia tiene un pase: fue el propio Sánchez quien reguló los topes de las operaciones en efectivo hasta los 1.000 euros, en nombre de acabar con un fraude que, a lo que se ve, no se aplicaba a sí mismo: ninguna excusa puede blanquear el cinismo entre lo que se predica para los demás y lo que hace uno mismo, presente también en otros escenarios tan indecentes como la prostitución, de la que el propio presidente del Gobierno se benefició por la vía interpuesta de su esposa.
Pero es que, además, es difícil de creer que todo se limitara a abonar cantidades incompatibles con la ley vigente a un dirigente concreto, desde una «Caja B» cuyas existencias el PSOE no ha sido capaz de explicar. Y no lo es porque los sucesivos informes de la UCO registran conversaciones entre dirigentes socialistas en las que hablan de cantidades abrumadoras, comisiones inmensas, adjudicaciones de contratos públicos amañadas y, en fin, sospechas, indicios y pruebas fundadas de una ingeniería financiera corrupta.
En ella aparecen, además, todos los nombres clave de Pedro Sánchez, sus máximos colaboradores para acceder al poder en el PSOE y, a continuación, en el propio Gobierno: su carrera no se entiende sin la tutela y la ayuda de Koldo García, José Luis Ábalos y Santos Cerdán, a quienes además promocionó y mantuvo hasta que sus presuntos delitos podían afectarle personalmente a él mismo.
Parece razonable preguntarse, pues, si todo el poder concedido a estos procesados les sirvió a ellos para enriquecerse, pero también, para financiar la escalada de Sánchez, que ya no puede apelar a las casualidades para justificarse a duras penas: si todas las tramas corruptas le tienen a él en la cúspide como colaborador necesario, por acción u omisión, para que prosperaran; todos los posibles beneficiarios de las mismas a título personal tuvieron su protección. En el partido, en el Gobierno y, desde luego, en su propia familia.
Lo cierto es que Ábalos y Koldo están en los juzgados, Cerdán en la cárcel y la organización en su conjunto bajo la lupa, con incontables operaciones ya documentadas demostrativas de que unos y otros lograron o indujeron obra pública, licencias administrativas, rescates o compras masivas.
No se puede escapar Sánchez de dar explicaciones, si acaso las tiene. Y no se pueden vincular las consecuencias políticas a las conclusiones judiciales, como sabe Sánchez mejor que nadie: él mismo justificó su moción de censura en 2018 a la supuesta falta de probidad de Mariano Rajoy, que nunca fue investigado y mucho menos condenado en ninguno de los sumarios relativos al PP.
Al infumable bloqueo del Gobierno, cuya existencia se debió a una mayoría parlamentaria sustentada en el chantaje que hoy además se ha diluido, se le añade un hedor a corrupción insoportable, que afecta al núcleo político y personal más íntimo del líder socialista y le obliga, sin duda, a devolverle la decisión a los ciudadanos.
Es intolerable que, con ese paisaje moral y político desértico, se atrinchere en La Moncloa, pertrechado con el BOE y dispuesto a combatir con él al mismísimo Estado de derecho. Sánchez es una vergüenza democrática, indigna de un país europeo e incompatible con la dignidad que merecen los españoles.