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05 de mayo de 2024

En primera líneaGonzalo Cabello de los Cobos Narváez

Sobre el posible fin de las herencias

Los envidiosos quieren que no tengamos herencia y disfrazan de moralidad su gran fiasco vital. Tratan de trasladar su culpa a la sociedad, no solo para que la comparta con ellos, sino para que se rebaje a su condición y pague por sus frustraciones

Actualizada 01:30

Si hay algo que creemos tener asegurado en esta vida es el legado de nuestros padres. Puede ser mucho o puede ser poco, pero es algo con el que, en principio, contamos todos. Se trata de una tradición milenaria contemplada por los principales ordenamientos jurídicos de la historia y, por tanto, ni nos planteamos que exista una opción que haga peligrar esa herencia, ¿verdad?
Sin embargo, algo está cambiando. ¿No se han dado cuenta? Si agudizan sus sentidos comprobarán como un nuevo peligro se cierne lentamente sobre nosotros. Por ahora, lo hace en forma de bruma clara, una especie de calima algo molesta que no deja ver con claridad el horizonte, pero muy pronto comprenderán que esa canícula se convertirá más pronto que tarde en una niebla densa y heladora que, si lo permitimos, nos arrastrará con ella.
Como ya he mencionado en artículos anteriores, seríamos unos necios si no nos tomáramos a este Gobierno en serio. Basta echar un vistazo a la legislación de estos últimos años para darnos cuenta de que el ejecutivo socialcomunista de Pedro Sánchez tiene un plan a largo plazo para nosotros que abarca todos los ámbitos imaginables: económico, político, moral, social, familiar, religioso, cultural, educacional, etc.
Y de todos esos ámbitos, la familia tradicional es uno de sus grandes objetivos. Quieren acabar con ella cueste lo que cueste porque saben que es el pilar fundamental sobre el que descansan los valores que a ellos les repugnan y les hacen perder votos. Saben que la familia es una institución del ámbito privado en la que, por ahora, tienen prohibido entrar. Pero, como digo, tienen un plan.
¿Qué hay más familiar que el legado? Bienes materiales e inmateriales que pasan de una generación a otra y que se atesoran como reliquias a lo largo del tiempo. Porque cuando alguien hereda una casa no está heredando solo una cosa, está heredando también unas ideas y unos valores. Unos padres que legan a sus hijos su casa, sus álbumes de foto, sus cuadros, su colección de sellos o sus joyas lo hace con el propósito de tratar de mejorar las vidas de sus seres queridos y, de paso, preservar su memoria viva. El legado de los padres es, en definitiva, el pegamento sagrado que une a la familia a través del tiempo y que, hasta ahora, nadie ponía en duda. Hasta ahora.
Los voceros teledirigidos de la izquierda utilizan sobre todo dos argumentos contra el legado. El primero es el que dice que las herencias suponen el principal foco de desigualdad económica de nuestra sociedad y que, por tanto, hay que erradicarlas; y el segundo es el que hace mención a la injusticia que supone que una persona que nace rica pueda vivir toda su vida sin trabajar, mientras que otros con menos suerte se tienen que partir el lomo para conseguir llegar a fin de mes.
Ilustracion herencia vivienda

Lu Tolstova

Lo que a sabiendas no mencionan estos rencorosos es que esas herencias (que, en realidad, anhelan desesperadamente) ya han pagado impuestos en el pasado y seguirán pagándolos en el futuro de forma proporcional a su tamaño. Unos tributos que, entre otras cosas, sirven para paliar esas desigualdades con las que tanto se les llena la boca.
Por otro lado, tampoco cuentan que la riqueza cambia constantemente de manos. Los ricos de hace cien años no tienen nada que ver con los ricos de ahora. Son otras personas totalmente distintas porque, como ustedes bien saben, el dinero no entiende de apellidos. Si los gestionas mal, simplemente se esfuma.
Pero claro, estamos en España. Y este país nuestro tiene una enfermedad incurable e histórica llamada envidia que no responde a razones ni argumentos. El éxito aquí se paga muy caro.
La lucha de clases ha vuelto, pero de manera distinta. Si antes eran los más pobres los que se quejaban con razón de que no tenían ninguna posibilidad frente a las clases pudientes, ahora son los envidiosos los que se lamentan de que otros hayan trabajado más que ellos y hayan triunfado donde ellos fracasaron. Porque hoy en día todo se basa en eso, en el trabajo. No es que haya una aristocracia que legisle para evitar que los siervos puedan avanzar y crecer arrebatándoles parte del pastel. Eso simplemente ya no sucede. Ahora todo se basa en el esfuerzo independientemente de tu posición social. No hay más que asomarse a cualquier gran multinacional para darse cuenta de que lo que digo es cierto.
Por eso los envidiosos quieren que no tengamos herencia y disfrazan de moralidad su gran fiasco vital. Tratan de trasladar su culpa a la sociedad, no solo para que la comparta con ellos, sino para que se rebaje a su condición y pague por sus frustraciones.
Pedro Sánchez sabe muy bien todo esto y por eso no dudará en seguir azuzando a los envidiosos para atacar a la familia, su institución enemiga, y conseguir destrozarla.
Si les dejamos, primero comenzarán con la «armonización» del Impuesto de Donaciones y Sucesiones; más tarde, cuando vean que el estacazo no es suficiente porque su Estado devorador demanda más, pasarán a requisar directamente las herencias en aras de la «igualdad de oportunidades» y, al final, como hizo Lucio Cornelio Sila con las proscripciones en la antigua Roma, acabarán cogiéndole el gusto al atraco generalizado y nos quitarán todo lo que tengamos para que solo podamos depender de ellos, que es su objetivo final.
Recuerden que el envidioso está mirando atentamente y esperando el momento indicado para saciar su repugnante sed de injusticia.
Destruyendo el legado destruyes a la familia. No lo permitamos.
  • Gonzalo Cabello de los Cobos Narváez es periodista
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