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19 de mayo de 2024

En primera líneaJuan Antonio Ortega Díaz-Ambrona

¡No a la subasta de síes!

Una vil compra de síes acentuará el declive apreciable del PSOE como partido de gobierno, romperá el consenso constitucional, activará el «péndulo» que nos hundió tantas veces y apuntillará la Constitución

Actualizada 01:30

El turno de Pedro Sánchez para su investidura se consume entre la indefinición y el secreto. Le faltan más votos que a Feijóo y los tiene que buscar extramuros de su coalición con Sumar. Pero recolectar más síes en su extrarradio daña su proyecto. Y a estas alturas Sánchez sigue sin presentar un diseño claro de la España a la quiere llegar. ¿A dónde nos lleva Sánchez? No se sabe.
Él afirma su «progresismo» y descarta cualquier entendimiento con el PP. Su discurso se expresa de muchas maneras: tiene un «modo fervorín» de amplia sonrisa ante los suyos y un «modo faltoso» para adversarios, con invectivas a Feijóo; también usa un «modo estadista», convertido él en atractivo líder con corbata, pantalón de pitillo, sentido común y cariñitos a la presidenta europea, Ursula von der Leyen, militante como Feijóo del PP europeo. Domina además Sánchez un «modo predicador» cuando solicita generosa amnistía para los independentistas, incluido el prófugo Puigdemont. Le resta aún su «modo Ollendorf» para salirse por peteneras ante preguntas incómodas.
En realidad Sánchez no habla para transmitir información, sino para provocar actitudes: como en la fábula del astuto zorro, que alabó la belleza del canto del cuervo solo para que abriese el pico y dejara caer el rico queso. Por eso es inútil acusarle de mentir. Sánchez exterioriza siempre su única verdad, que es buscar ventajas para él. Lo que diga cuenta poco.
Su tinglado político es, además, inestable y contradictorio. Comprende un PSOE cortado a su medida y el «movimiento» Sumar de Yolanda Díaz que ata en cuerda floja a numerosos grupitos inquietos y pugnaces. Con todo aún le faltan votos externos que le venden a precio de oro.
Cobrar los «síes» a costa de amnistía y autodeterminación repele mucho. No solo a socialistas históricos, como Felipe González, Alfonso Guerra, Rodríguez Ibarra, Paco Vázquez o Juanjo Laborda; ni a los críticos ya expulsados, como Joaquín Leguina o Redondo Terreros; ni a expresidentes del Constitucional, como Cruz Villalón –nítido y convincente– o Rodríguez Bereijo, que anuló las amnistías fiscales del PP. Ni a Juan Luis Cebrián, voz contraria a la amnistía que clama en el desierto de su antiguo y brillante invento, hoy irreconocible. Esa compra de síes es ruinosa y cae muy mal a la mayoría.
Pero Sánchez pasa de todos. Solo él decide quién sea progresista o no. Me recuerda a aquel antiguo alcalde vienés, votado por muchos –incluidos judíos– que en plena ola antisemita, soltó su genial: «¡Quién sea judío, lo determino yo!» (Wer jude ist, bestimme ich!).
Ilustracion: Sanchez deseos psoe

Lu Tolstova

Sólo Sánchez con su varita mágica puede trocar en «progresista» al PNV o a Junts per Catalunya, que evidentemente no lo son. Ambos cargan a sus espaldas el peso de su historia: el PNV, antiguo democristiano, sus «leyes viejas»; los «burgesos oprimits» de Junts, el fardo del «tres per cent» y el baldón de renegados de CiU. Pero a Sánchez le importa poco, porque él es Pedro y sobre esa piedra edifica su peculiar progresismo.
¿Es progresista burlar el imperio de la ley, que sujeta por igual a todo hijo de vecino? ¿Lo es ejercer poderes de gracia, indulto o amnistía como el absolutismo decimonónico? ¿Es «progresista» apoyarse en los antiguos terroristas del secuestro, la bomba o el tiro en la nuca? ¿Y apoyar a la monarquía marroquí frente a los saharauis? Todo vale si lo dice Pedro Sánchez.
Los alemanes, expertos en coaliciones, suelen concertar a los grandes partidos centrales para aislar a los extremos. Pero Sánchez con su «no es no» lo hace imposible. Arroja al PP en brazos de Vox para, acto seguido, reprocharle que se apoye en ellos. ¡Hace falta cinismo!
De todo ello es temible una bajada gubernamental de pantalones que convierta la presidencia en carne de extorsión. La avidez de Sánchez por mandar estimula a los apoyos externos a subastar al alza su «sí» buscando mayor tajada a través de una negociación secreta de pillo a pillo a ver quién engaña mejor al otro. Es muy lamentable. El poder político no debe adquirirse en subasta.
Con todo yo no temo una ruptura inmediata de España. Pero una vil compra de síes acentuará el declive apreciable del PSOE como partido de gobierno, romperá el consenso constitucional, activará el «péndulo» que nos hundió tantas veces y apuntillará la Constitución. ¿Merece la pena asumir tanto riesgo por una ambición personal? ¿Es sensato con dos guerras cercanas abiertas, contagiosas e imprevisibles? Seguro que no.
A mí además me duele la falta de respeto a la separación de poderes y que los políticos pretendan aliviar «efectos judiciales» con amnistía o autodeterminación. El Gobierno practicaría así el principio de «unidad de poder y coordinación de funciones» de corte franquista con el trasfondo nazi de que «el poder pasa por encima del derecho». Sería un enorme disparate.
  • Juan Antonio Ortega Díaz-Ambrona fue ministro en los gobiernos de Adolfo Suárez y Leopoldo Calvo Sotelo. Su último libro es El Grupo Tácito. Un precursor del centrismo de UCD Ed. CEU. 2023
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