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En primera líneaMiquel Porta Perales

Un pin en el ojal de la chaqueta

¿Por qué la ONU sigue apostando por una consciencia prometeica que se traduce en una lógica utópica –la redención exprés del género humano– que va de fracaso en fracaso? La ONU no acepta que la lógica utópica ha perdido la batalla ante la lógica individualista narcisista

Actualizada 01:30

La Agenda 2030 –con su logo circular multicolor formado por 17 colores o tonalidades que representan los 17 objetivos de la Estrategia de Desarrollo Sostenible aprobada por la Asamblea General de las Naciones Unidas– es un ejemplo de la persistencia de ese género literario que es la utopía. Esa utopía que Herbert Marcuse caracterizó así: «Là, tout n’est qu’ordre et beauté,/ luxe, calme, et volupté» (El final de la utopía, 1967). Unos versos de Les Fleurs du mal que Charles Baudelaire recitaba a su amada Marie Daubrun al señalarle el país ideal en donde podrían vivir juntos, libres y felices.

Si Charles Baudelaire encontraba la utopía personal en los Países Bajos, si Herbert Marcuse buscaba la utopía colectiva tras una «ruptura con el continuo histórico»; la ONU, superando a Charles Baudelaire y Herbert Marcuse, percibe la utopía en la realización de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS).

Si ustedes leen el Plan de Acción para la implementación de la Agenda 2030. Hacia una Estrategia Española de Desarrollo Sostenible, que adapta a la realidad española los ODS, apreciarán la ambición desmesurada del programa de la ONU y las similitudes formales entre el utopismo onusiano y el utopismo marcusiano que se mueve entre el socialismo utópico y el marxismo contemporáneo de bolsillo.

La ambición del programa de la ONU: poner fin a la pobreza y el hambre en todas sus formas en todo el mundo, garantizar una vida sana, promover el bienestar de todos, garantizar una educación inclusiva y equitativa de calidad, lograr la igualdad de género y empoderar a mujeres y niñas, garantizar la disponibilidad del agua y el acceso a una energía asequible para todas las personas, promover el crecimiento económico sostenible e inclusivo, promover el empleo pleno y productivo, promover unas infraestructuras resilientes y una industrialización inclusiva, fomentar la innovación, reducir la desigualdad en los países y entre ellos, lograr ciudades inclusivas que sean seguras y sostenibles, garantizar un consumo y producción sostenibles, combatir el cambio climático, y utilizar de manera sostenible los océanos, los mares y los recursos marinos. Ahí es nada.

Ilustracion Agenda 2030

Lu Tolstova

Ambos buscan un mundo radicalmente distinto, aunque el dúo Baudelaire-Marcuse apele a la consciencia y la ONU lo fíe todo a los jefes de Estado y de Gobierno de la Unión Europea. El método: unos se encomiendan a la implosión del sistema y al amor; otro apuesta por una política que «ponga fin» a la situación. La retórica revolucionaria del marxista y la dulzura del poeta frente a la retórica borrosa de la ONU. Dos discursos que comparten las condiciones necesarias de toda utopía: lenguaje evanescente, hipnotismo populista y la benéfica intención de pasar de la prehistoria de la Humanidad a la historia de la misma. A todos les une la ingenuidad.

Los hechos son tozudos. Por un lado, la revolución anticapitalista marxista –sección ecologista– no existe y el discurso de dos enamorados no da para tanto. Por otro lado, la revolución onusiana que promete la Agenda 2030 nunca llega.

Así las cosas, ¿por qué la ONU sigue apostando por una consciencia prometeica que se traduce en una lógica utópica –la redención exprés del género humano– que va de fracaso en fracaso? La ONU no acepta que la lógica utópica ha perdido la batalla ante la lógica individualista narcisista. El descompromiso ha ocupado el lugar del compromiso.

La ONU ha de asumir sin complejos la falta de generosidad planetaria, los intereses distintos del norte y el sur que se traducen en una polarización igualmente planetaria. A lo que hay que añadir, realidad obliga, especialmente en coyunturas como la actual, los efectos perversos de algunas propuestas. También hay que tener en cuenta los egoísmos de Estado, el hecho de que los líderes políticos suelen utilizar los programas de la ONU para publicitar su aparente solidaridad, y la escasa colaboración de Rusia, China e India. Ítem más: el mundo no se cambia en 15 años.

¿Qué hacer? Confiar en el discreto encanto de una cínica lucidez liberal que nos enseña que si otro mundo es posible está en éste. Lucidez entendida como la capacidad de dar respuesta razonable a los problemas planteados. Lucidez entendida como cálculo de coste/beneficio y sentido del límite que anuncia la imposibilidad de hacer realidad todos nuestros deseos. Lucidez entendida como crítica de un progresismo biempensante que puede llevarnos al peor de los mundos posibles. Lucidez entendida como denuncia del confort ideológico de quienes creen haber apostado por el bien y no han sido sino los mensajeros del mal.

Se trata también de no desdeñar un individualismo narcisista –un incivismo imperfecto– capaz –¿por qué no?– de hacer realidad el «altruismo efectivo» de un Peter Singer que cree que la gente sí quiere hacer el bien a los demás. Esa solidaridad egoísta –por autosatisfactoria– que entiende que los intereses de los demás también son mis intereses. Solo así –no únicamente a golpe de ONU– la Agenda 2030 será algo más que unos versos de Baudelaire o un pin de colores que los políticos llevan en el ojal de la chaqueta.

  • Miquel Porta Perales es escritor
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