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18 de mayo de 2024

En primera líneaRafael Puyol

¿Por qué desciende la natalidad en nuestras sociedades?

Estoy reivindicando la necesidad de establecer en España una política de ayuda familiar que permita a las parejas que son cada vez más igualitarias tomar decisiones deseadas en la que la racionalidad no se vea alterada por factores corregibles y el miedo al futuro tenga el antídoto conveniente

Actualizada 01:30

Cuando hablamos de la natalidad insistimos mucho más en describir su retroceso que en explicarlo. Nos expresamos con justificada preocupación por un proceso que nos está dejando sin niños, pero no profundizamos lo suficiente en buscar las causas que nos han alejado de la renovación de las generaciones y nos están conduciendo a un auténtico invierno demográfico.
Con el fin de corregir esa penuria explicativa voy a exponer tres teorías sobre la evolución de la fecundidad: el modelo de la elección racional, el de la aversión al riesgo y el de la equidad entre los sexos.
La teoría de la elección racional se encuadra en el marco de la maximización de las utilidades. Según sus postulados los individuos (y las familias) muestran un comportamiento racional que les conduce a fijar como objetivo la mejor utilidad posible, término que designa en economía lo que resulta más favorable para la prosperidad del individuo (o de la familia). Según el economista de la Escuela de Chicago Gary Becker, Premio Nóbel de Economía, la decisión de tener un hijo o uno suplementario, se establece a partir de la comparación entre las ventajas sicológicas, sociales y culturales esperables y los costes económicos del nacimiento y la educación del futuro vástago. Una disminución de la fecundidad en un país se puede explicar por el aumento del «precio» relativo de un hijo o por la disminución significativa de la renta familiar. En sentido contrario, una recuperación de la fecundidad puede obedecer a una disminución de los costes de tener un niño por la implantación de una de ayuda familiar o un incremento de los ingresos en una etapa de bonanza. En términos económicos la formulación de la teoría es la siguiente: la fecundidad varía según la percepción de las parejas sobre las ventajas de tener un descendiente en relación a otros bienes. He aquí algunos ejemplos. En Francia la fecundidad subió en los años 40 como consecuencia de la adopción de una política de ayuda familiar. Y lo mismo ocurrió en los años 80 gracias a las prestaciones a las familias numerosas. Sin embargo la fecundidad ha bajado algo cuando estas medidas han sido minoradas. Fuera de Europa y en el contexto de los países árabes, Argelia e Irán han visto reducidas sus tasas cuando en los años 70 se produjo la crisis del petróleo y la reducción de las aportaciones públicas a la renta familiar.
Ilustracion natalidad

Lu Tolstova

La segunda teoría, la del temor al riesgo, añade una dimensión temporal al modelo de elección racional. La decisión de tener o no un hijo depende de la manera en la que los padres vislumbran el futuro. Si lo consideran incierto no se deciden a tener un nuevo niño y la fecundidad baja. Eso es lo que ocurrió en Japón con la ralentización económica de los años 90. Las parejas redujeron su fecundidad y consagraron sus esfuerzos a mejorar sus perspectivas de renta o empleo (actual o futuro). Si, por el contrario, las parejas ven el futuro con cierto optimismo mantienen actitudes fecundas más generosas. Así pues, la teoría del temor al riesgo añade al modelo costes-beneficios de Becker la visión que sobre el porvenir tengan los padres potenciales.
Una tercera teoría es la de la equidad entre los sexos. Según su postulado una mayor coherencia en la equidad entre los sexos (educación, empleo, sistemas fiscales, prestaciones sociales y familiares) favorece una fecundidad «menos baja». Por el contrario, las tasas de natalidad serían especialmente reducidas con una equidad menor entre los sexos y un modelo tradicional que considera al varón como sostenedor de las familias.
Las tres teorías aportan elementos útiles para explicar el descenso de la fecundidad en nuestras sociedades. Y además son perfectamente combinables. Muchas parejas, cada vez más igualitarias, se plantean con una gran racionalidad la descendencia que quieren tener teniendo en cuenta las condiciones del presente y las incertidumbres del futuro. Es preciso reconocer que es así y admitir, al mismo tiempo, que en las sociedades que vivimos «la elección racional» supedita mucho el nacimiento de un hijo u otro suplementario al bienestar ansiado por sus progenitores. En la balanza de esa elección pesa más el plato del confort que el de las satisfacciones inmateriales que producen los hijos. Evidentemente hay excepciones: parejas que no pueden tener hijos porque no poseen las condiciones económicas y laborales que permitirían su crianza y educación. A éstas sobre todo es a las que hay que ayudar con las medidas que les permitan tomar una decisión racional deseada y no preterida por factores materiales, a veces imperativos. Una vez más estoy reivindicando la necesidad de establecer en España una política de ayuda familiar que permita a las parejas que son cada vez más igualitarias tomar decisiones deseadas en la que la racionalidad no se vea alterada por factores corregibles y el miedo al futuro tenga el antídoto conveniente.
  • Rafael Puyol es presidente de la Real Sociedad Geográfica
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