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29 de marzo de 2024

tribunaAlmudena Negro Konrad

El problema de la libertad

Winston Churchill, primero, y Oriana Fallaci, después, habían anunciado que el fascismo regresaría travestido de antifascismo. Y así está siendo

Actualizada 16:47

La sociedad occidental se encuentra como siempre en una encrucijada entre libertad o totalitarismo. Décadas de socialdemocracia, que no es más que un grado del socialismo como la Coca Cola Zero lo es de la Coca Cola, han convertido a nuestras sociedades en acomodaticias e infantilizadas. Dependientes de la propaganda que se traslada a través de los «comprometidos» medios de comunicación y de las sociedades clientelares. La paguita. Así se puso de manifiesto en el debate sobre el estado de la nación española, con Pedro Sánchez ofreciendo recetas fracasadas y subvenciones. Ni una sola propuesta que de verdad pueda ayudar a las clases medias, cada vez más bajas. Algo que celebraron con fruición en la extrema izquierda, pero no solo. El problema es grave por cuanto la mentalidad estatista y el totalitarismo liberal se han extendido por todo el mundo. Y ha conformado regímenes que podrían ser calificados como regímenes estupidocráticos. La característica principal de las actuales oligarquías se subsume perfectamente en el principio de Hanlon: no atribuyas a la maldad lo que puedas atribuir a la estupidez. Hoy, la razón, la tradición y la ciencia han sido sustituidas por las emociones y el cientificismo. Los parlamentos, pero también las universidades, son más una guardería que lugares para la reflexión.
Tras el derrumbe por implosión del Muro de Berlín y de la socialdemocracia leninista han aparecido no pocas formas totalitarias escondidas tras un supuesto neoliberalismo (otra forma de la socialdemocracia). Fukuyama erró, hoy está claro, cuando anunció el fin del la historia. Winston Churchill, primero, y Oriana Fallaci, después, habían anunciado que el fascismo regresaría travestido de antifascismo. Y así está siendo. Las hoy triunfantes bioideologías (de género, ecologistas, de la salud…), que actúan como verdaderas Ersatzreligionen, hunden sus raíces en el biologicismo propio del nacional socialismo alemán. No es extraño. Al fin y al cabo, el nacional socialismo fue una herejía de la religión marxista.
El democratismo es hoy la coartada del totalitarismo liberal. Muchos creen que porque votamos cada cuatro años vivimos en democracia. Algo completamente falso. Basta con recordar que bajo la dictadura de Francisco Franco en España se votaba. Como se vota en la Venezuela de Nicolás Maduro; un régimen que nada tiene que ver con la democracia.
Por otra parte, y debido a la mentalidad estatista imbuida en las sociedades libres desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, muchos confían su vida, bienes y libertad a esa máquina artificial llamada Estado, que es hoy el gran enemigo de la libertad. Un Estado moral y minotauro conformado como religión secular que nos dicta lo que debemos de pensar y cómo debemos de vivir. Contra el que no cabe derecho de resistencia, propio del derecho natural anterior a la aparición de esa máquina artificial que todo lo monopoliza y que ha sustituido la ley por legislación. Despojo legal, que diría Bastiat.
El declive de nuestras sociedades se percibe en todos los ámbitos. El lassalliano y teocrático «el Estado es dios» se ha hecho realidad. Lasalle sostuvo que es el Estado el que tiene la función de realizar la evolución de la libertad. ¡Qué barbaridad y cuántos, a izquierdas y derechas, se la han creído! Ortega y Gasset advirtió certeramente contra el Estado, al que consideraba «el mayor peligro que hoy amenaza a la civilización».
Contribuye a ello la confusión, en la que caen no pocos liberales, entre Estado y Gobierno. Cuando es posible un Gobierno sin Estado, pero no un Estado sin Gobierno. El origen se encuentra en las palabras anglosajonas State y Government.
Los liberales defendemos un gobierno limitado. La tradición liberal española, por su parte, es antiestatista. Podría entrar aquí en las absurdas disquisiciones teóricas entre minarquismo, paleoliberalismo, anarcocapitalismo y demás tribus o colectivos liberales, que tanto han contribuido a la huida de la defensa de la libertad. No lo haré. Soy individualista y me importan bien poco los debates histriónicos (¿puedo vender el riñón de mi hijo?, por ejemplo) que en la mayoría de los casos nada aportan a la defensa de la libertad y sí mucho a la confusión y al rechazo a las ideas liberales.
Otros creen que la libertad se limita a la libertad económica. Algo que abrazan con fruición casi orgásmica los tecnócratas de todos los partidos. Esto explica que existan liberales que tengan a Singapur por el colmo de la libertad, cuando es un régimen autoritario. La mayoría de estos liberales beben en las fuentes nacionalistas de partidos como la extinta CiU. Cuando el nacionalismo, colectivista, es incompatible con la defensa de la libertad puesto que subsume al individuo en la tribu. Siempre y sin excepción. No existe el nacionalismo bueno desde el punto de vista de la libertad.
Como es incompatible el liberalismo con las nuevas formaciones políticas conservadoras, algunas ultraconservadoras, surgidas recientemente, cuyo programa económico suele basarse en la bajada de impuestos mientras que el resto de sus propuestas oscilan entre lo demagógico, lo autárquico y el proteccionismo.
Decía Jean François Revel en El conocimiento inútil que el liberal simplemente observa, toma lo que funciona y desecha lo que no funciona. Marañón sostenía que ser liberal era una forma de vida, una actitud: «Se debe ser liberal sin darse cuenta, como se es limpio, o como, por instinto, nos resistimos a mentir».
Un debate entre un liberal y un colectivista es una pérdida de tiempo porque la fe no se puede combatir con la razón o los hechos. Menos en los tiempos de la tecnociencia («todo lo que puede hacerse debe ser hecho», Lorenz) y el cientificismo. Porque, al contrario que el socialismo, el liberalismo no es una ideología. Ideologías que, afirmaba Revel certeramente, actúan como triple dispensa: moral (y ética), intelectual y práctica. Ayn Rand decía que con un colectivista «no se puede razonar. No está abierto a la razón. No puedes hablar con él: no puede escuchar». Basta con abrir un periódico o ver un telediario para darse cuenta.
  • Almudena Negro Konrad es diputada autonómica en el PP de la Comunidad de Madrid y periodista
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