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26 de abril de 2024

TribunaJavier Borrego

¿Pero en manos de quiénes estamos?

Si los ciudadanos viven en un Estado de derecho y de los derechos, dependen también, y de modo muy importante, de ellos mismos. Es decir, «están en sus propias manos»

Actualizada 01:29

La pregunta repetida

1.- La mesa redonda, como siempre alargada, en el Colegio de Abogados de Madrid, tenía un tema interesante: El caso Encrochat, el hackeo y desencriptado por servicios militares franceses, y distribuido millones de conversaciones a otros Estados, entre ellos España.
Lucha contra el narcotráfico, ¿cuestión de seguridad nacional? Exposiciones sobre el secreto de las comunicaciones; jurisprudencia española y europea, garantías del respeto a la intimidad; y narración de cómo ciudadanos ajenos al criminal tráfico, por actuaciones lícitas en España, se encuentran privados de libertad en Francia. Narración de lo ocurrido en tribunales españoles, demandas comunicadas en el Tribunal Europeo de Derechos Humanos… e interesante coloquio. Alguien pregunta entonces a la mesa, recordando lo que se ha dicho, «¿pero en manos de quiénes estamos?».
2.- Cola kilométrica, con vueltas y revueltas, para acceder al tren. Parsimonia de la empleada, pide el documento de identidad… Los minutos pasan, la cola avanza muy lentamente, el AVE no espera. Nervios. Y alguien pregunta en voz al aire y casi de forma retórica: «¿Pero en manos de quiénes estamos?».
3.- Tras horas intentado lograr una cita previa presencial para la Seguridad Social, para un tema de extranjería, alguien, harto de no obtenerla, pregunta en voz alta al ordenador: «¿Pero en manos de quiénes estamos?».
4.- El TC, por los votos de siete magistrados, crea dos nuevos derechos fundamentales: el derecho a matarse y el derecho a matar al naciturus. Y unos juristas comentan que esta ampliación de los derechos fundamentales, reformando así el Capítulo Segundo, Sección Primera del Título I de la Constitución, es una reforma parcial de la misma, que exige, artículo 168 CE, mayoría de los dos tercios de Congreso y Senado, disolución inmediata de las Cortes y sometimiento a referéndum. No ha ocurrido así, y alguien se pregunta: «¿Pero en manos de quiénes estamos?».
5.- Incluir en listas electorales a asesinos orgullosos de sus crímenes, no sólo se justifica diciendo que es legal, sino también legítimo, y que hay que olvidar el pasado. Y lo dicen quienes no olvidan a Franco, y piensan que es un hecho histórico y memorable exhumar sus restos de la Basílica del Valle de los Caídos. Y a José Antonio. Y…, «¿pero en manos de quiénes estamos?».
Etcétera.

Una posible respuesta

En hebreo, yad significa mano, y también poder. Estar en las manos de alguien es depender de esa persona. Los creyentes sabemos que estamos en manos de Dios, y gozosos de ese poder, aunque a veces nos cueste entender algunas cosas.
¿De quién dependen los ciudadanos? Mientras son bebés, y niños, están en la mano de sus padres. Cuando los ciudadanos son adultos, por supuesto están en manos de los que tienen el poder.
Pero si esos ciudadanos viven en un Estado de derecho y de los derechos, dependen también, y de modo muy importante, de ellos mismos. Es decir, «están en sus propias manos», dependen de ellos mismos.
Son personas libres, tienen garantizados, porque les son propios, sus derechos fundamentales. Entre ellos, pensar, expresas sus opiniones, reclamar, decidir su voto, a su vida privada y familiar, al secreto de sus comunicaciones, etc. En el Convenio Europeo de Derechos Humanos, la dignidad humana no se recoge, pero está suficientemente implícita. En nuestra Constitución, artículo 10.1 está expresamente reconocida la dignidad de la persona como fundamento del orden político y de la paz social.
Como lo está igualmente en el mismo precepto el respeto a la ley, y en el artículo 9.1 la sujeción a la Constitución y al resto de ordenamiento jurídico, no solamente de los ciudadanos sino también de los poderes públicos.
La comodidad y el miedo a disentir del pensamiento aparentemente dominante, son características humanas, pero la dignidad obliga a no olvidar que estamos en nuestras propias manos, y que dependemos de nosotros en la exigencia del respeto a nuestros derechos fundamentales.
¿Y cómo lo hacemos? Sencillo. Ejerciendo y reclamando nuestros derechos. Aunque nos resulte incómodo, aunque tengamos temor a apartarnos de la aborregada masa.
Porque si no lo hacemos, apagamos nuestra dignidad, y por la espiral del silencio de Elizabeth Neumann, se dirá que opiniones o ideas muy minoritarias, pero gritonas y repetidas por ciertos medios de comunicación, son la opinión o idea general.
Y no es cierto. La espiral del silencio crece ante el silencio, comodidad o miedo de muchísimos.
Que no ocurra así. Porque entonces se cumplirá lo que dijeron los poetas: «Y porque no dijimos nada…, ya no podemos decir nada», (Maiakovsky), o Niemöller o Bertold Brecht, «luego vinieron por mí, y no quedó nadie para hablar por mí».
Prefiero la vibrante canción de Vinto Tinto, que tan bien animó el referéndum de 1976 de la reforma política de Adolfo Suárez: «Habla pueblo habla. Habla sin temor. No dejes que nadie apague tu voz…» No olvidar que somos ciudadanos libres en un Estado de derecho y de los derechos.
  • Javier Borrego es abogado del Estado, magistrado del Tribunal Supremo jubilado y antiguo juez del Tribunal Europeo de Derechos Humanos.
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