El turismo como oportunidad de transformación si es bien gestionado
El impacto del turismo va más allá de su contribución económica directa. La recuperación del sector tras la crisis sanitaria reciente ha reforzado su peso en las economías, con una creciente demanda de experiencias que respeten no solo el paisaje, sino también las comunidades que lo habitan y lo conservan
El turismo ha sido durante décadas uno de los principales motores de desarrollo económico a nivel mundial. Antes de la pandemia, el sector contribuía directamente alrededor del 4 % del PIB y cerca del 7 % del empleo en los países de la OCDE, y representaba más del 20 % de las exportaciones de servicios, consolidándose como una pieza central de las economías modernas. Sin embargo, la creciente presión sobre los recursos naturales, las comunidades locales y los ecosistemas ha demostrado que el turismo, tal como se ha concebido tradicionalmente, no siempre ha sido sostenible.
Por eso, hoy más que nunca, el turismo debe ser pensado y gestionado como una herramienta activa de transformación sostenible, capaz de generar beneficios económicos sin agotar el entorno ni las oportunidades de las comunidades anfitrionas.
Un turismo que se gestiona con criterios de sostenibilidad no solo reduce impactos negativos, sino que puede crear empleo local, conservar recursos y fortalecer la identidad cultural de los destinos. La Agenda 2030 lo recoge explícitamente: en la meta 8.9 se aboga por promover un turismo que genere empleo y promueva la cultura y productos locales, y en la meta 12.b por desarrollar herramientas que integren el turismo dentro de las estrategias de desarrollo sostenible. En otras palabras, cuando el turismo se concibe como parte de un modelo de desarrollo más amplio, conectado con su entorno, lo que obtenemos es una actividad que contribuye a la cohesión social y al bienestar local.
El impacto del turismo va más allá de su contribución económica directa. La recuperación del sector tras la crisis sanitaria reciente ha reforzado su peso en las economías, con una creciente demanda de experiencias que respeten no solo el paisaje, sino también las comunidades que lo habitan y lo conservan. Esto implica que el turismo sostenible —más allá de una buena intención— debe traducirse en políticas públicas, inversiones y prácticas empresariales que prioricen la conservación de los recursos y la equidad social.
El ejemplo de Lanzarote es paradigmático en ese sentido: una isla con recursos naturales limitados y una alta dependencia del turismo puede convertirse en un laboratorio vivo de innovación territorial, donde nuevas formas de planificar, gestionar y vincular al sector con la comunidad se prueban y se evalúan en tiempo real. En un contexto así, el turismo ya no puede ser entendido simplemente como un flujo de visitantes, sino como un motor de desarrollo responsable y resiliente —en términos sociales, medioambientales y culturales— que genera empleo, revitaliza sectores locales y promueve la diversificación económica.
Una gestión turística responsable también exige un diálogo continuo entre los diversos actores que conforman un destino: administraciones, empresas, sociedad civil y residentes. La UNESCO, por ejemplo, promueve estrategias que empoderan a las comunidades locales para participar en el desarrollo turístico, subrayando que la sostenibilidad no es solo conservar recursos naturales, sino fortalecer el tejido social y preservar la autenticidad cultural de los lugares. En este enfoque, el turismo se convierte en una palanca para el desarrollo inclusivo, la conservación de tradiciones y la creación de vínculos entre visitantes y anfitriones.
El turismo sostenible también se traduce en la protección del medio ambiente y la biodiversidad. Cuando las prácticas turísticas son respetuosas con los procesos ecológicos esenciales —como lo señala la propia OMT— se ayuda a mantener los sistemas vivos, la diversidad biológica y los servicios ecosistémicos que sustentan la vida y el bienestar de las comunidades locales. Esto implica gestionar de manera eficiente recursos como el agua y la energía, reducir la huella de emisiones y fomentar modelos económicos que valoren la conservación tanto como el crecimiento económico.
Además, el turismo sostenible tiene un valor añadido en la promoción de la igualdad y la inclusión. La creación de empleo local, especialmente para mujeres y jóvenes, y la puesta en valor de productos culturales y agrícolas locales ayudan a distribuir los beneficios de esta actividad de forma más equitativa, reduciendo brechas sociales y fortaleciendo economías comunitarias. Así, un destino que apuesta por la sostenibilidad no solo mejora la experiencia de quienes lo visitan, sino que incrementa las oportunidades de quienes lo habitan—un principio esencial para consolidar un desarrollo genuino y duradero.
Por último, aunque el turismo enfrenta retos reales —desde la turistificación hasta la presión sobre los recursos urbanos y ambientales— los esfuerzos globales por redefinirlo como una actividad sostenible y resiliente ya están en marcha. La reciente proclamación del Año Internacional del Turismo Sostenible y Resiliente para 2027 por parte de Naciones Unidas subraya que esta transformación no es solo deseable, sino necesaria para afrontar los desafíos globales contemporáneos.
El turismo puede ser, y debe ser, un motor de sostenibilidad. Pero para eso debemos pensar más allá de los flujos de visitantes y centrarnos en su capacidad para mejorar la vida de las comunidades, proteger los recursos naturales y construir un desarrollo que perdure para generaciones futuras.
- Juan Luis Quincoces es director de Marina Innova Hub, de Grupo Martínez Abolafio