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23 de abril de 2024

Carmen Fernández de la Cigoña

¿Sociedad de adultos?

Hace mucho tiempo que la sociedad política adquirió su mayoría de edad: ni sus sus miembros son niños pequeños ni se la puede tratar a través del infantilismo

Actualizada 12:05

Estos días se suceden acontecimientos que para unos pasan desapercibidos y que sin embargo para muchos, para muchos más de lo que parece, suponen, cuando menos, una confirmación de que las cosas pueden cambiar.
Es cierto que los acontecimientos no son casuales, no se producen porque en un momento alguien se levanta con el pie cambiado y empieza a ver el entorno que le rodea, de la noche a la mañana, de otra manera. Aunque no es menos cierto que eso también comienza a pasar.
Probablemente sea porque una sociedad que todavía no ha desistido del todo de ser protagonista de su propia historia, de reconocer lo que le ha hecho ser lo que es y de querer seguir siéndolo, se revuelve ante las medidas cada vez más autoritarias, cada vez más canceladoras de la libertad, cada vez más arrinconadoras, a las que le quieren someter sus dirigentes políticos. O al menos la mayoría de ellos.

Tratar a los adolescentes, a los jóvenes adultos, como niños pequeños es contraproducente en todos los sentidos. Y no solo para ellos, sino para la familia, en la que se crean dependencias malsanas

Tiene mucho que ver con la libertad. Con la verdadera libertad, no con esa tan manida que sirve para coaccionar y descartar al que no está en la corrección política. Con una libertad que es muy similar a la que los niños y los jóvenes van adquiriendo poco a poco en la familia. Los niños, que dependen de los padres, poco a poco van creciendo y perfeccionando su racionalidad, y adquiriendo más libertad y consecuentemente más responsabilidad. Y es natural que sea así. Y es bueno. Por el contrario, tratar a los adolescentes, a los jóvenes adultos, como niños pequeños es contraproducente en todos los sentidos. Y no solo para ellos, sino para la familia en general en la que se crean dependencias malsanas que imposibilitan al joven a hacerse responsable de sus actos y hacer frente a los obstáculos que van surgiendo (y surgen en la vida de todos) e impiden que la familia se desarrolle con la normalidad en la que cada uno tiene su lugar, pero todos participan y colaboran.
Lo mismo debería suceder con la sociedad política, que hace mucho tiempo que adquirió mucho más que su mayoría de edad y ni es una sociedad infantil en que sus miembros son niños pequeños ni se la puede tratar como tal.
Pero se empeñan paradójicamente en que sí. Se empeñan, los que tienen el poder para hacerlo, que no la autoridad, en manipularnos, de manera burda pero con, al menos, ciertos resultados.
Bajo la apariencia de la exaltación de las libertades individuales nos encontramos en una situación en la que esta sociedad y sus miembros pueden disfrutar de lo que la ideología admite y concede como objeto susceptible de ser decidido y realizado por la voluntad individual. Soy libre de construirme, al margen de la realidad biológica, soy un menor libre de oponerme a mis padres en el ejercicio adecuado de su patria potestad, incluso dentro de poco voy a ser libre para montar algaradas en la calle y quemar contenedores sin que ello tenga ninguna consecuencia. Paradójicamente, o no, todas esas libertades implican restricciones, exclusión y castigo para quien en el ejercicio de su libertad, que cuando menos debería ser tan importante como las otras (y luego hablamos de racionalidad), no se pliega a ellas. Se cancela la paternidad y la maternidad, se cancela al que proclama que hay una naturaleza objetiva, se cancela al que quiere vivir su fe (si es que esta es religiosa y especialmente católica).
Ante esa realidad que satura a la sociedad en que vivimos ¿cuáles son esos acontecimientos que suceden?
Aparece lo que quiere ser una alternativa cultural (NEOS) que genera una expectación muy grande ante el grito de que ya está bien de que nos engañen, nos manipulen, nos infantilicen o nos criminalicen. Y que frente a la corrección política muestra una realidad mucho más cierta.
Se produce una marcha por la vida en la que mayoritariamente los que asisten son jóvenes, rompiendo el nuevo mantra de que los únicos que acuden son viejos, con perdón, bien porque se quedaron en el siglo pasado o quizá para decir que no quieren que les maten con esta nueva ley de eutanasia que nos han aprobado (sin duda para ser más libres).
Y más allá de nuestras fronteras tienen que rectificar cuando un político/a europeo les da la indicación a sus subordinados de que no feliciten la Navidad. En todo caso pueden felicitar las Fiestas. Y ha tenido que rectificar.
A lo mejor es el Adviento. A lo mejor es que esta Espera nos lleva también a estar esperanzados en que, gracias a Dios, las cosas pueden cambiar. Estamos hartos de que nos traten como niños pequeños en que todo nos viene dado por la decisión de otro, por más que como sociedad a veces lo hayamos consentido, y queremos recuperar nuestro protagonismo para ejercer no la que nos digan, sino la verdadera libertad.

Carmen Fernández de la Cigoña

Directora del Instituto CEU de Estudios de la Familia. Doctora en Derecho. Profesora de Doctrina Social de la Iglesia en la USP-CEU. Esposa y madre de tres hijos.
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