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19 de marzo de 2024

Rectify 2

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Series con sentido

Culpa y segundas oportunidades en ‘Rectify’: un antídoto audiovisual ante el sinsentido

El crimen y el castigo, la culpa y el perdón, el pozo y la luz. Todo ello conecta en esta serie norteamericana de 2013 que habla de la trascendencia que brota de los lugares más oscuros

El sheriff Daggett transporta siempre, incansable, su brújula moral: «Te estoy preguntando si tu vida merece la pena ser salvada. ¿Mereces la salvación, Daniel?». Esta apelación de la segunda temporada sintetiza el alcance antropológico de Rectify: el crimen y el castigo, la culpa y el perdón, el pozo y la luz. Daniel Holden ha salido del corredor de la muerte tras 19 años. La vida discurre ahora tan rápida que le cuesta coger el tranquillo. La familia de Daniel –en especial Amantha, su hermana coraje– ha peleado por él sin descanso, convencida de su inocencia. Sin embargo, ay, ni siquiera el propio Daniel está seguro de no haber cometido el crimen que se le atribuye. De ahí ese fuego que le quema calladamente las entrañas, esa contradicción pastosa de un hombre ahora libre que admite ser una mala persona. La culpa es como el aliento a ajo: arrasa allá por donde pasa.
Rectify, como su título indica, explora la posibilidad de redención: rectificar es «corregir las imperfecciones, errores o defectos de algo ya hecho», según la RAE. ¿Mereces salvarte, Daniel, enmendar tus errores y crímenes? A responder esa pregunta se aplica una serie que, durante cuatro conmovedoras temporadas, traza una propuesta inédita, no tanto por su fondo, sino por su forma, tan contemplativa y sensible. El relato creado por Ray McKinnon regala una historia intimista –dolorosa a ratos, luminosa a veces– donde la intriga no es más que una excusa para insertarnos en las vidas de un puñado de personajes tratando de hallar su lugar en el mundo. Sí, todos orbitan alrededor del planeta Daniel, pero Rectify configura un retrato coral en el que los satélites van creciendo orgánicamente, ganando matices en su gravitación alrededor del protagonista. Y lo hacen con una cautivadora autenticidad.

Sin autoindulgencia estilística

Ahí es donde la mano del creador de Rectify marca la diferencia. Dentro del dramón que desarrolla la serie, McKinnon destaca por el cariño con el que trata a sus criaturas, buscando entenderlas en toda su complejidad, sin juzgarlas a priori, permitiéndolas adquirir aristas conforme avanza la trama. Esto se traduce en una puesta en escena que se caracteriza por un ritmo lento, meticuloso, un tran-tran donde las miradas se estiran buscando la revelación y los silencios expanden los significados. El cómo impulsando el qué para horadar la trascendencia.
La habilidad está en lograr ese refinamiento tan emotivo sin caer en la pesadez gafapasta ni en la autoindulgencia estilística. Al contrario: Rectify rezuma autenticidad. Se palpa el ambiente –unas veces opresivo, otras de empuje comunitario– de pueblo sureño, se percibe el atrapamiento de los personajes, acrecentado por esos encuadres de los personajes tras ventanas o puertas, y se degusta la deliciosa banda sonora, que acopla al espectador con las derrotas y victorias de esa familia para la que ya nada será igual.
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De Dios y el amor

Ahí está Ted Jr. (un impresionante Clayne Crawford), el hermanastro de éxito profident que asiste al desmoronamiento de su mundo. O la purísima Tawney (soberbia Adelaide Clemens), una chica de pueblo tan dulce como ingenua, que le habla al protagonista de Dios y de amor, valga la redundancia, pero también de soledad y desamparo. O los secundarios de la prisión, los asideros que evitan que Daniel enloquezca: el simpático Kerwin, aquel recluso con el que traba una amistad entre paredes, o el capellán que le ayuda a recobrar el sentido de la vida... y de la muerte.

La peor de las prisiones sería un corazón cerrado y endurecido. Y el peor de los males, la desesperación

Con este paisaje, Rectify no es una serie que, de entrada, apele a todos los públicos. Es un melodrama que se cuece a fuego lento, donde comparecen simbolismos bíblicos y triángulos amorosos implícitos, donde el remordimiento pica y la ambigüedad duele, donde se debate sobre la soledad, el destierro, la fe, la familia o la memoria. Todo bañado por una melancolía emocional de tipos que, básicamente, luchan contra sí mismos... hasta que se dan cuenta de que no pueden transportar su cruz solos. Es la necesidad de perdonar y ser perdonado: «¿Puedes hacerme un favor, madre? ¿Lo intentarás y te perdonarás a ti misma? Hiciste lo mejor que pudiste en las circunstancias más inusuales». Una propuesta, en fin, donde diálogos con poso filosófico se combinan con escenas tan bellas en su simplicidad como esa en la que Daniel pelotea con un niño en la playa, encarnando de pasada el concepto «redención» en toda su potencia.
Si uno persevera y le da una oportunidad a esta serie –a su tempo, a su gravedad, a su humanismo, a su naturalidad– descubrirá que encierra una reflexión que podría partir de lo que aquel polaco de alma romana les recordaba a los detenidos en la penitenciaría de Durango: «La peor de las prisiones sería un corazón cerrado y endurecido. Y el peor de los males, la desesperación». Por eso Rectify es una serie sí, pero también un antídoto.
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