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05 de mayo de 2024

Fallas de San José, patronato de Turismo de la diputación de Valencia

Fallas de San José, patronato de Turismo de la diputación de ValenciaVicent Bosch

Las fallas o los fuegos que arden, sin saberlo, en honor a san José

En marzo, Valencia huele a azahar. Sobre todo al amanecer, cuando se levanta el viento de Levante y la primavera parece abrirse paso como un ariete de olores y de luz. Pero en marzo, Valencia no sólo huele a azahar y a primavera. En marzo, Valencia, también huele a pólvora

Para hablar de las fallas, todavía con las cenizas humeantes después de la gran noche de la cremà, quizá habría que comenzar apuntando que hasta el año 1497, el patrón del gremio de carpinteros de Valencia era San Lucas.
En este sentido, teniendo en cuenta la tradición que rodea la figura del santo, no es de extrañar que su advocación arrastrara muchos de los gremios vinculados a la producción artesana en general. Hasta este punto, nada hay de revelador que tenga que ver con las fiestas que han inundado de fuego y pólvora las calles de la capital del Turia durante esta semana.
Ya en los albores del siglo XV, el gremi de fusters (gremio de carpinteros) solicitó el cambio de patronazgo, pasando a estar protegido bajo la advocación de San José, merced a la autorización de Fernando el Católico. Este sería, por tanto, el primer paso para la futura tríada indisoluble de San José-Fallas-Valencia.
Por lo tanto, y para remontarnos a los orígenes de la fiesta, declarada Patrimonio Inmaterial de la humanidad por la UNESCO en el año 2016, es necesario hacerlo desde dos vertientes: la primera, más ancestral, atávica y general, y la segunda, más pragmática, cotidiana y particular.
Podríamos afirmar, en este sentido, que lejos de contradecirse, ambas teorías se complementan y refuerzan sus significados de manera recíproca, acrisolados ambos por el fuego y la luz (literalmente hablando, incluso).
Imagen de san José enseñando al niño carpintería junto a la bandera de la Comunidad Valenciana

Imagen de san José enseñando al niño carpintería junto a la bandera de la Comunidad ValencianaCentral Fallera

Fuego por el fin del frío y de la oscuridad

Si empezáramos por lo general, cabría apuntar la importancia de la fecha, como en tantos otros hitos, fiestas y tradiciones de nuestra sociedad moderna. El 19 de marzo, de hecho, suele coincidir con el equinoccio de primavera y, por tanto, con el fin del invierno y de la oscuridad; la vida, la luz y los campos en flor comienzan a abrirse paso surgiendo, como la aurora, entre el frío y la noche.
Para celebrar la vida, el hombre, marcado en su interioridad más profunda por un deseo infinito de trascendencia, ha celebrado siempre el solsticio de primavera, de manera similar al de verano, mediante una serie de ritos celebrativos, que hacen de la fiesta una especie de liturgia sacra.
Encontramos ejemplos muy representativos en las diferentes latitudes de la tierra, ciertamente enraizados en tradiciones paganas pre-cristianas, desde las fiestas de la primavera de México hasta los festejos en torno a la floración de los almendros en Japón, pasando por las distintas celebraciones de los países eslavos, que celebran no solo la primavera, sino la clausura del atroz invierno.
Volviendo a tierras valencianas, y centrándonos en el punto de vista más pragmático, cotidiano y particular de la fiesta al que hacíamos referencia anteriormente, la mayoría de teorías coinciden en una tradición concreta de los carpinteros valencianos.
Estos, el día 18 de marzo, víspera de la festividad de San José, quemaban en su honor una suerte de leño cuyos brazos sujetaban los candiles que empleaban para obtener la iluminación necesaria durante los días más cortos del año, teniendo en cuenta su inutilidad funcional en los meses de primavera y verano.
Este humilde y efímero «estai», que así es como se llamaba, se convertía en una especie de antorcha improvisada en la puerta de cada taller (la palabra fallas proviene de la latina fácula, que significa antorcha), a la que se aprovechaba para añadir diferentes elementos viejos e inservibles del taller, como una manera de limpieza o de purificación aprovechando la llegada del buen tiempo y del inicio del ciclo estacional.
Paulatinamente, los vecinos aprovecharían esta hoguera, esta ofrenda anual de los carpinteros a su patrón, para deshacerse de enseres obsoletos, que en ocasiones adornaban con harapos y cacharros, dando rienda suelta a su imaginación.
De hecho, diversos grabados de los siglos XVII y XVIII reflejan la existencia de figuras antropomorfas, que se elaboraban con estos viejos enseres destinados a convertirse en pasto de las llamas, y que probablemente evocarían a algún vecino de conducta reprobable.
El elemento teatral y satírico evoca, de nuevo, a la purificación no sólo de los objetos materiales, sino también de todo aquello que se quiere dejar atrás.
Esta tradición, que encerraba en sí misma una significación festiva, ritual y celebrativa, siempre en torno a San José, fue evolucionando con el paso de los años. Así, en el siglo XIX, el conjunto de trastos viejos se había convertido en toda una escenografía creada ad hoc, en la que se disponían figuras sobre una tarima simulando una escena teatral de contenido generalmente satírico, para acabar prendiéndole fuego la noche del 18 de marzo.
A finales de siglo, de hecho, comenzaron a popularizarse los llibrets, que eran pequeños panfletos donde cada agrupación explicaba su falla. Sin embargo, no será hasta el año 1901 cuando el Ayuntamiento de Valencia otorgue el primer premio a un monumento fallero, sentándose así las bases de la institucionalización de la fiesta que conocemos hoy en día y que se establecerá definitivamente a lo largo de la primera mitad del siglo XX.
Y hoy, como cada año, Valencia amanece humeante y silenciosa, después de una semana de celebraciones en las que la ofrenda florar a la Virgen de los Desamparados y la misa de San José constituyen el eje de unas fiestas que expresan de una manera explícita la religiosidad de todo un pueblo.
Un pueblo que, cada 19 marzo, con la llegada de la primavera, con la Pascua en el horizonte (aún estando en plena cuaresma), y mediante el rito del fuego, celebra la vida y se une al clamor de la carta a los Corintios, en la que San Pablo anuncia que «pasó lo viejo, todo es nuevo».
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