¿Dijo Benedicto XVI alguna vez que la cristiandad había muerto?
En 1969, Joseph Ratzinger predijo la transformación que sufriría la Iglesia católica en un ciclo de conferencias radiofónicas: «El futuro no vendrá de quienes sólo dan recetas. No vendrá de quienes sólo se adaptan al instante actual. No vendrá de quienes sólo critican a los demás y se toman a sí mismos como medida infalible»
Corría el año 69 en una Alemania todavía dividida por el telón de acero, con una sociedad en la que la espiritualidad menguaba por momentos. La apostasía silenciosa, que luego ha determinado el devenir de la Europa cristiana, todavía no se percibía con las pruebas y la evidencia de hoy, excepto para Joseph Ratzinger, que hizo una radiografía exacta del futuro de la Iglesia, en una serie de reflexiones para la radio alemana.
En este contexto, Ratzinger, cuando todavía era un joven sacerdote, respondió con sus reflexiones a la pregunta que callaba el ambiente, pero gritaba en silencio toda una sociedad: ¿cuál es el futuro de la Iglesia?
«Nos encontramos en un enorme punto de cambio en la evolución del género humano. Un momento con respecto al cual el paso de la Edad Media a los tiempos modernos parece casi insignificante», dijo un joven Ratzinger. «El futuro de la Iglesia puede venir y vendrá también hoy, sólo de la fuerza de quienes tienen raíces profundas y viven de la plenitud pura de su fe. El futuro no vendrá de quienes sólo dan recetas. No vendrá de quienes sólo se adaptan al instante actual. No vendrá de quienes sólo critican a los demás y se toman a sí mismos como medida infalible» predijo quien luego sería Benedicto XVI.
El futuro de la Iglesia no vendrá de quienes solo dan recetas
Con su claridad habitual, Ratzinger asentó las bases de la nueva Iglesia que él veía a través de los signos históricos: «El futuro tampoco vendrá de quienes eligen sólo el camino más cómodo, de quienes evitan la pasión de la fe y declaran falso y superado, tiranía y legalismo, todo lo que es exigente para el ser humano, lo que le causa dolor y le obliga a renunciar a sí mismo. Digámoslo de forma positiva: el futuro de la Iglesia, también en esta ocasión, como siempre, quedará marcado de nuevo con el sello de los santos. Será una Iglesia más espiritual, que no suscribirá un mandato político coqueteando ya con la izquierda, ya con la derecha. Será pobre y se convertirá en la Iglesia de los indigentes».
Ante estas palabras que retrataban a Occidente, el Papa alemán quiso recordar que «permanecerá la Iglesia de Jesucristo, la Iglesia que cree en el Dios que se ha hecho ser humano y que nos promete la vida más allá de la muerte». Ratzinger dio un paso más: «Surgirá una Iglesia que habrá perdido mucho. Se hará pequeña, tendrá que empezar todo desde el principio. Perderá adeptos, y con ellos muchos de sus privilegios en la sociedad. Se presentará, de un modo mucho más intenso que hasta ahora, como la comunidad de la libre voluntad, a la que sólo se puede acceder a través de una decisión».
Permanecerá la Iglesia de Jesucristo, la Iglesia que cree en el Dios que se ha hecho ser humano
«A mí me parece seguro que a la Iglesia le aguardan tiempos muy difíciles. Su verdadera crisis apenas ha comenzado todavía. Hay que contar con fuertes sacudidas. Pero yo estoy también totalmente seguro de lo que permanecerá al final: no la Iglesia del culto político, ya exánime, sino la Iglesia de la fe. Ciertamente ya no será nunca más la fuerza dominante en la sociedad en la medida en que lo era hasta hace poco tiempo. Pero florecerá de nuevo y se hará visible a los seres humanos como la patria que les da vida y esperanza más allá de la muerte».
Así finalizó Ratzinger su intervención en aquella radio alemana en 1969, sin saber todavía que estaba describiendo el futuro de la Iglesia, de la que años después sería Cabeza visible.
Benedicto XVI dio por muerta una etapa de la cristiandad, abriendo las puertas de par en par a otra diferente. Con problemas, pérdidas y lejos de los caminos cortos, pero firme en la roca y serena en la tormenta.