«La Iglesia ha canonizado a la mujer» (Nietzsche)
Decía Oscar Wilde que «no hay hombre que logre un completo éxito en esta vida sin el respaldo de una mujer»
Como estudioso de la filosofía por cuenta propia, es decir, de modo autodidacta, sin ataduras academicistas, me he quedado perplejo tras haber leído la siguiente cita de Friedrich Nietzsche (en su libelo anticristiano Más allá del bien y del mal): «La Iglesia ha canonizado a la mujer».
Pues, he de reconocer que, en este caso, ¡no le falta razón! Para empezar, los católicos admitimos que Dios hizo necesario que una figura femenina fuese una partícipe indispensable de nada más y nada menos que de la ¡Santísima Trinidad! Habida cuenta de que la Virgen María es Madre de Dios Hijo, Hija de Dios Padre y discípula del Espíritu Santo.
De facto, hay un lema muy característico de la Tradición católica que reza así: Ad Iesum per Mariam (A Jesús por medio de María); porque la advocación mariana es una de las grandes señas de identidad del catolicismo; y la Inmaculada Concepción, un Dogma de Fe. Es más, el «sí» de la Virgen María fue imprescindible para que Cristo viniese al mundo.
La fe católica, además de ser la Religión que sitúa a una mujer en primer plano, fue la que se ocupó de poner fin a la poligamia de la era precristiana; y Jesucristo resultó ser un Dios Hijo que mostró una compasión insólita hacia las prostitutas, hasta el punto de que, a través de uno de los pasajes más conocidos del Nuevo Testamento, somos testigos de cómo liberó a una de ellas de ser apedreada.
Decía Oscar Wilde que «no hay hombre que logre un completo éxito en esta vida sin el respaldo de una mujer». Esta cita del literato irlandés es una radiografía cristalina de mi trayectoria, puesto que todas las nobles gestas que he acometido a lo largo de mi vida han contado previamente con el aliento de alguna mujer bondadosa y astuta. Mi mujer y mi madre han sido siempre mi principal trampolín, catapulta y espoleta.
Por esto, precisamente, emplazo a las mujeres que estén leyendo este artículo a tomar conciencia de este inenarrable e innato poder de persuasión, en aras de ejercerlo para hacer el bien y experimentar, así, la gigantesca gratificación que proporciona hacerlo.
Por algo, recoge el libro del Génesis, aquello que dijo Dios de que «no es bueno que el hombre esté solo»; enseñanza que, como explicaba San Juan Pablo II, es aplicable a ambos sexos, puesto que a ninguno de ellos le sienta bien la soledad.