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MAÑANA ES DOMINGOJesús Higueras

«¡Hipócrita! Sácate primero la viga de tu ojo»

Los cristianos debemos cooperar con la verdad reconociendo lo que es justo o injusto, pero sin caer en el error de convertirnos en justicieros

Actualizada 04:30

¡Qué fácil es ver los defectos de los demás! Hay personas que parecen llevar una antena interior para detectar las debilidades de los de su alrededor y que por otro lado les impide ver los defectos propios.

Jesús nos invita a ser honestos y reconocer que, por muchos errores que vea en otros, yo mismo también estoy lleno de ellos y no tengo ninguna autoridad moral para creerme mejor. Si acaso quiero corregirlos, he de hacerlo reconociendo que yo soy tal débil como ellos y, por lo tanto, no puedo condenarlos ni despreciarlos.

Vivimos un momento en el que lo que más vende son las miserias ajenas. Incluso hay programas que se llaman «del corazón» que triunfan por dedicarse a comentar las infidelidades, los defectos y las pobrezas humanas, pues parece que nos regodeamos en los fracasos de otros como si eso hiciera más llevaderos los nuestros. También en la vida pública, especialmente en la política, se van descubriendo mentiras y corrupciones que llevan al desaliento a muchas personas de buena voluntad que ven cómo a su alrededor triunfa el mal y la desfachatez.

Es el momento en el que los cristianos debemos cooperar con la verdad reconociendo lo que es justo o injusto, pero sin caer en el error de convertirnos en justicieros que van repartiendo golpes a todo aquel que se equivoca. Nosotros rechazamos el pecado pero no al pecador, que es una persona con una dignidad irrenunciable y que no se merece la descalificación sin más, pues la única razón que nos debe llevar a corregir a otros es la caridad y el amor a la justicia, no el pensar que somos mejores y que estamos investidos de una autoridad que nos cualifica para sentenciar a los pecadores.

Jesús no es así. Supo corregir a los hipócritas de su tiempo sin caer en el desprecio ni en la descalificación gratuita, pues quería siempre su bien y procuraba que se dieran cuenta del daño que se estaban haciendo a sí mismos y a los demás. Porque somos sus discípulos, Él nos invita a purificar nuestras relaciones, especialmente cuando el mal aparece e incluso nos afecta personalmente, pues no podemos caer en el error de convertirnos en árbitros del bien y del mal. El único juicio justo y verdadero es el de Dios, que a su tiempo sucederá y nosotros no debemos suplantarle.

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