El pequeño está radiante. Con una rama de olivo en una mano –de esos que abundan en Tierra Santa– y agarrando a su hermano con la otra, el pequeño se ha convertido en el protagonista –involuntario– de la procesión del Domingo de Ramos en Jerusalén, la única del mundo que discurre por las mismas calles por las que Jesús fue aclamado hace dos mil años, pocos días antes de ser crucificado. Enfundado en su hábito pardo a medida, la madre no le habrá dejado salir de casa sin su sudadera roja. Hace frío en Jerusalén, y la lluvia hizo acto de presencia durante la procesión.