Fundado en 1910
mañana es domingoJesús Higueras

«Mis ovejas escuchan mi voz, y nadie las arrebatará de mi mano»

Nada ni nadie, ni siquiera nuestros pecados o errores, podrá arrebatarnos esa mano tendida de Cristo, que en cada ocasión de nuestra vida nos vamos a encontrar

Actualizada 04:30

En el Evangelio que escucharemos mañana, aparece una de las imágenes más entrañables y conmovedoras de Cristo: la del Buen Pastor. Jesús no se presenta como un dirigente lejano ni como un juez severo, sino como Aquel que conoce a sus ovejas, que las llama una por una por su nombre y, sobre todo, que las lleva de la mano. Este gesto tan humano como divino encierra una promesa: la cercanía de Dios no es abstracta, sino concreta, tangible, íntima. Nos toma de la mano, como un padre con su hijo pequeño, como un pastor con la oveja herida, como un amigo que no nos deja caer.

La mano, en la experiencia humana, es símbolo de acción, de cuidado, de vínculo. Con las manos trabajamos, acariciamos, saludamos, bendecimos, ayudamos. Con las manos construimos el mundo y expresamos lo que a veces no logran decir las palabras. Pero también, con las manos podemos herir, rechazar, manipular. Por eso, lo que hacemos con las manos revela el corazón. En Cristo, sus manos son revelación de su amor sin medida.

Las manos de Jesús no son manos cualquiera: son manos traspasadas. Clavadas en la cruz por amor, sus llagas no desaparecen con la resurrección. El Resucitado no es un espíritu etéreo, sino el mismo que fue crucificado. Esas manos llagadas son las que nos buscan, las que nos levantan cuando caemos, las que nos acarician en nuestras heridas más profundas. Son manos que no se imponen, sino que se ofrecen. Manos abiertas, no cerradas. Manos que no retienen, sino que liberan.

Cuando el Evangelio dice que Jesús nos lleva de la mano, no habla sólo de un gesto protector. Habla de una transformación. Porque dejarse tomar de la mano por Cristo es aceptar que no podemos salvarnos solos. Es entrar en una relación donde somos conocidos en lo más íntimo —por nuestro nombre— y donde somos conducidos hacia la vida verdadera. Esa mano que se tiende hacia nosotros es la misma con la que modeló al hombre del barro en el principio. Y ahora, con esa misma mano, recrea en nosotros un corazón nuevo.

Nada ni nadie, ni siquiera nuestros pecados o errores, podrá arrebatarnos esa mano tendida de Cristo, que en cada ocasión de nuestra vida nos vamos a encontrar, pues tomó la decisión irreversible de acompañarnos y lo cumplirá hasta en final.

comentarios
tracking