Cuento (scout) de Navidad
Yo pienso en ese Niño y lo solo que se debe sentir viendo cómo muchos celebran su cumpleaños, pero no lo invitan a Él
El fuego de campamento estaba terminando aquella noche de diciembre; ya se habían echado los últimos troncos y los chavales, de entre 13 y 16 años, habían terminado todas las actuaciones que tenían preparadas. Esa edad suele ser considerada la más difícil y pocos quieren a «los niños perdidos» de la plena adolescencia; tampoco ellos a esa edad aceptan estar con cualquiera; los sentimientos suelen ser mutuos. En cambio, aquel grupo de jóvenes y adultos responsables eran una familia.
Las chispas se perdían apagándose y confundiéndose con las estrellas, a medida que ascendían, en una noche sin luna. El fuego iluminaba un amplio claro de un denso pinar costero andaluz, lo suficientemente amplio como para evitar el riesgo de que las pavesas pudieran llegar a los árboles. Tampoco era un fuego excesivamente grande y se habían tomado todas las medidas de seguridad propias de la mejor tradición scout.
Así que la fogata había transcurrido de forma divertida, espontánea, mostrándose todos tal como eran cuando se sienten seguros, sin tratar de aparentar nada a nadie, una maravilla de gente. La última actividad planteada por una de las patrullas era decir qué era la Navidad para cada uno de ellos, sin turnos forzados, en la libertad que da sentirte en confianza, sin temor a los prejuicios de otros que no te conocen y necesitan etiquetarte. Era una pregunta muy adecuada para el campamento de Navidad, unos días después de Nochebuena y antes de Nochevieja. Así que allí estaban, mirando al compañero que les lanzaba la pregunta, con los rostros iluminados por el resplandor de las llamas.
Uno empezó rompiendo el hielo con lo obvio: el nacimiento de Jesús. Otro habló de las comidas; ahí se dispararon las risas y se interrumpían unos a otros con divertidas exageraciones y anécdotas de cada casa y cada familia. Uno de los pequeños sacó el tema de los regalos; el grupo se dividió entre los que recibían por Papá Noel y los que defendían la tradición de los Reyes. Una más planteó que era tiempo para pasar en familia. La cosa se puso interesante. Familia no son los que tienes que ir a ver en Navidad, para cumplir, y luego nunca hacen por verte hasta el año siguiente, dijo otra. Uno más matizó: bueno, yo a mis titas y primas sólo las puedo ver en Navidad, pero me escriben por whatsapp o yo les mando vídeos varias veces al año; siempre están ahí. Hombre, claro, eso no es lo mismo, dijo la anterior. Por supuesto también hablaron de tiempo para salir con otros amigos (ya tenían edad de salir sin padres) y se intercambiaron anécdotas divertidas con sus pandillas en las Navidades pasadas y de planes para fin de año.
La dinámica parecía no dar más de sí, el sueño empezaba a pintarse en sus caras, echados ya unos sobre otros. El responsable pregunto: ¿Alguien más quiere decir algo? Se hizo un breve silencio. Paula, una niña de 13 años, dijo lo que a muchos les tocaba vivir, pero no querían sacar: A mí la Navidad me tocó con mi madre y fin de año con mi padre. A mí al revés, dijeron dos al mismo tiempo. Yo a mi padre lo veo en verano, no es español, dijo otra, la Navidad es con la familia de mi madre y con su novio. Algunos vieron en eso ventajas, más regalos, quizá un viaje a un lugar exótico… Pero muchos coincidieron en que era un rollo andar de una casa a otra y que preferían quedarse allí donde tenían a los amigos. A falta de una sola familia, los amigos, a su edad, eran el elemento decisivo; a muchos, sabíamos, sus padres les estaban decepcionando en esas edades.
Jefe, dijo uno de los mayores, tú estás ahí «to callao», di algo. ¡Eso, eso! Qué-ha-ble, qué-ha-ble, que-ha-ble, corearon de forma provocativa y guasona. El jefe Castor Sentado (algo propio de los scouts es tener entre ellos nombres así) sonreía, tratando de evitar decir nada. Sabía que a él se le escuchaba especialmente y por eso mismo trataba de intervenir lo mínimo. Finalmente decidió que era mejor decir algo que parecer que se estaba haciendo rogar. Se puso en pie sin decir nada, sonriendo socarronamente, una expresión que los chavales conocían de sobra. Se hizo el silencio. No quería hacerse el interesante, así que repitió la pregunta inicial para centrar el tema: ¿Qué es la Navidad?... El amor. Algunas caras miraban con curiosidad, otras bromeaban haciendo forzados parpadeos de los ojos, otras más sonrieron, hubo algún que otro «uuuuuuh» insinuante y risas breves. Se hizo de nuevo el silencio, en realidad todos querían que lo explicara.
Pablo habló al principio del nacimiento de Jesús, y así es. Pero qué es Jesús sino el amor; el Amor con mayúsculas, hecho hombre, niño, pequeño, indefenso, de una familia sencilla. Una familia a la que nadie le daba posada, no había un espacio para ellos; así como hoy muchos no le dan tiempo. Tiempo y espacio, ya sabéis, todo gira en esas coordenadas. Hay tiempo para comidas, regalos, viajes… todo lo que habéis dicho, pero apenas hay tiempo para hablar con el que celebra su cumpleaños, la causa de que todos estemos de vacaciones ahora. Es triste, ¿no? Bueno, nosotros aquí siempre lo tenemos presente, pero llegáis a casa y este mundo nuestro se desvanece, volvéis a vuestras rutinas y deja de haber tiempo para Él. Sí, ahí tenéis ese belén lleno de figuritas o ese árbol, pero son sólo adornos en muchos casos. Ya me habéis dicho los pocos que fuisteis con vuestras familias a misa el 24 o el 25. Y en muchos casos, sólo ese día y porque vais con los abuelos. No sé…, yo pienso en ese Niño y lo solo que se debe sentir viendo cómo muchos celebran su cumpleaños, pero no lo invitan a Él.
Algunas caras miraban al suelo, otras al fuego o perseguían a las centellas zigzagueantes, otras más lo miraban a los ojos; todos escuchaban. Pero dije que Navidad es amor, continuó. Porque esa es la razón por la que un Dios se hizo Niño, para que supiéramos qué narices es eso que todo el mundo dice perseguir: el amor.
Ahí estáis vosotros, que si me gusta fulanito, que si fulanita le dijo a su amiga que le gusto… Risas, caras de asentimiento… Prosiguió. Y ahí estáis sin saber bien qué es eso del amor, ni a quien preguntarle que os dé confianza. A veces en casa no tenéis el ejemplo, a veces, sí. Y ya sabéis que a mí no me gusta daros las cosas hechas; me gusta daros pistas, ¡sois scouts!, y que vosotros sigáis el rastro y encontréis la respuesta. No sois tan inútiles como muchos piensan, ni «la generación más preparada» como otros os dicen para haceros la pelota; pero tenéis un alma grande, os conozco, nos conocemos, hemos compartido muchas lunas, y tenéis curiosidad, un gran sentido de lo que es injusto, aunque quizá todavía no de lo que es justo, y una mezcla de miedo y valentía. Creedme, la Navidad es el Amor verdadero, seguid esa pista. Sólo se ama lo que se conoce, lo desconocido puede atraer y enamorar, pero para que haya amor debe haber verdad, no fantasías. ¿Conocéis de verdad a Jesús? Si no conocéis al Amor, ¿cómo lo vais a saber reconocer en otro o lo vais a saber dar? Por eso luego pasa lo que pasa tantas veces y las cosas no duran. Mirad, las estrellas llevan ahí millones de años. Eso que llamamos Amor, también, no es lo que cada uno quiera que sea, no se hace a medida, es lo que es, como las estrellas; podemos descubrir alguna nueva, pero no inventarlas o hacerlas desaparecer. No sé qué más decir. Buscad la pista de ese niño que nace en estos días y os llevará a saber qué es el Amor. Sí os digo que sólo el Amor da la paz perfecta, una paz que las cosas materiales nunca dan. Lo sabéis bien, porque nuestra vida de campamento es bien sencilla, incluso sin móviles, y estáis tan los unos para los otros que tras un par de días ni os acordáis ya del móvil. Y en la paz, en la alegría, en el esfuerzo del trabajo que aquí se hace, en el servicio que dais, hay muchas pistas de ese Amor. Y ya está, que se hace tarde. ¡Recoged los aislantes y al saco! ¡Mañana más!
José A. Ramos-Clemente y Pinto es seminarista en la diócesis de Huelva y scout