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20 de abril de 2024

Santiago Huvelle

La disyuntiva ante un embarazo no deseado

Un embarazo no deseado nos pone ante la angustia, ante el vértigo de la libertad como la llama Kierkegaard. No sabemos a qué atenernos

Actualizada 09:39

Entre todo el revuelo que ha generado la noticia del fallo de la Corte Suprema americana sobre Roe v. Wade, me ha llamado la atención un caso particular: una panelista de la CNN, @ananavarro ha intentado montar su caso a favor del aborto a partir de sus familiares discapacitados, entre los que se encuentra su propio hermano. Es decir, ¿cómo no permitir el aborto cuando existe la discapacidad? Sin embargo, no argumenta desde la eugenesia, como lo haría un Arcadi Espada, sino que intenta presentar su caso desde cierta extraña empatía. Ana Navarro quiere empatizar con los cuidadores y dice que es una hipocresía prohibir el aborto cuando el estado no ofrece ayuda a las familias que cuentan con personas dependientes. Es decir, como las ayudas del estado a las familias son insuficientes, en vez de reclamar y exigir una mejora en las ayudas, ¿por qué no deshacerse de la misma posibilidad de tener que pedir ayuda alguna? Extraña forma de empatizar a partir de un falso dilema.
Recuerdo cuando el ginecólogo nos dijo que el CIR (crecimiento intrauterino restringido) se debía con toda probabilidad –ya se había descartado cualquier problema con la placenta– a un síndrome cromosómico. Con el corazón galopando, consulté a Mr. Google sobre los síndromes cromosómicos que solían cursar CIR. Nombres que nunca había escuchado, cada uno más imposible de digerir que el anterior. Un hijo que tal vez nunca me reconociera. Un hijo que tal vez muera pronto entre pasillos de hospital, rodeado de sondas, cables, máquinas y oxígeno. La vida como habíamos podido imaginar con mi mujer, de repente, estallaba en mil fragmentos.
Recuerdo sentir que se abría un abismo en mi interior y que el corazón pesaba tanto que producía vértigo. Si lo hablaba con algún amigo era simplemente para descargar un tumulto de palabras que no producían ningún desahogo. Había llegado a un punto, después de mucho esfuerzo y sacrificio, en el que creía haber cogido por fin las riendas de mi vida: casado con una mujer maravillosa, dos hijos estupendos, dedicándome a aquello para lo que me había preparado tantos años y de repente, algo que no quería, algo que rechazaba casi físicamente venía a sacudirlo todo. Algo de fuera, algo inesperado ante lo que se me revelaba toda mi impotencia e insuficiencia.
No quiero hacer de mi vivencia personal un «argumento» en el debate sobre el aborto. No creo que sean muchas las personas que elijan el aborto por seguir unas ideas. Más bien me parece que todo el ideario que viene a sostener y justificar el aborto aparece después, una vez se ha realizado el acto. Donde quiero situarme con esta desnudez mía ante un embarazo «no deseado», es precisamente allí donde se encuentran las personas antes de acudir a la clínica abortista: en el corazón de la angustia. Un embarazo no deseado nos pone ante la angustia, ante el vértigo de la libertad, como la llama Kierkegaard. No sabemos a qué atenernos. La idea que tenemos de nuestra vida de repente se desintegra, ¿cómo voy a poder vivir con esto? ¿Acaso no tengo que morir a la vida que conozco y nacer a una vida nueva?
Repito: algo de fuera emerge como un poder amenazante, un algo ante el que nos sentimos pequeños y ante lo cual no cabe sino reconocer que nuestra vida no depende en última instancia de nosotros. Un junco, como decía Pascal, a merced de la tempestad que nos rodea. Un espejo de nuestra propia nada.
No supimos poner nombre al síndrome hasta que nuestro hijo nació y llegaron las pruebas genéticas. Sin embargo, durante los meses de espera la angustia había empezado, poco a poco, a retroceder. Y no porque empleara contra ella mis armas dialécticas. La clave fue asomarme a otras vidas. Fue el testimonio de familias con hijos como el mío -al que todavía no había conocido -lo que emergieron como faro de luz disipando las sombras de la angustia. ¡Había posibilidad de sentido! Esas familias dejaban ver que se podía vivir con sentido, que se podía amar y vivir con radical plenitud en aquellas circunstancias extraordinarias.
De más está decir que mi hijo Juan es hoy la lumbre de mi familia y el tesoro de mi corazón herido. No solo había posibilidad de sentido. Lo inesperado puede ser también aquello que viene a salvarte, aunque tú no lo sepas todavía.
Ante el embarazo no deseado solo se abren dos caminos. La angustia se infla insoportable y te anima a tomar el camino corto. No la escuches. Hay posibilidad de sentido y quién sabe, tal vez detrás de la noche se oculte el Sol que viene a salvarte.
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