Cinco razones contra la soledad
«Si conoces, has de saber que has sido conocida de antemano; si eliges, has de saber que has sido elegida; si crees, has de saber que has sido creada para esto; si amas, has de saber que has sido formada para el amor»
«Vivimos todos en el seno de una nebulosa de determinismos e influencias de tipo biológico, familiar, social, psicológico, cultural. Pero cuando esta nebulosa se coagula y lastra un 'yo', al que reduce a una marioneta manipulada desde dentro, este 'yo' se hunde en el infierno de una auto-encarcelación, entre pasividad y torbellinos pasionales; es tiranizado a la vez por un magma de fuerzas venidas del exterior y porque rechaza toda verdadera alteridad y en primer lugar, ferozmente, la alteridad por excelencia: la del totalmente Otro. El infierno es cuando el Otro ya no está en nosotros, cuando ya no tiene acceso a nuestra conciencia, a nuestros pensamientos, a nuestro corazón. El infierno es cuando ya no hay nada más que «yo», pero un yo insular, abandonado por todos-y por él mismo-; un «yo» aturdido de soledad, tullido de indiferencia, agotado de rebelión estéril, hundido en su propio vacío; cuando ya no hay nadie; ni alrededor, ni por encima, ni dentro de uno mismo.
Una privación de vida en la corriente misma de la vida, un gusto a muerte mucho antes de que llegue la muerte; que afecta a los extenuados por la pobreza y también a la gente normal y a los pudientes cuando se han quedado vacíos de amor, cuando han perdido sus deseos convirtiéndolos en envidias y caprichos, cuando se han hartado de diversiones, de rencores y, finalmente, de aburrimiento". Silvie Germain. Cuatro actos de presencia. 'Santa Verónica', de Mattia Preti.
"El rostro de Cristo crucificado se imprime en nosotros como si su icono se renovara de repente. Cristo muere como hombre y su muerte nos abre los ojos. A veces nos quedamos sorprendidos: si lo hemos tenido con nosotros toda la vida desde nuestra creación, ¿por qué antes no lo hemos reconocido? ¿Será que ha preferido guardar el anonimato, mantenerse invisible, pasar desapercibido? O en nuestra existencia cotidiana ¿no éramos suficientemente puros o iluminados por él?
Su imagen está siempre con nosotros, pero no se impone a nadie, no da órdenes. Esa imagen está impresa en el tejido de nuestras esperanzas, en la materia de nuestras palabras, en el proyecto de nuestros actos, como modelo preestablecido: el rostro del sudario que nuestros ojos descubren solo gracias a una situación que nos arrastra y golpea(...). No tiene por qué tratarse de la aflicción del dolor o de la muerte cercana, sino de un golpe en la cáscara de nuestro 'yo' satisfecho de su buen sentido, con sus propiedades morales de bondad o maldad, de un choque que provoca el empobrecimiento o la sequedad extrema de nuestra vida. Con los pensamientos, las preocupaciones, gozos, problemas, su frescura vital se va no se sabe adónde y nuestro yo se queda como un pez en un río seco. Entonces el rostro se revela y así nos despierta. Como si explotara en nosotros. «Dios, ¿dónde estás Tú?». Muchas personas han perdido la fe ante esta pregunta, pero muchos más la han encontrado. Porque la respuesta, como es sabido, se encuentra ya en ese «Tú». ¿Tú estás, Tú existes? Tú existes. Pero entre la pregunta y la afirmación se interpone con frecuencia un escándalo, una herida, un terremoto. Tu culpabilidad irrefutable ¿no es la prueba-más irrefutable aún-de la existencia de Dios? Si el mal, el dolor, lo absurdo existen, existe también la justicia, la belleza, la esperanza(...). Esta belleza está en ti. Por tanto, «Tú existes»(...). No soy yo quien entra en juicios Contigo. Entonces, ¿quién eres Tú? ¿Eres Tú acaso esa verdad que aflora desde el fondo de nuestro yo cuando la proximidad de la muerte la revela?". Vladímir Zelinski. Revélame tu rostro. Detalle de 'Autorretrato' de Rembrandt
«Me es imposible describir aquí la variedad de formas en las que se manifestaba a mi espíritu la extinción de cualquier vida que yo pudiera contemplar. Recuerdo con viveza una de las más características de aquellos días: estaba leyendo(...), con la cabeza apoyada en la mano; de repente tuve la sensación de estar sosteniendo mi cráneo y de estar como contemplándolo mentalmente desde fuera. No entendiendo lo que me pasaba, intentaba liberarme de las experiencias que habían interrumpido la evolución sosegada de mi trabajo(...). Todo lo que estaba sujeto a la corrupción se devaluaba ante mis ojos. Cuando miraba a los hombres(...), los veía en poder de la muerte, muriendo, y mi corazón se compadecía de ellos(...). Despreciaba la riqueza material y tenía en poca consideración la intelectual, que no daba respuesta a mi búsqueda. Si me hubieran ofrecido siglos de vida feliz, no los hubiera aceptado. Mi espíritu necesitaba la eternidad, y la eternidad, como después lo entendí, estaba delante de mí, regenerándome. Vivía ciego, sin razón. La eternidad llamaba a la puerta de mi alma, cerrada en sí misma por temor, pero yo no lo sabía».
Archimandrita Sophrony. Ver a Dios como Él es. Detalle de 'San Pedro penitente' de José de Ribera.
"El conocimiento previo de Dios sobre ti es su bondad hacia ti: la predestinación es la bondad que ya está actuando. La elección es la obra misma. El conocimiento es el sello de la gracia(...). Si conoces, has de saber que has sido conocida de antemano; si eliges, has de saber que has sido elegida; si crees, has de saber que has sido creada para esto; si amas, has de saber que has sido formada para el amor. Cuando el esposo te crea con este fin, reposa en ti; cuando te atrae a sí, reposas con él y él te alimenta. Allí te instruye también la experiencia de la luz y el calor del mediodía, porque en la luz de Dios se ve la luz, y por la grandeza y pureza de su amor el Espíritu santo revela a la conciencia del hombre que es el Hijo de Dios. Pues nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien él quiere revelarse.
Sólo la luz del rostro de Dios nos enseña esto; el sentido de la vida por obra del Espíritu Santo muestra esto, gracia por gracia, un gran disfrute del sumo bien como premio a un gran anhelo. El alma sólo se conoce a sí misma, quién es, de qué es capaz, cuando se encuentra en esta realidad".
Guillermo de Saint-Thierry. Exposición sobre el Cantar de los cantares. Detalle de George de la Tour
"Volví la cara hacia el interior de la habitación y me quedé petrificado. Allí estaba él. Yo no lo veía, yo no lo oía, yo no lo tocaba. Pero él estaba allí. En la habitación no había más luz que la de una lámpara eléctrica de esas diminutas, de una o dos bujías, en un rincón. Yo no veía nada, no oía nada, no tocaba nada. No tenía la menor sensación. Pero él estaba allí. Yo permanecía inmóvil, agarrotado por la emoción. Y le percibía; percibía su presencia con la misma claridad con que percibo el papel en que estoy escribiendo y las letras-negro sobre blanco- que estoy trazando. Pero no tenía ninguna sensación en la vista, ni en el oído, ni en el tacto, ni en el olfato, ni en el gusto. Sin embargo, le percibía allí presente, con entera claridad. Y no podía caberme la menor duda de que era él, puesto que le percibía, aunque sin sensaciones. ¿Cómo es esto posible? Yo no lo sé. Pero sé que él estaba allí presente y que yo, sin ver, ni oír, ni oler, ni gustar, ni tocar nada, le percibía con absoluta e indubitable evidencia. Si se me demuestra que no era él o que yo deliraba, podré no tener nada que contestar a la demostración, pero tan pronto como en mi memoria se actualice el recuerdo, resurgirá en mí la convicción inquebrantable de que era él, porque lo he percibido.
No sé cuánto tiempo permanecí inmóvil y como hipnotizado ante su presencia. Sí sé que no me atrevía a moverme y que hubiera deseado que todo aquello-él allí- durara eternamente, porque su presencia me inundaba de tal y tan íntimo gozo, que nada es comparable al deleite sobrehumano que yo sentía. Era como una suspensión de todo lo que en el cuerpo pesa y gravita, una sutileza tan delicada de toda mi materia, que dijérase no tenía corporeidad, como si yo hubiese sido transformado en un suspiro o céfiro o hálito. Era una caricia infinitamente suave, impalpable, incorpórea, que emanaba de él y me envolvía y me sustentaba en vilo, como la madre que tiene en sus brazos al niño. Pero sin ninguna sensación de tacto".
Manuel Gª Morente. El hecho extraordinario 'El joven jardinero' de Orest Kripensky.