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06 de mayo de 2024

Sita y Quique

Sita y QuiqueG.A.

Sita y Quique, 46 San Valentines juntos, y sumando: «Si confías en Él, el Señor no te abandona»

Este matrimonio orensano repasa su trayectoria, de Venezuela a Fuengirola, y las claves que han aprendido para alcanzar la felicidad en la vida conyugal

Sita y Quique se conocieron en el hospital, por casualidad. «Cuando la vi, dije: 'Esta tiene que ser para mí'», recuerda Enrique Martínez –Quique–, que entonces tenía 18 años y había viajado desde Venezuela hasta Orense para hacer la mili, como voluntario. María Luisa Álvarez –Sita– tenía 14. Corría el año 1975, y la joven pareja no sabía aún lo que se les venía encima.
«El inicio de nuestro matrimonio fue como una escalada», comenta él ahora, sentado junto a ella en el salón de su piso en Orense. Llevan casados 46 años, y en este día de San Valentín miran con cariño su trayectoria y la acción de Dios en su vida –tres hijas y, de momento, tres nietas dan testimonio de ello–, pero en aquel momento solo veían negrura. Una oscuridad que empezó a cernirse sobre los novios cuando Quique terminó el servicio militar.
Site y Quique miran por la ventana de su casa en Orense mientras recuerdan su vida en Caracas y Fuengirola

Site y Quique miran por la ventana de su casa en Orense mientras recuerdan su vida en Caracas y FuengirolaG.A.

Todo tiene su fin

«Mi idea siempre fue casarme con Sita, pero –tal vez por falta de madurez, o de autonomía– decidí volver a Venezuela con mis padres, sin decírselo a ella antes». «Él no tenía otra opción», cuenta ella ahora, y recuerda el día en que Quique aparcó el coche frente a la casa de sus padres. «Movía el volante –recuerda su mujer–, pero no hablaba… y en la radio sonó la canción de Los Módulos, Todo tiene su fin».
«Le pregunté '¿qué te pasa?', y me dijo: 'Que me voy'», relata Sita, que en ese momento sintió «como si la tierra se abriera». Y él añadió: «Me marcho mañana, pero no te preocupes: en cuanto llegué le escribiré a tu padre; nos vamos a casar por poderes». Así fue, y una semana después llegaba al pueblo un sobre de Caracas con dos cartas: una para Sita y otra para su padre.
La preparación para la boda tuvo lugar a distancia, con la oposición de los padres de él. «No me apoyaron nada», lamenta. Por imposición, Quique no pudo asistir a su propia boda –«ese día estuve trabajando», señala–, que tuvo lugar a 7.000 kilómetros, en la catedral de Ourense. «Al salir de la iglesia, le llamé, pero todo fue muy frío; no quise ninguna foto», recuerda Sita.
Los ya esposos no se reencontraron hasta varios meses después, por la dificultad de conseguir los permisos de entrada y residencia en Venezuela. «Además, los vuelos no eran como ahora: pasé un mes con la maleta preparada, yendo cada día a la agencia de viajes para preguntar si había plazas libres», comenta ella. Cuando por fin pudo volar –de un día para otro, a toda prisa–, se enfrentó con la incomprensión de los padres de él y una convivencia difícil: «Tenía 18 años y me aferré a la fe; para mis adentros decía: 'O Quique o nadie más'».
Capilla de Nuestra Señora de Fátima en los Boliches, en Fuengirola

Capilla de Nuestra Señora de Fátima en los Boliches, en Fuengirola

«Un regalo del cielo»

Tras un año viviendo en Caracas, volvieron a España. «Fuimos a Fuengirola, en Málaga: no conocíamos a nadie, no teníamos trabajo… Fue de los momentos más bonitos de nuestra vida; nos descubrimos juntos», recuerda Quique, agarrando fuerte la mano de su mujer. «Fue un regalo del cielo», añade ella, que llegó embarazada de dos meses.
Quique empezó a trabajar en la construcción, y más adelante compró con la ayuda –aquí sí– de sus padres un taxi. «Encontramos gente maravillosa en la parroquia, gente que me ofreció trabajo; más que amigos, fueron familia, abuelos para nuestras hijas», recuerda. Fue también entonces cuando volvió a acercarse a la fe de su infancia: «Sita fue quien de verdad me introdujo en la fe». «¡Pero me lo pusiste muy fácil!», responde ella. «Si tú confías en el Señor y cuentas con Él en tu vida y en tus proyectos, no te abandona», asegura.
Después de 12 años en la localidad malagueña, decidieron volver a Orense, donde se habían conocido. Los padres de Quique también estaban viviendo allí entonces, y era la oportunidad de sanar aquella relación. En la ciudad gallega encontraron de nuevo acogida en una parroquia, nuevas oportunidades laborales –Quique fue comercial de tractores y pastelero– y un nuevo regalo del cielo para su matrimonio: Equipos de Nuestra Señora (ENS), un movimiento eclesial centrado en la espiritualidad conyugal fundado en 1939 por el sacerdote Henri Caffarel.

De la mano de María

«¡María tiene mucho empeño en que estemos juntos, a pesar de nuestras tonterías, regaños y enfados!», asegura Quique. En concreto, se sienten muy acompañados por la Virgen de Fátima: su aniversario de boda se celebra en plena novena, su parroquia en Orense está dedicada a esta advocación… y en Fuengirola pasaron muchos fines de semana construyendo una pequeña ermita a la Virgen de Fátima en el Paseo Marítimo, cavando zanjas, poniendo ladrillos y recaudando fondos.
Preguntados por cuál es la clave para ser felices en el matrimonio, después de todo por lo que han pasado, lo tienen claro: «El diálogo, abrirse al otro y hablar en verdad, y si es en presencia del Señor, ¡mejor!». También destacan la importancia de la oración conyugal y de la fraternidad, compartir la vida matrimonial con una comunidad de amigos que rezan contigo y te acompañan humana y espiritualmente.
Además, insisten en la importancia de la sexualidad y de reservar momentos íntimos para los esposos, sin hijos. ¿Y en las crisis? «Tormentas siempre va a haber, incluso con rayos, pero hay que intentar ver que el sol sigue ahí, detrás; ver lo bueno del otro, pedir perdón y perdonar, sin condiciones», reflexiona Sita, y añade: «El amor es como una flor, hay que mimarlo, y el mimo es estar pendiente el uno del otro aun en los momentos difíciles».
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