Sita y Quique se conocieron en el hospital, por casualidad. «Cuando la vi, dije: 'Esta tiene que ser para mí'», recuerda Enrique Martínez –Quique–, que entonces tenía 18 años y había viajado desde Venezuela hasta Orense para hacer la mili, como voluntario. María Luisa Álvarez –Sita– tenía 14. Corría el año 1975, y la joven pareja no sabía aún lo que se les venía encima.
«El inicio de nuestro matrimonio fue como una escalada», comenta él ahora, sentado junto a ella en el salón de su piso en Orense. Llevan casados 46 años, y en este día de San Valentín miran con cariño su trayectoria y la acción de Dios en su vida –tres hijas y, de momento, tres nietas dan testimonio de ello–, pero en aquel momento solo veían negrura. Una oscuridad que empezó a cernirse sobre los novios cuando Quique terminó el servicio militar.
«Mi idea siempre fue casarme con Sita, pero –tal vez por falta de madurez, o de autonomía– decidí volver a Venezuela con mis padres, sin decírselo a ella antes». «Él no tenía otra opción», cuenta ella ahora, y recuerda el día en que Quique aparcó el coche frente a la casa de sus padres. «Movía el volante –recuerda su mujer–, pero no hablaba… y en la radio sonó la canción de Los Módulos, Todo tiene su fin».
«Le pregunté '¿qué te pasa?', y me dijo: 'Que me voy'», relata Sita, que en ese momento sintió «como si la tierra se abriera». Y él añadió: «Me marcho mañana, pero no te preocupes: en cuanto llegué le escribiré a tu padre; nos vamos a casar por poderes». Así fue, y una semana después llegaba al pueblo un sobre de Caracas con dos cartas: una para Sita y otra para su padre.
La preparación para la boda tuvo lugar a distancia, con la oposición de los padres de él. «No me apoyaron nada», lamenta. Por imposición, Quique no pudo asistir a su propia boda –«ese día estuve trabajando», señala–, que tuvo lugar a 7.000 kilómetros, en la catedral de Ourense. «Al salir de la iglesia, le llamé, pero todo fue muy frío; no quise ninguna foto», recuerda Sita.
Los ya esposos no se reencontraron hasta varios meses después, por la dificultad de conseguir los permisos de entrada y residencia en Venezuela. «Además, los vuelos no eran como ahora: pasé un mes con la maleta preparada, yendo cada día a la agencia de viajes para preguntar si había plazas libres», comenta ella. Cuando por fin pudo volar –de un día para otro, a toda prisa–, se enfrentó con la incomprensión de los padres de él y una convivencia difícil: «Tenía 18 años y me aferré a la fe; para mis adentros decía: 'O Quique o nadie más'».
Tras un año viviendo en Caracas, volvieron a España. «Fuimos a Fuengirola, en Málaga: no conocíamos a nadie, no teníamos trabajo… Fue de los momentos más bonitos de nuestra vida; nos descubrimos juntos», recuerda Quique, agarrando fuerte la mano de su mujer. «Fue un regalo del cielo», añade ella, que llegó embarazada de dos meses.
Quique empezó a trabajar en la construcción, y más adelante compró con la ayuda –aquí sí– de sus padres un taxi. «Encontramos gente maravillosa en la parroquia, gente que me ofreció trabajo; más que amigos, fueron familia, abuelos para nuestras hijas», recuerda. Fue también entonces cuando volvió a acercarse a la fe de su infancia: «Sita fue quien de verdad me introdujo en la fe». «¡Pero me lo pusiste muy fácil!», responde ella. «Si tú confías en el Señor y cuentas con Él en tu vida y en tus proyectos, no te abandona», asegura.
Después de 12 años en la localidad malagueña, decidieron volver a Orense, donde se habían conocido. Los padres de Quique también estaban viviendo allí entonces, y era la oportunidad de sanar aquella relación. En la ciudad gallega encontraron de nuevo acogida en una parroquia, nuevas oportunidades laborales –Quique fue comercial de tractores y pastelero– y un nuevo regalo del cielo para su matrimonio: Equipos de Nuestra Señora (ENS), un movimiento eclesial centrado en la espiritualidad conyugal fundado en 1939 por el sacerdote Henri Caffarel.
«¡María tiene mucho empeño en que estemos juntos, a pesar de nuestras tonterías, regaños y enfados!», asegura Quique. En concreto, se sienten muy acompañados por la Virgen de Fátima: su aniversario de boda se celebra en plena novena, su parroquia en Orense está dedicada a esta advocación… y en Fuengirola pasaron muchos fines de semana construyendo una pequeña ermita a la Virgen de Fátima en el Paseo Marítimo, cavando zanjas, poniendo ladrillos y recaudando fondos.
Preguntados por cuál es la clave para ser felices en el matrimonio, después de todo por lo que han pasado, lo tienen claro: «El diálogo, abrirse al otro y hablar en verdad, y si es en presencia del Señor, ¡mejor!». También destacan la importancia de la oración conyugal y de la fraternidad, compartir la vida matrimonial con una comunidad de amigos que rezan contigo y te acompañan humana y espiritualmente.
Además, insisten en la importancia de la sexualidad y de reservar momentos íntimos para los esposos, sin hijos. ¿Y en las crisis? «Tormentas siempre va a haber, incluso con rayos, pero hay que intentar ver que el sol sigue ahí, detrás; ver lo bueno del otro, pedir perdón y perdonar, sin condiciones», reflexiona Sita, y añade: «El amor es como una flor, hay que mimarlo, y el mimo es estar pendiente el uno del otro aun en los momentos difíciles».
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