Al cansancio de la largas jornadas de un sitio a otro hay que añadir manías del séquito papal, como el vicio fumador del cardenal Tarancón que llevó como pudo su empedernida dependencia del tabaco, como aquella noche del 3 de noviembre en la Nunciatura y a los postres, ya no debió aguantar más, y alguien le preguntó al Papa si Tarancón podía liarse un pitillo, a lo que Wojtyla respondió: «Que fume , que fume...». Además, en España afianzó su gusto por la paella; gusto que, paradójicamente, no había cogido en nuestro país sino en casa del embajador español en Ghana y que alguien confesó a las religiosas, que confeccionaron el menú de aquellos días. La tercera paella de su vida la comió Juan pablo II en Valencia y, a lo largo de su extenso y fecundo pontificado, siguió repitiendo nuestro típico plato con mucho gusto.