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05 de mayo de 2024

Juana de Arco en la coronación de Carlos VII, por Jean-Auguste-Dominique Ingres, 1854

Juana de Arco en la coronación de Carlos VII, por Jean-Auguste-Dominique Ingres, 1854

Ni guerrera ni bruja ni francesa: todo lo que no sabes de santa Juana de Arco

Juana de Arco es una de las figuras más emblemáticas de la historia de Francia y de la Iglesia católica. Su valentía, su fe y su destino trágico la han convertido en un símbolo de inspiración para muchas generaciones

De la vida y la personalidad de Juana de Arco, hay muchos aspectos que no son tan conocidos o que han sido objeto de controversia y debate. Lo que está claro es que Juana fue una mujer extraordinaria, que marcó la historia de su tiempo y que sigue siendo un referente de valor, de fe y de esperanza para muchas personas.
Aunque provenía de una familia campesina y no recibió una educación formal, eso no significa que fuera analfabeta. De hecho, sabía leer y escribir en francés, y también tenía nociones de latín. Así lo demuestran las cartas que escribió a diversas autoridades, como el rey de Francia, el duque de Borgoña o el Papa, en las que expresaba sus ideas y sus demandas con claridad y firmeza. Además, durante su proceso de condena, Juana demostró tener un gran conocimiento de la Biblia y de la doctrina cristiana, y supo defenderse con inteligencia y astucia de las trampas y las acusaciones de los jueces.

No era una guerrera

A pesar de su fama de heroína militar, Juana de Arco no era una guerrera en el sentido estricto de la palabra. Es decir, no participaba directamente en los combates, ni mataba a nadie, ni usaba armas ofensivas. Su papel era más bien el de una líder espiritual y una estratega, que inspiraba y guiaba a los soldados franceses con su presencia, su carisma y su bandera. Juana portaba una espada, pero solo la usaba para defenderse o para golpear a los soldados que cometían actos de violencia o de pillaje. También llevaba una armadura, pero no era la típica de los caballeros, sino una adaptada a su figura femenina.

No era una santa

Aunque Juana de Arco fue canonizada por la Iglesia católica en 1920, y es venerada como santa por millones de fieles, lo cierto es que ella nunca se consideró una santa, ni pretendió serlo. Juana era consciente de su condición humana y pecadora, y de su necesidad de la gracia de Dios. Por eso, se confesaba con frecuencia, y pedía perdón por sus faltas. Además, nunca afirmó haber recibido una revelación divina directa, sino que siempre se refirió a sus visiones y voces como «mensajes» o «consejos» de los santos, especialmente de san Miguel, santa Catalina y santa Margarita. Juana no se atribuía ningún poder sobrenatural, ni hacía milagros, ni buscaba su propia gloria, sino que se sometía a la voluntad de Dios y de la Iglesia.

No era una bruja

La razón principal por la que Juana de Arco fue condenada a la hoguera fue la acusación de herejía y brujería. Los ingleses y sus aliados, que la consideraban una amenaza para sus intereses políticos y militares, la acusaron de haber pactado con el diablo, de practicar la magia y de vestir ropas masculinas. Sin embargo, todas estas acusaciones eran falsas y carecían de fundamento. Juana nunca renegó de su fe católica, ni adoró a ningún ídolo, ni usó ningún talismán o hechizo. Su anillo, que le fue confiscado y que supuestamente tenía poderes mágicos, solo tenía grabadas las palabras «Jesús» y «María». Su vestimenta, que le fue impuesta por razones de seguridad y de decencia, no era un signo de rebeldía o de perversión, sino de obediencia y de castidad.

No era francesa

Otra de las paradojas de la vida de Juana de Arco es que, aunque es considerada como la máxima representante del patriotismo francés, ella no era realmente una francesa, al menos no en el sentido moderno de la palabra. Juana nació en una región que en aquel entonces pertenecía al ducado de Lorena, que era un estado independiente y soberano, y que no formaba parte del reino de Francia. Juana hablaba un dialecto local, que se diferenciaba del francés estándar, y que le causaba dificultades para comunicarse con algunas personas. Juana tampoco tenía una idea clara de lo que era Francia, ni de sus fronteras, ni de su identidad nacional. Lo que ella defendía era la causa del rey legítimo, Carlos VII, al que consideraba como el ungido de Dios y el protector de la Iglesia.
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