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18 de mayo de 2024

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Retablo de Boulbon, (1450). Originario del altar mayor de la Capilla Saint-Marcellin, Boulbon, (Francia)

Benedicto VIII: las luces del Papa guerrero y de la profesión trinitaria de la fe

En medio de esa oscuridad y de esas luchas de poder, hubo rayos de luz que dieron esperanza a una Iglesia que parecía que estaba en total y absoluta decadencia

«Cualquier tiempo pasado fue mejor» sentencian algunos, quizá añorando una época pretérita en la que no había tantos problemas, ni tantas preocupaciones o si los había quedaban compensados por grandes momentos de gloria y esplendor en una nación, en una ciudad e incluso en la Iglesia. Sí, también hay quienes en la Iglesia miran el pasado con añoranza, como si todo lo que hubo en la cristiandad de siglos anteriores fueran hechos de los que los cristianos podamos enorgullecernos.

El siglo de hierro

Sin embargo, basta una mirada a lo que sucedió para darse cuenta de que no fue así. Con frecuencia hay que recordar que San Juan Pablo II pidió perdón por los pecados de los hijos de la Iglesia, porque hubo, hay y habrá momentos en la historia del cristianismo de los que no podemos enorgullecernos ni considerarlos ejemplares. Y uno de esos momentos, me atrevo a decir uno de los más terribles, fue el conocido como «siglo de hierro», es decir, la época que transcurrió entre finales del siglo IX y principios del siglo XI, en plena Edad Media, cuando la investidura laica y las luchas de poder entre las familias nobles italianas, el emperador bizantino y el papa provocaron estragos en la Iglesia. Entonces la sucesión en la sede de Pedro se convirtió en ocasiones en un sangriento juego de tronos.
Bula de Benedicto VIII

Bula de Benedicto VIII

Luz entre las sombras

Sin embargo, en medio de esa oscuridad y de esas luchas de poder, hubo rayos de luz que dieron esperanza a una Iglesia que parecía que estaba en total y absoluta decadencia. Surgió la reforma monástica de Cluny que dio un nuevo impulso a la vida religiosa y renovó a la Iglesia. Al mismo tiempo, la dinastía de los Otones, que se hace con el trono del Sacro Imperio Germánico, emplea su poder para que la Iglesia pudiera superar la crisis que estaba viviendo. Y es en este ambiente de crisis y renovación cuando es elegido papa Benedicto VIII.

Benedicto VIII fue el primer Papa que introdujo de forma oficial en el Símbolo de fe de la Iglesia el conocido como 'Filioque'

Aparición de la Virgen María a san Bernardo, de Filippo Lippi

Aparición de la Virgen María a san Bernardo, de Filippo Lippi

Miembro de la familia de los Túsculo, que disputaba el poder en Roma a la poderosa familia de los Crescencios, supo aliarse con el emperador Enrique II, último de la dinastía otoniana, para introducir cambios en la vida de la Iglesia que la reformaran basándose en los ideales monásticos introducidos por la orden cluniacense. Así, Papa y emperador se empeñaron en eliminar el concubinato en el que vivían los sacerdotes, condenó y persiguió la simonía, entendida en esta época como compra de cargos eclesiásticos, y estableció una edad mínima para la ordenación sacerdotal.
Ahora bien, no podemos olvidar que pese a estas reformas de carácter moral que llevo adelante, Benedicto VIII, como la gran mayoría de los papas de su época, tenía mentalidad feudal y gobernó la Iglesia como un señor feudal, por eso no nos debe extrañar que el papa tomase parte en la batalla contra los árabes que se había apropiado de Cerdeña. Y frente a los intentos del emperador bizantino por recuperar los territorios en Italia, el Papa apoyó a los normandos que se habían asentado en la península itálica. Ambos hechos, la victoria sobre los musulmanes para liberar Cerdeña y el apoyo a los normandos contra bizantinos dieron a Benedicto VIII gran fama entre el pueblo romano.
Por último, cabe destacar que Benedicto VIII fue el primer Papa que introdujo de forma oficial en el Símbolo de fe de la Iglesia el conocido como Filioque, es decir, la fórmula que afirma que el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo, lo que sirvió de excusa, años más tarde, al patriarca de Constantinopla, Miguel Cerulario, para provocar el cisma de Oriente.
  • Andrés Martínez Esteban es profesor de Historia en la Universidad san Dámaso de Madrid
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