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Francisco Cerro Chaves junto a la imagen de la Virgen de Guadalupe, patrona de Extremadura y Toledo

Entrevista a Francisco Cerro, Arzobispo de Toledo

El arzobispo de Toledo: «No podemos vivir solo de emociones; la fe tiene que madurar en la vida diaria»

Con motivo de su visita al Papa Francisco, El Debate profundiza con monseñor Francisco Cerro sobre la actualidad de la segunda diócesis con más seminaristas en España

Roma vuelve a ser, una vez más, punto de encuentro y reflexión para la Iglesia española. En esta ocasión, el arzobispo primado de España, don Francisco Cerro Chaves, ha viajado a la capital italiana para acompañar, junto a los obispos de la provincia eclesiástica, a los seminaristas de la diócesis de Toledo para participar en una audiencia privada con el Papa Francisco, programada para la mañana de este jueves, 7 de noviembre.

El encuentro lleva al corazón de la Iglesia la realidad singular de Toledo: una diócesis que, en pleno declive vocacional en Europa, sigue siendo un referente en la formación de nuevos sacerdotes. Con casi 90 seminaristas, solo superada por Madrid, Cerro ve en esta situación un compromiso firme en formar hombres de oración «que sepan dar razones de su esperanza».

Consciente de los desafíos de la secularización, el arzobispo aborda el reto de formar a jóvenes que no solo se preparen para una vida de servicio, sino que lo hagan también siendo consciente de que «la misión de la Iglesia no puede sostenerse sin el compromiso activo de los laicos».

Este compromiso ha quedado patente en momentos de crisis. Ante la reciente tragedia de la DANA, que ha devastado diversas regiones de España y ha dejado numerosas víctimas, la diócesis de Toledo, con el apoyo de Cáritas, la pastoral juvenil, las parroquias y la Fundación Rebeca Tejeiro, logró recaudar 225.000 euros para ayudar a los afectados. Una respuesta que, según el arzobispo, es reflejo del espíritu de servicio y solidaridad que la diócesis busca vivir, involucrando tanto a sacerdotes como a laicos en la ayuda a quienes más lo necesitan, para lograr «ser auténticos en nuestro acompañamiento».

El arzobispo de Toledo junto al Papa Francisco

El arzobispo de Toledo junto al Papa Francisco en uno de sus encuentros

Encauzar las aguas de la vocación

— En un contexto de escasez de vocaciones en Europa, Toledo destaca como una de las diócesis con más seminaristas, solo superada por Madrid. ¿A qué atribuye este fenómeno?

— Toledo cuenta con casi 90 seminaristas mayores, lo que lo convierte en uno de los seminarios más grandes de España. Este fenómeno tiene varias causas. Primero, bajo el liderazgo de don Marcelo, el arzobispo que estuvo aquí, se trabajó de forma muy seria y profética en el seminario, brindando un impulso a la pastoral, la cual se centró en la formación sólida, en la espiritualidad profunda, en el amor a la Iglesia y en la enseñanza de una doctrina seria.

A lo largo de los años, los arzobispos que le siguieron han mantenido esta línea de trabajo. Además, Toledo tiene una rica historia de mártires, especialmente aquellos que murieron durante la Guerra Civil, y esto ha sido semilla de vocaciones.

Otros también señalan que el gran número de sacerdotes jóvenes en Toledo ha favorecido una pastoral juvenil efectiva, con un enfoque serio en acompañar espiritualmente a los jóvenes y fomentar su encuentro personal con Jesucristo. Este enfoque contribuyó a que muchos se plantearan la pregunta vocacional: «¿Qué quiere Dios de mí?».

— Hablando de pastoral juvenil, en los últimos años hemos visto a muchos jóvenes acercarse a movimientos y a la adoración eucarística. Especialmente después de la pandemia, parece haber un deseo más profundo de encontrar respuestas. Sin embargo, vivimos en una sociedad cada vez más secularizada. ¿Cómo puede un joven católico mantener viva su vocación en estos tiempos?

— La Iglesia en España prepara para febrero un Congreso Nacional de Vocaciones, que reunirá a más de 3.000 personas. En este evento se tratarán todas las vocaciones: sacerdotal, matrimonial y de vida consagrada. El objetivo es fomentar una cultura de la vocación, donde cada cristiano se cuestione: «Señor, ¿Qué quieres de mí?». En el fondo, toda persona, todo cristiano, al encontrarse con Jesucristo, debe hacerse esa pregunta. La experiencia nos dice que realmente hay muchos que se plantean por qué no ser sacerdote, por qué no consagrar la vida a Dios o por qué no formar un matrimonio cristiano, como Dios manda, algo también muy necesario hoy. Sin embargo, para todo ello es fundamental fomentar un encuentro con Cristo.

Después, ese encuentro debe ser acompañado, para encauzar esa vocación, ya sea por un sacerdote o por alguien que los guíe. Es vital también que descubran el lugar donde puedan vivir esa vocación. Las vocaciones, en cualquiera de sus formas, requieren encontrar un espacio donde desarrollarse, como sucede en el matrimonio, donde también se requiere encontrar a la persona adecuada. Hoy en día no es fácil plantearse una vocación porque, muchas veces, en el mundo en el que vivimos no se valora lo que significa seguir a Cristo, pero cuando uno realmente descubre el gozo y la alegría de seguir a Jesús, todo cambia. Para mí, vivir una vocación cristiana no es una carga, es como ganar la lotería. Es un gozo inmenso poder entregar la vida a Jesucristo.

La vocación cristiana es ganar la loteríaDon Francisco Cerro

— En cuanto a la fe, ¿considera usted que, para acercarla a los jóvenes, es más efectivo impulsar iniciativas que apelen a la emoción y utilicen un lenguaje más actual o es igualmente importante fortalecer y transmitir la tradición de la Iglesia? ¿Cómo pueden los jóvenes encontrar un equilibrio entre la experiencia personal y el fundamento sólido de la fe?

— Creo que las dos cosas son necesarias. En el tema de los jóvenes y la evangelización, existe lo que podríamos llamar 'experiencias o retiros de impacto'. Una persona impactada no significa necesariamente que esté convertida, de la misma manera que una persona enamorada en un primer momento no significa que ese amor sea maduro todavía; se tiene que vivir un proceso. Esos encuentros, esas experiencias de impacto, son muy buenos porque permiten descubrir nuevos planteamientos del cristianismo que llegan al corazón. El Papa, en su encíclica sobre el Sagrado Corazón de Jesús, nos invita a volver al corazón, a «dejar correr el afecto», como decía san Ignacio. Un impacto emocional es bueno, pero no debe quedarse solo ahí.

Esos momentos de impacto deben encauzarse hacia un camino de conversión más profundo, que implique un seguimiento continuo y una maduración de ese amor. No podemos vivir solo de emociones; la fe tiene que madurar en la vida diaria, a través de ejercicios y dirección espiritual, confesión y un acompañamiento que ayude a integrar esa experiencia en la vida cotidiana: en el trabajo, en las relaciones, en la familia. La madurez de la fe llega cuando esa experiencia de impacto se transforma en una relación constante y profunda con Dios, capaz de perdurar incluso cuando la emoción y el sentimiento no están presentes.

El legado de don Marcelo

— ¿Cree usted que los seminaristas están suficientemente preparados para explicar la fe con claridad, valentía y, a la vez, de una forma atractiva para quienes no conocen la Iglesia?

— La fe, en ese sentido, debe vivirse y expresarse. Se nos ha dado como un don y una responsabilidad, pero es necesario saber acogerla y formarnos adecuadamente en ella. Como dijo san Pablo, debemos estar preparados para dar razones de nuestra esperanza. Es importante ser valientes al explicar la fe, pero también saber hacerlo de una manera atractiva y comprensible, sin que eso signifique traicionar el mensaje esencial del Evangelio. Es cierto que, en ocasiones, al intentar hacerla más atractiva, se corre el riesgo de silenciar aspectos fundamentales de su mensaje. Por ello, nuestros seminaristas tienen que ser personas que se formen seriamente en la teología, moral, pastoral...

El Papa Juan Pablo II, por ejemplo, decía que no podremos resistir las embestidas del tiempo moderno si no tenemos una buena formación. En este sentido, el seminario de Toledo pretende por todos los medios ofrecer una buena preparación. Recuerdo una anécdota con la Madre Teresa de Calcuta, quien le dijo a Don Marcelo que estaba agradecida por los sacerdotes que formaba en Toledo, porque eran profundos, espirituales, hombres de oración y bien formados para dar razones de su fe.

— En el panorama actual, ¿cómo ve el papel del laico en la Iglesia?

— El papel del laico siempre ha sido esencial y sigue siendo fundamental, independientemente de la cantidad o escasez de sacerdotes. Como decía el Concilio Vaticano II, la misión de los laicos es transformar el mundo según el corazón de Dios. Por ejemplo, la situación dolorosísima como las que estamos viviendo con la DANA en Valencia o en Castilla-La Mancha, vemos como la gran mayoría de los voluntarios son laicos, hombres y mujeres, jóvenes y no tan jóvenes, que están dispuestos a trabajar, a darse, a entregarse.

En Toledo, por ejemplo, gracias a Cáritas y otras iniciativas para ayudar a los damnificados, en cuestión de unos pocos días se han conseguido recaudar 225.000 euros. Por lo tanto, creo que el laico tiene una vocación preciosa y fundamental si se quiere cambiar el mundo y, a su vez, un papel crucial en la transmisión de la fe, especialmente en las familias, y en la evangelización en el mundo. El laicado tiene una misión única y necesaria. Todos somos corresponsables de la misión de la Iglesia, como tantas veces ha insistido el Papa Francisco. Los laicos, junto con los sacerdotes, obispos y religiosos, formamos una comunidad necesaria para llevar adelante la misión de Cristo.

— ¿Cómo reacciona la Iglesia ante una catástrofe de estas magnitudes como la que se ha vivido con la DANA?

— La clave es ponerse al lado de las víctimas, acompañarlas en su sufrimiento y compartir sus penas. Jesús se acercó al sufrimiento humano con mucho respeto y afecto, y la Iglesia debe hacer lo mismo. Este es un momento para estar con los afectados, ofrecerles consuelo y acompañarlos en este proceso tan doloroso que para muchos será, probablemente, el peor de sus vidas. No podemos jugar con el sufrimiento humano; debemos ser auténticos en nuestro acompañamiento.

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