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El sacerdote escocés Ninian Doohan celebró una misa en uno de los lugares más remotos del planetaNational Catholic Register

«Quiero ver cómo se vive la fe en el punto más alto de la Tierra»: la insólita misa del padre Doohan en el Everest

La aventura del cura escocés no surgió por capricho. Fue el cumplimiento de una promesa hecha al guía sherpa Gele Bishokarma, a quien había bautizado en la iglesia de San Patricio de Edimburgo

«el cielo ha vuelto a descender a la Tierra en su punto más alto», declaró el sacerdote escocés Ninian Doohan tras celebrar una misa en uno de los lugares más remotos del planeta: el campamento base del Everest, a 5.300 metros de altitud. Allí, bajo el filo helado del Himalaya, presidió una Eucaristía que, por su altitud y contexto, difícilmente ha pasado desapercibida. «Es la primera misa que se celebra en este lugar en el naciente pontificado del Papa León XIV», añadió en su testimonio recogido por el National Catholic Register.

La ceremonia tuvo lugar el 14 de mayo, apenas unos días después de la elección del agustino Robert Francis Prevost como nuevo Papa. Doohan ofreció la misa por la paz en el mundo, motivado por el primer Regina Coeli del Pontífice, en el que pidió: «¡Nunca más la guerra!». La celebración fue sencilla, con un altar sobre una piedra tallada a mano por uno de los porteadores, y marcada por el propósito claro de llevar la fe a uno de los lugares más remotos y difíciles del planeta.

Promesa cumplida a un sherpa bautizado en Navidad

La aventura del padre Doohan no surgió por capricho. Fue el cumplimiento de una promesa hecha al guía sherpa Gele Bishokarma, a quien había bautizado en la iglesia de San Patricio de Edimburgo el 25 de diciembre de 2023.

«Me gustaría ayudar a la Iglesia de allí y ver cómo se vive nuestra fe católica en el punto más alto de la Tierra», explicaba el sacerdote antes de su llegada a Nepal. El sacerdote de la diócesis escocesa de Dunkeld había aterrizado en Nepal el 2 de mayo con un cargamento de suministros médicos destinados a la iglesia de San Ignacio, en Katmandú.

Desde allí emprendió el camino hacia el campamento base del Everest acompañado por Bishokarma y un pequeño grupo. Uno de ellos —un hindú— talló con esmero la piedra que serviría como altar. Otro compatriota le explicó el sentido del sacrificio cristiano y el misterio eucarístico que ahí se celebraría. Y así, la misa fue el broche final de una peregrinación de ocho días.

El momento de la consagración de la misa celebrada en el campamento base del EverestNational Catholic Register

Un sacerdote con sotana entre las nieves

La imagen del padre Doohan ascendiendo con su sotana negra no buscaba llamar la atención, pero hablaba por sí sola; recordaba que aquello pretendía ser: una peregrinación, no una hazaña alpina.

«El cuerpo está limitado por todos los elementos posibles», confesó. «Aire enrarecido, frío intenso, dolores musculares y la constante amenaza del mal de altura... A veces es simplemente dar un paso delante del otro, pero hay una sensación de gratitud en medio del agotamiento», explicaba.

En la cima del campamento, Doohan bendijo a las más de veinte personas presentes con reliquias que él mismo había transportado. Y así, en un país de 29 millones de habitantes con apenas 8.000 católicos —el 0,03 % de la población—, la Iglesia se hizo visible en su forma más íntima y potente: la liturgia celebrada con devoción y fe, a pesar de todo.

Una vida quebrada que encontró raíz en la fe

Doohan no es ajeno al sufrimiento. Nació en un entorno complicado, marcado por la adicción de su padre, un divorcio y mudanzas constantes. Fue su madre y sus abuelos quienes lo criaron en Glasgow, en un ambiente católico que pronto lo cautivó. Bautizado en la parroquia de Santa Margarita María en Rutherglen, encontró consuelo y fortaleza en la comunión diaria.

Cuando su familia emigró a Australia a los 12 años, su vocación comenzó a germinar. En 2002, durante una misa con los Padres del Santísimo Sacramento en Sídney, escuchó al sacerdote decir: «Quizás hoy hay alguien aquí presente llamado por Dios a ser sacerdote. Solo necesita decir ‘sí’». Doohan —entonces el único joven entre un mar de ancianas piadosas— supo que la llamada era para él.

Desde entonces, su vida ha sido un sí constante: al servicio, a la misión, a los más pobres. Contó colectas, visitó inmigrantes, trabajó con las Misioneras de la Caridad y se empapó del magisterio de san Juan Pablo II, asumiendo su vocación de llevar a Cristo a los confines del mundo.

«No todo es como Hollywood»

Hoy, además de atender a los fieles de San Patricio en el casco antiguo de Edimburgo y colaborar en dos hospitales de la ciudad, Doohan trabaja por fundar el primer Oratorio de San Felipe Neri en Escocia. Todo eso mientras mantiene el humor. De hecho, en las declaraciones que reproduce el Register, bromea diciendo que pudo pagar su vuelo a Nepal gracias «a Dios, y también al perro que me dio cachorros, que luego vendí a mis feligreses».

La comunidad quiso corresponder su entrega: lanzaron una campaña para recaudar 1.000 dólares para la misión jesuita de San Ignacio en Katmandú, que gestiona clínicas móviles y una escuela para niños con necesidades especiales. La cifra se multiplicó: antes de que llegara al Everest, ya habían recaudado más de 6.700 dólares.

En 1953, Sir Edmund Hillary dejó en la cima del mundo un crucifijo bendecido por el Papa Pío XII. Setenta años después, el padre Ninian Doohan ha dejado otra marca, distinta pero no menos significativa: la misa más alta jamás celebrada en el campamento base del Everest.

«La relación con Dios exige una respuesta a la gracia que Él ya nos da. Es Él quien da el primer paso hacia nosotros. Dios es siempre fiel, incluso cuando nosotros no lo somos», reflexiona Doohan.

Y añade, con cierta ironía: «Muchos piensan que la llamada de Dios es como en esas películas antiguas de Hollywood, cuando todo se ilumina de repente y se oye una voz clara del cielo. Pero lo cierto es que, la mayoría de las veces, Dios habla poco a poco, con el tiempo».