El jesuita Víctor Dillard será beato este sábado
El jesuita que eligió el trabajo forzado para evangelizar a obreros: mañana beatifican a 50 mártires del nazismo en París
Educador brillante, intelectual de primera línea y sacerdote clandestino durante la II Guerra Mundial: la vida de Víctor Dillard acabó en un campo de concentración, pero cumplió hasta el último día su misión clandestina
Son 33 jóvenes de la Juventud Obrera Cristiana (JOC) y los Scouts de Francia, 3 seminaristas, 9 sacerdotes diocesanos, 4 jóvenes franciscanos y un jesuita: el padre Víctor Dillard, el mayor de los 50. Todos ellos serán elevados a los altares mañana, 13 de diciembre, en Notre-Dame de París, beatificados por el cardenal Jean Claude Hollerich en representación del Papa León XIV.
En 1943 fueron enviados a Alemania como trabajadores forzados bajo el Servicio de Trabajo Obligatorio. Su predicación clandestina los metió en la cárcel y los condujo a los campos de concentración, donde murieron por odio a la fe.
A los pies de Cristo
Dillard llegó a la mayoría de edad en plena Primera Guerra Mundial. Teniente condecorado por su valentía, destacaba por su liderazgo nato y su trato humano. Tras la guerra, fue enviado con el ejército francés a Polonia, donde vivió meses de diversión, enamoramiento y una lucha interior que lo acabó llevando a una promesa determinante: castidad y entrega total. Fue al pie de una estatua de Cristo donde decidió hacerse jesuita, entrando en el noviciado en 1919.
Su formación fue larga y fecunda: profesor en cinco colegios —sobre todo en Sainte-Geneviève, en Versalles—, estudió teología en Lyon y en Innsbruck, y fue autor de un primer libro, Al Dios desconocido, nacido durante su Tercera Probación, etapa final de la formación de todo jesuita.
Su pasión por la Doctrina Social de la Iglesia y por los problemas de su tiempo lo llevó en 1937 a trabajar en la «Acción Popular», obra de la Compañía situada en Vanves (París). Allí conoció de cerca a la JOC, la Juventud Obrera Cristiana fundada por Joseph Cardijn en 1925 en Bélgica, y al mundo obrero. En ese entorno desplegó un ardor apostólico que unía rigor intelectual y una sorprendente cercanía. Tampoco le temblaba la voz al denunciar el comunismo, el nazismo o el antisemitismo.
El salto decisivo: sacerdote clandestino entre obreros
A Víctor Dillard lo definía una pregunta que se hacía constantemente ante cualquier joven: «¿Qué puedo decirle para ayudarle a crecer?». Autor de seis libros y cientos de artículos en apenas una docena de años de ministerio, nunca entendió su misión lejos de la gente concreta que Dios ponía en su camino. Tampoco lejos de los más olvidados, a quienes siempre buscó de forma casi instintiva.
Cuando en marzo de 1943 se aplicaron las leyes del Servicio de Trabajo Obligatorio (STO), obligando a miles de jóvenes franceses a trabajar para Alemania, la Iglesia gala decidió acompañarles. El padre Dillard solicitó ir, y fue destinado por su Provincial como sacerdote clandestino para ejercer como obrero en una fábrica en Wuppertal.
Tras jornadas extenuantes de doce horas, se deslizaba por los barrios industriales para sostener la fe de aquellos jóvenes. Ese trabajo oculto le costaría la vida, pero Dillard, plenamente consciente del riesgo que corría, se había reafirmado en sus últimos ejercicios espirituales en que su vida ya había sido entregada. Fue arrestado siete meses después, denunciado por participar en actividad pastoral clandestina, una dedicación que había sido prohibida por decreto nazi.
El día de su arresto, el Domingo del Buen Pastor, Dillard apuntó una identificación profunda con Cristo, pues el pastor «debe dar su vida por sus ovejas», que era para él el modo de practicar «de verdad la religión cristiana», explica en una carta Arturo Sosa, el actual Superior General de la Compañía de Jesús.
«El honor de ser obrero»
Desde la cárcel escribió una de sus páginas más inolvidables, donde reflexionó sobre su breve tiempo en la fábrica, entendiendo que, a pesar de su esfuerzo, nunca pudo ser verdaderamente un obrero de nacimiento, aunque lo había vivido silenciosamente «tanto como me ha sido posible».
Escritos de Víctor Dillard
Ahí he dicho la Misa con manos innobles pero triunfales. Cristo tuvo que venir, hacerse obrero y encarnarse en la materia eucarística para que la opacidad de esta materia fuera vencida y que esta comunión material llegara a ser una comunión de amor. (…) Hay que haber vivido esto para comprender que Dios se hizo carpintero».
Víctor Dillard fue deportado en 1944 al campo de concentración de Dachau, cerca de Múnich. Poco antes de morir, confirmó a un compañero jesuita su ofrecimiento por la Iglesia y por la clase obrera. Murió el 12 de enero de 1945, a causa de una infección generalizada que siguió a la amputación de una pierna, alcanzando así el martirio.
A punto de ser llevado a Dachau, dejó a sus amigos un mensaje: «Permaneced cristianos sólidos y amad a Cristo con todas vuestras fuerzas. Él es la base de todo y la solución de todos los problemas. Es Él quien saldrá vencedor».