
Un fotograma del documental de Francesco Rosi 'La tregua' sobre la obra de Primo Levi
«Si existe Auschwitz, no puede existir Dios»: un manido argumento ateo que tiene réplica
¿Dónde estaba Dios mientras millones de judíos eran exterminados? La pregunta es legítima, y se ha empleado con asiduidad como arma arrojadiza contra los creyentes. Pero hay respuestas
La celebración de 80º aniversario de la liberación del campo de concentración de Auschwitz por las tropas soviéticas ha traído a colación un argumento del que suelen echar mano los ateos para justificar su increencia: «Si existe Auschwitz, no puede existir Dios». Se trata, en realidad, del título de un opúsculo de Primo Levi, escritor italiano de origen judío sefardí, que recoge las respuestas del literato a Fernando Camon poco antes de morir.

El escritor italiano Primo Levi
La argumentación es sencilla y tiene su lógica: si el mal se puede hacer tan presente en el mundo como ocurrió en aquella localidad polaca que se ha convertido en sinónimo del horror nazi, es por la inexistencia de un Dios que proteja a sus criaturas. ¿Qué Dios, que estuviese mínimamente interesado en sus hijos, habría podido permitir semejante barbarie, semejante crueldad y sadismo? Es evidente: si Dios no intervino para detener tamaña atrocidad es, sencillamente, porque no existe.
Esta objeción, sin embargo, no es nueva. Su origen se pierde en el origen de los tiempos. Epicuro ya se planteó esta duda, y cada era ha tenido su propio Auschwitz que ha propiciado el retorno de la duda existencial. «En el terremoto de Lisboa de 1755, en el que murieron miles de personas y que tuvo una enorme repercusión, produjo toda una sacudida intelectual sobre el tema de la Providencia divina», explica David Galcerà, Doctor en Filosofía y Ciencias de la Educación por la Universidad de Barcelona. «Pensemos que estamos en plena Ilustración. Ante el desastre de Lisboa, Voltaire, en un poema escrito para dicha ocasión, abandona su fe deísta en la Providencia y afirma que no se puede admitir que el mal contribuye al bien general en la gran cadena del ser».
El Doctor en Filosofía añade un detalle interesante: «Hay que tener presente que el ateísmo de Primo Levi no va vinculado exclusivamente a su experiencia en Auschwitz». «Él mismo confirma su falta de interés por lo trascendente, aunque confiesa a veces que la naturaleza le despertaba ese sentido de algo que sobrepasa lo natural mismo. Pero, días antes de morir, en lo que parece un suicidio, habló con un rabino al que le expresó su angustia y malestar. Y Primo Levi confesaba, en palabras añadidas al final de la entrevista, que seguía preguntándose por la existencia de Dios, aunque no encontraba respuesta a ese dilema. Sólo Dios sabe si lo resolvió», apunta Galcerà, que tiene varios libros publicados sobre la existencia de Dios.«No encuentro una solución al dilema»
José Ángel Agejas, catedrático de Ética y Deontología de la Universidad Francisco de Vitoria de Madrid y Doctor en Filosofía, reconoce que «no tengo ninguna duda de que, si el corazón humano es un misterio, el de un superviviente de Auschwitz debe albergar más interrogantes todavía». «Es el caso de Primo Levi, quien sin ser especialmente religioso y con una alta formación científica, sobrevivió y escribió una famosa trilogía narrando los horrores vividos. La frase que da título al libro-entrevista con el escritor católico Fernando Camon hay que enmarcarla, precisamente, en ese contexto: no es una frase escrita directamente como afirmación», puntualiza.

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«Es una confesión, hacia el final de su vida, dentro de la respuesta a la pregunta de su interlocutor sobre si Auschwitz era la prueba de la no existencia de Dios. De hecho, Levi añade a esa afirmación este matiz: 'No encuentro una solución al dilema. La busco, pero no la encuentro'», aclara el catedrático. «Tampoco podemos alejarnos del contexto cultural en el que ambos escritores italianos están hablando. Yo diría que no se trata una afirmación rotunda —que es la impresión que da cuando se ha utilizado luego como título para el libro, que es con lo que se quedan muchos— como si fuera la conclusión apodíctica de un silogismo disyuntivo, sino una propuesta reflexiva acerca del abismo del mal, que sufrió de manera directa en sus carnes, unida al tremendo desconcierto de una supervivencia inexplicable (¿por qué yo sí y otros no?)», añade Agejas.
El catedrático de Ética y Deontología también recoge el ejemplo del terremoto de la capital portuguesa: «Como supuso para los ilustrados de la Modernidad el desastre provocado por el terremoto de Lisboa, las dimensiones del mal moral suponen el gran escándalo de nuestro tiempo». «Ya sabemos que, por más poderosos que nos creamos, ni la técnica ni la tecnología nos hacen imbatibles ante los desastres naturales. Pero tampoco la información y el avance de las ciencias nos hacen mejores ni más responsables en el uso de nuestra libertad», advierte.

La portada del libro de Levi en su versión española
«Si existe Auschwitz, tiene que existir Dios»
«Hay que usar la misma contundencia del título del libro de Levi para rebatirlo», propone el sacerdote Roberto López Montero, profesor de la Universidad Pontificia Comillas (Madrid) y Doctor en Teología y Filología Clásica. «Al osado título, por tanto, se le puede dar la vuelta: 'Si existe Auschwitz, tiene que existir Dios', pues, en caso contrario, el hombre no sería sino un fracaso. Graves palabras para clamar por su Redención», observa. «Surge, en primer lugar, la cuestión de la libertad con la que el hombre fue dotado en su Creación por parte de Dios. Una libertad que no ha de entenderse como un escape imprevisible, sino más bien como una prerrogativa explícita que trae del haber sido creado a Su imagen. Si Dios es libre y el hombre es imagen de Dios, entonces el ser humano no puede sino hacer uso de su libertad, sea bueno o sea malo», argumenta el profesor de la Universidad Pontificia de Comillas.
«En segundo lugar, no todo lo que acaece es voluntad de Dios. Sí que entra dentro de su permisividad, pero ambos términos no son equivalentes», recalca. «La permisividad con el sufrimiento –que no deja de ser un misterio–, posibilita la consecución de bienes, materiales y espirituales. El ejemplo más claro, como nos recuerda San Juan Pablo II en Salvifici Doloris, es la salvación operada por Jesucristo a través de su sufrimiento», concluye.
La filosofía colapsa
Ángel Barahona, catedrático de Teología de la Universidad Francisco de Vitoria y Doctor en Filosofía, reconoce que «el Holocausto aparece, en estos textos, como un atentado contra la razón, como un misterio indescriptible e incomunicable; los que han escrito sobre él o han sobrevivido al confinamiento, consideran que es imposible comprender el fenómeno o explicarlo». Ante tal grado de barbarie y crueldad, «el lenguaje se queda corto, la filosofía colapsa, la ética se muestra impotente, la razón sobrepasada». «Si hay algo rescatable es lo que nos enseña la experiencia que cuenta Premio Levi y que recoge Francesco Voltaggio en su libro Nella tempesta, Dio. Sul dolore, tra Bibbia e filosofia. Se trata de la esperanza posible en un mundo sin esperanza. Entronca con la oportunidad que nos da la bula del jubileo del Papa Francisco: Spes non confundit…La esperanza contra toda esperanza no defrauda», explica el catedrático.

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«Primo Levi decía que el lager (el depósito donde se depositaba a los muertos) murió cuando unos judíos, al intuir con 'esperanza' que se acercaban los rusos a liberar los campos, y que antes de ayer se mataban entre ellos por un trozo de pan, decidieron compartir sus chuscos con otros más débiles y enfermos para que resistieran hasta la llegada de los aliados (extraído del libro de Shmuel Yosef Agnon, Racconti di Gerusalemme)», observa Barahona. Por eso, «la generosidad brota de la esperanza: ya llegan los rescatadores, y queda abatido el absurdo». «Rosenzweig, Levinas, Neher, encuentran la solución al absurdo en la 'generosidad ilimitada', hacia el prójimo. Pero esta solo es posible si se da la esperanza», prosigue el catedrático de Teología.

Primo Levi
«Ahora bien, si una esperanza tan precaria descansa en la posibilidad de resistir al mal y al absurdo gracias a un chusco de pan, imaginemos qué tipo de esperanza no sería aquella en la que unos testigos nos asegurasen que un hombre ha vencido la muerte», señala Barahona. «La resurrección de Cristo transciende la filosofía, la ética, el compromiso o las expectativas de aliados de cualquier tipo. Obviamente aquí hay algo más que generosidad, que ética, que compromiso solidario. El amor en la dimensión de la cruz es lo que inaugura la esperanza contra toda esperanza en un mundo sombrío», concluye.