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26 de abril de 2024

Antonio María Rouco Varela

Benedicto XVI, cooperador de la Verdad

La verdad de Dios creador y redentor del hombre, la Verdad que es Él y solo Él, de la que el Santo Padre Benedicto XVI ha sido buscador incesante, cooperador, testigo y maestro

Actualizada 16:10

Ha fallecido el Papa emérito Benedicto XVI. Si algo ha caracterizado su larga vida desde los años de la infancia y adolescencia como seminarista del seminario menor de la archidiócesis de Múnich, situado en Traunstein, en las faldas de los Alpes bávaros, hasta los últimos como Papa emérito, es, sin duda, su vocación de ser cooperador de la Verdad: de la Verdad de Dios revelada en Cristo para la Salvación del hombre. Cooperador de la Verdad, buscándola con pasión del corazón y con lucidez intelectual de una mente inquieta en sus estudios de Teología del seminario mayor de Freissen, que encuentra su confirmación en su tesis doctoral y en su escrito de habilitación para el profesorado universitario.
La Teología de san Agustín le proporciona el horizonte teológico para comprender y explicar el ser de la Iglesia como «Pueblo y casa de Dios» y de la de san Buenaventura, de su Itinerario de la mente a Dios. De ella recibe la inspiración intelectual para entender la Verdad del Dios vivo que se revela en una historia de Salvación, culminante en Cristo, el hijo de Dios, encarnado en el seno de una Virgen María, crucificado, muerto y resucitado. Sus dos décadas de catedrático de Teología en Bonn y Münster, Tubinga y Ratisbona, en las que se combinan docencia e investigación, clases y publicaciones, con una extraordinaria fecundidad pedagógica brilla una inteligencia de la búsqueda de la verdad revelada en Dios en la que el diálogo Fe-Razón se despliega con una rigurosa disciplina lógica y, a la vez, con una sensibilidad espiritual extraordinaria para las preguntas de sus lectores y oyentes.
Se vivía entonces en aquel ambiente universitario tan provocador como fue el mayo del 68 del pasado siglo: una verdadera encrucijada en la historia de la Iglesia y del mundo. ¡Cuánto ha ayudado a las generaciones de jóvenes universitarios de aquel dramático momento histórico a encontrar el camino de la verdad con mayúsculas su fascinante tratado sobre Introducción al cristianismo! ¡A encontrar al Dios vivo más allá, aunque no en contra, del Dios de los filósofos!
Las siguientes etapas de su biografía como arzobispo –escasamente cinco años– y como prefecto de la Congregación de la Doctrina de la Fe, casi 25, estuvieron centradas en un servicio a la fe de la Iglesia como colaborador estrecho e íntimo del Papa san Juan Pablo II en el cumplimiento de su primer deber como sucesor de Pedro, que no es otro de «confirmar en la fe a sus hermanos». Su método de trabajo se ajustaba al principio anselmiano de Fides quaerens intellectum - intellectus quaerens Fides (la fe que busca la inteligencia y la inteligencia que busca la fe). Un principio puesto en práctica con el exquisito cuidado de un diálogo siempre atento y siempre comprensivo de las tesis contrarias. Todo el debate de los años ochenta del pasado siglo en torno a la Teología de la Liberación lo evidencia con creces.
Finalmente, su magisterio en los ocho años de su pontificado se concentra en torno a la Verdad de Dios que es el Amor (su encíclica Deus Caritas est) y fundamento último de la esperanza que no defrauda (Spes Salvi). La última encíclica Caritas in Veritate, publicada el 29 de junio de 2009, en plena crisis financiera mundial con su epicentro en la Bolsa neoyorquina, quiere mostrar cómo la fe en el Dios vivo y verdadero, revelado en Cristo despeja el camino para un verdadero progreso del hombre –¡progreso integral!– o, lo que es lo mismo, le abre para el logro de un verdadero y auténtico humanismo.
Al llamado giro antropológico del pensamiento moderno y posmoderno, que él conocía bien, no solo se le vacía de sentido sino todo lo contrario, se autentificaba y consolidaba su significado para el bien trascendente de la persona humana y la sociedad. No es extraño, pues, que una de las conclusiones prácticas de la encíclica sea la de que «no hay desarrollo pleno ni un bien común universal sin el bien espiritual y moral de las personas, consideradas en su totalidad de alma y cuerpo» (CV 76) y, a la vez, de que «el desarrollo necesita cristianos con brazos levantados hacia Dios en oración, cristianos conscientes de que el amor lleno de verdad, Caritas in Veritate, del que procede el auténtico desarrollo, no es el resultado de nuestro esfuerzo sino un don» (CV 79).
En la homilía de la plaza del Obradoiro, el 6 de noviembre de 2010 afirmaba: «Solo Él es absoluto, amor fiel indeclinable, meta infinita que se trasluce detrás de todos los bienes, verdades y bellezas admirables de este mundo: admirables pero insuficientes para el corazón del hombre. Bien comprendió santa Teresa cuando escribió 'Solo Dios basta'». Al despedirse de España, al concluir la Jornada mundial de la Juventud de Madrid, el 21 de agosto de 2011, nos decía: «España es una gran nación que, en convivencia abierta, plural y respetuosa, sabe y puede progresar sin renunciar a su alma profundamente cristiana y católica» y que «los jóvenes responden con diligencia cuando se les propone con sinceridad y verdad el encuentro con Jesucristo único redentor de la humanidad».
La verdad de Dios creador y redentor del hombre, la Verdad que es Él y solo Él, de la que el Santo Padre Benedicto XVI ha sido buscador incesante, cooperador, testigo y maestro a lo largo de toda una existencia entregada a Cristo ilumina el crepúsculo de los últimos años de su vida transcurridos en oración, silencio y humildad ejemplar. En el prólogo del primer tomo de su monografía Jesús de Nazaret, publicado en el año 2007, confiesa: «Sin duda no necesito decir expresamente que este libro no es en modo alguno un acto magisterial, sino únicamente expresión de mi búsqueda personal del rostro del Señor». Rostro que habrá encontrado ya en la eterna contemplación de su infinita belleza. Así lo pedimos, unidos en la oración de toda la Iglesia por aquel que siempre se consideró «su humilde trabajador en la viña del Señor».
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