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Juan Pablo II siguió su último Vía Crucis antes de morir por televisión, desde su capilla privada, abrazado a una cruz

El «Via Crucis» de los Papas: de Juan Pablo II a Francisco, así han afrontado la enfermedad

La salud de los pontífices siempre han generado atención global, y cada ingreso hospitalario o signo de debilidad despierta una expectación que trasciende los muros del Vaticano

En tiempos en los que la salud del Papa Francisco vuelve a ocupar titulares tras su ingreso en el hospital Gemelli hace 22 días, es inevitable mirar atrás y preguntarse cómo afrontan los pontífices la enfermedad, esa fragilidad tan humana que, sin embargo, se vive desde la cúpula de la Iglesia bajo la mirada del mundo entero.

La salud de los papas nunca es solo un asunto privado. Cada ingreso hospitalario, cada dolencia y cada gesto de debilidad del Pontífice despiertan una expectación mundial que va más allá de los muros del Vaticano.

Un abrazo a la cruz que hizo historia

Juan Pablo II fue, quizá, el caso más impactante de los últimos tiempos. Durante años, el mundo siguió de cerca su deterioro físico a causa del Parkinson y las secuelas del atentado que sufrió en 1981. Sus dificultades para hablar, moverse e incluso mantenerse en pie eran cada vez más visibles, pero él nunca dejó de mostrarse en público. Hasta el final, quiso estar cerca de la gente, aunque apenas pudiera levantar la mano para bendecir.

La enfermedad avanzó a la vista de todos, y fue el propio Papa quien decidió no ocultarse. La imagen de Juan Pablo II abrazando una cruz de madera durante aquel último Vía Crucis en el Coliseo de Roma, que siguió por televisión desde su capilla privada uniéndose a miles de fieles, quedó grabada en la memoria colectiva como uno de los gestos más potentes de su pontificado.

La serenidad discreta ante la fragilidad

Años más tarde, Benedicto XVI optaría por un camino diferente, pero no menos significativo. Consciente del peso de la edad y de sus propias limitaciones físicas, tomó la histórica decisión de renunciar en 2013. Fue el primero en hacerlo en casi seis siglos.

No esperó a que la enfermedad avanzara ni a que la fragilidad impidiera su labor. Benedicto entendió que su deber era dejar paso a quien pudiera afrontar las exigencias del cargo, sin convertir su deterioro en el centro de atención. Desde su retiro, ya como Papa emérito, vivió silenciosamente la enfermedad hasta su fallecimiento en 2022, ofreciendo un ejemplo de humildad y prudencia ante la propia debilidad.

Naturalidad ante la dificultad

Francisco, por su parte, ha encarado sus problemas de salud desde un equilibrio particular. A sus 88 años atraviesa actualmente una neumonia bilateral que le obliga, desde hace ya 22 días, a seguir hospitalizado en el Gemelli, siempre con un pronóstico que se mantiene «reservado». Esta no es la primera vez que acude al policlínico; ya ha pasado por varias intervenciones quirúrgicas y ha lidiado con problemas de movilidad a lo largo de su pontificado.

Sin embargo, ha optado por continuar al frente del pontificado, adaptando su agenda cuando es necesario, pero sin dejar de mostrar públicamente sus límites físicos. Cuando los dolores lo impiden, improvisa, acorta discursos o delega.

Y no ha tenido reparo en hablar de sus achaques, mencionando con naturalidad sus dificultades. Tampoco ha ocultado que la renuncia sigue siendo para él una posibilidad real si la situación se agravase, aunque, por ahora, sigue adelante.

Cada Papa, a su manera, ha cargado con la cruz de la enfermedad. Y aunque sus formas de afrontarla sean distintas, en todos queda el mismo mensaje: la fragilidad no se esconde, pero tampoco se exhibe sin sentido. Se asume con la dignidad de quien sabe que servir a la Iglesia pasa también por aceptar los propios límites.

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