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25 de abril de 2024

El doctor Sergio Oliveros, psiquiatra especializado en psicoterapia orientada hacia la psicología del yo

El doctor Sergio Oliveros, psiquiatra especializado en psicoterapia orientada hacia la psicología del yoCedida

Salud mental

España, líder en consumo de benzodiacepinas: «Enmascaran el problema, pero no lo resuelven»

El psiquiatra Sergio Oliveros concede una entrevista a El Debate para profundizar sobre la situación de este medicamento en nuestro país

España es líder mundial en el consumo de benzodiacepinas. Nuestro país superó en 2021 a Estados Unidos como principal consumidor de estas sustancias. Un estudio elaborado por la Junta Internacional de Fiscalización de Estupefacientes (JIFE) señaló que una media de 110 españoles de cada 1000 consumen al menos una dosis al día.
Las benzodiacepinas son un grupo de fármacos que funcionan uniéndose a un receptor concreto del cerebro, con un fin relajante o tranquilizante. Su suelen utilizar para rebajar la ansiedad, favorecer la conciliación del sueño, como relajante muscular…
Sin embargo, su principal problema es el nivel de tolerancia y dependencia que generan. El cuerpo se acostumbra a su ingesta y en el momento de abandonar su consumo, se dará un efecto radicalmente distinto al que previamente nos causaba.
El doctor Sergio Oliveros, psiquiatra especializado en psicoterapia orientada hacia la psicología del yo, director de la clínica Grupo Dr. Oliveros y miembro de Top Doctors, concede esta entrevista a El Debate para profundizar sobre esta situación que actualmente tenemos en nuestro país.
–¿A qué causas atribuye que España encabece el ranking mundial de benzodiacepinas?
–Las benzodiacepinas tienen un efecto inmediato, a diferencia de otros psicótropos –antipsicóticos, antidepresivos–, cuyo efecto puede retrasarse hasta varias semanas. Es decir, provocan un alivio rápido del síntoma, pero funcionan como una droga, enmascaran el síntoma durante unas horas, pero no lo resuelven. El segundo problema deriva del cese del efecto que conlleva la reaparición del síntoma y la necesidad de ocultarlo con una nueva dosis. El tercer problema se deriva de la característica tolerancia que producen estos fármacos –el efecto va desapareciendo, lo que obliga a tomar dosis mayores, como ocurre en el alcohol– y los síntomas de abstinencia que emergen con el cese del consumo. Todo ello contribuye al abuso/dependencia de estos fármacos y, en consecuencia, a sus enormes ventas.
Una fuente importante de prescripción es la Atención Primaria, que sufre una enorme sobrecarga asistencial con escaso tiempo de atención al paciente, lo que les obliga a tomar decisiones rápidas y, lamentablemente, superficiales. No tienen tiempo para escuchar a un paciente ni para contener su angustia o ayudarle a manejar su dificultad. La premura les obliga a actuar rápido y eso significa benzodiacepinas. Un último factor es que, cuanto más potente es un fármaco, menor es la cantidad que se debe tomar.
Un Orfidal tiene un miligramo de lorazepam, un Lexatin contiene 1,5 miligramos de bromazepam o un Trankimazin 0,5 miligramos de alprazolam. El error es pensar que, al tratatarse de una dosis «baja», su empleo va a ser inocuo, pero el efecto es el contrario, al ser de alta potencia, producen un rápido efecto y al ser de vida media corta, un efecto breve. Todo ello aboca al abuso y a la dependencia. Un aspecto especialmente sensible es su uso como hipnóticos. Las benzodiacepinas alteran la arquitectura del sueño desde casi la primera dosis, por lo que su empleo se ve retroalimentado. Es decir, ayudan a dormir, pero acostumbran al cerebro a dormir solo cuando se emplean).
Esto provoca que en Reino Unido, por ejemplo, su uso esté tan restringido, como el de los opiáceos. Se deben utilizar en situaciones muy precisas, durante un tiempo preestablecido y con unos riesgos muy bien ponderados.
–¿Cuáles son las más usadas? ¿Hay mucha automedicación?
–Las más empleadas son sin duda las de alta potencia y de vida media corta (alprazolam, bromazepam y lorazepam) o ultracorta (lormetazepam, midazolam). Lamentablemente, su venta sin control en algunas farmacias o el empleo de recetas de un familiar para conseguirlas, hace que haya muchísimas personas consumiéndolas sin control médico en España. Debemos destacar que su uso aumentó durante la pandemia casi un 50 %, y obedeció en gran parte a una automedicación.
–¿Cuál es el grupo poblacional más propenso a usarla? ¿Jóvenes, mayores…?
–El grupo más sensible a un uso inadecuado es la franja de los 30 a los 50 años, la población más expuesta al estrés por responsabilidades económicas, familiares y laborales. Los ancianos que abusan son, en general, personas que iniciaron su consumo en la edad adulta.
–¿Cómo distinguimos entre uso y abuso?
–El uso de benzodiacepinas debería tener un modus operandi guerrillero: golpes contundentes en periodos muy breves de tiempo. Todo lo que exceda a eso es abuso y uso indebido. En esta etapa de la historia tan proclive a teorías conspiranóicas, un sector de la población atribuye al papel de la industria farmacéutica la causa del abuso. Estos fármacos tienen un coste muy bajo debido a su ya veterana aparición en el vademecum. No aportan grandes beneficios a los laboratorios que las fabrican. La causa es la intolerancia al sufrimiento característica de la vida moderna, el menosprecio de su capacidad adictiva, su prescripción negligente por algunos médicos y su utilización irresponsable en personas que se automedican.
–¿El mayor riesgo de estos fármacos es la dependencia? En ese caso, ¿cómo valorar su necesidad vs. riesgo de dependencia?
–Sin duda, a corto plazo, la dependencia es el principal riesgo. Pero a largo plazo, ya disponemos de dos estudios metaanalíticos que confirman de forma inequívoca que el uso crónico de estos fármacos adelanta la fecha de aparición de la demencia.
En Reino Unido apenas se emplean, esencialmente porque la ansiedad es un síntoma siempre secundario a otra cosa: incontinencia afectiva, obsesiones, personalidades dependientes, etc. Si nos preocupáramos de diagnosticar y tratar la causa subyacente, este grupo de fármacos no sería necesario más allá de las primeras fases de un tratamiento para mejorar rápidamente la calidad de vida del paciente en tanto que la otra medicación o la psicoterapia hace su efecto en el trastorno primario.
–Dicen que las benzodiacepinas y los psicofármacos en general suelen ser puerta de entrada a una 'cascada farmacológica' que conlleva consumir otro tipo de medicamentos… ¿Qué hay de cierto en ello?
–En efecto, el consumo crónico de benzodiacepinas puede conducir a síntomas depresivos y defectos cognitivos, que pueden abocar al uso de otros fármacos antidepresivos y nootrópicos. Ocurre también cuando se emplean como hipnóticos de forma crónica que conlleva tratamientos agresivos con antipsicóticos sedantes para vencer el insomnio que provoca la tolerancia.
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