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26 de abril de 2024

La familia González Errazkin, en su segundo velero durante la travesía

La familia González Errazkin, en el segundo y último velero en el que emprendieron la travesía

Historia de una gesta

17 años dando la vuelta al mundo en un velero: así fue la 'Odisea' de la familia vasca González Errazkin

Una audioserie recupera la epopeya de Santiago González, que construyó un barco con materiales reciclados y recorrió África, América y Asia junto a su mujer e hijos entre los años 1983 y 2000

Cuando Santiago González Zunzundegui y su familia zarparon del puerto de su Fuenterrabía (Guipúzcoa) natal para completar por su cuenta y riesgo una circunnavegación, solo existían dos canales de televisión en España, internet apenas era una entelequia y el mundo seguía enfrentado en dos bloques políticos antagónicos e irreconciliables. Corría el año 1983, Felipe González daba sus primeros pasos como presidente y, mientras el país iniciaba su gran viaje hacia el desarrollo y la modernidad, González y los suyos emprendieron otro: uno que les llevaría por tres continentes nada menos que a lo largo de 17 años.
La famosa historia, rescatada por el periodista Jerónimo Andreu en Velero, una audioserie de seis episodios que acaba de ver la luz en la plataforma Sonora, dejó sin palabras al mundo. Inspirado por las lecturas de su infancia, por sus ganas de conocer otras culturas y por su inconformismo anticonsumista, dedicó cuatro años a construir un velero con sus propias manos a partir de materiales reciclados. Lo llamó Jotake (algo así como «sin descanso» en vascuence) y en él enroló a su mujer, Mayi Errazkin, y a sus dos hijos, Urko y Zigor, de nueve y ocho años en aquel momento.
La familia cambió de barco cuando Urko y Zigor se convirtieron en adolescentes

La familia cambió de barco cuando Urko y Zigor se convirtieron en adolescentes

Con la despensa llena de víveres y mil dólares para hacer frente a los primeros gastos, la familia surcó la costa portuguesa con algunos sobresaltos antes de llegar a Canarias. La idea de Santiago fue siempre trabajar de lo que fuesen encontrando para seguir sufragando el viaje, y así lo hizo por primera vez en las islas, donde consiguió algún dinero como pescador submarino.
La siguiente parada era Latinoamérica, pero entonces afrontaron el primer gran contratiempo: una colisión con un pesquero coreano que a punto estuvo de costarles la aventura y que les obligó a recalar durante algún tiempo en Dakar. No fue, ni mucho menos, el único revés que sufrieron: en los más de tres lustros de travesía, la familia se enfrentó a piratas y abejas asesinas, tornados, tormentas, olas gigantes y galernas imprevistas y llegaron incluso a convivir con contrabandistas.
De vuelta en los mares, los González Errazkin llegaron a Brasil, navegaron por el Amazonas, subieron hasta la Guayana Francesa, pasaron por Panamá y, finalmente, se asentaron durante algún tiempo en Guatemala. Habían pasado ya algunos años y, con los dos niños demudados en adolescentes, era hora de cambiar el Jotake, de apenas 12 metros de eslora, por algo más amplio y espacioso.

En sus miles de aventuras, la familia se enfrentó a piratas y abejas asesinas, tornados, tormentas, olas gigantes y galernas imprevistas

Y a ello se puso Santiago, quien, tras vender el viejo velero y ayudado por Mayi y los chavales, empleó otros cinco años en construir un catamarán de 120 metros cuadrados. Todo ello mientras compaginaban otros empleos (como pescador y armador, él; como artesana, ella) y Urko y Zigor estudiaban. Según contó González, que publicó en 2001 un libro (Aventura a toda vela, Debate) sobre la travesía, la enseñanza la solían impartir los dos progenitores, y luego ellos se examinaban en embajadas y consulados.
Cuando partieron de Fuenterrabía, Santiago tenía 45 años y sus hijos, 8 y 9

Cuando partieron de Fuenterrabía, Santiago tenía 45 años y sus hijos, ocho y nueve

En febrero de 1996, la familia puso rumbo hacia las islas Galápagos; de allí, a las Marquesas, en la Polinesia Francesa, y, después, hacia el sur de Asia. Hasta que cierto día del año 2000, en Filipinas, sus hijos se plantaron. «Llegamos a una playa y había que desembarcar el bote, acercarse a la costa, ver qué nos encontrábamos… nadie se movía. Fue entonces cuando me dijeron que de lo que estaban cansados era de hacer siempre la misma historia. Les pregunté que es lo que querían y me respondieron que lo que ahora querían era descubrir lo que no conocían, lo suyo, su país», contó González en una entrevista a Periodista Digital en 2008. Con más de 25 vueltas al Sol ambos, lo tenían claro: era hora de volver a casa.
Pese a que la familia no pasó los 17 años sin volver a España (algunos veranos, por separado, regresaban a Fuenterrabía, donde algunos periodistas aprovechaban para entrevistarles), los cambios entre el país que dejaron y al que volvieron eran innegables. «Evidentemente, había habido una evolución natural en el país. Pequeños detalles que nos decían que España se había hecho mayor», contó Santiago, autodidacta y muy habilidoso, en aquella entrevista.
De vuelta en el pueblo, la vida siguió su curso. El matrimonio se terminó separando, González abrió un negocio de medicina natural que acabó heredando uno de sus hijos y el otro se dedica hoy a la reparación de barcos (al fin y al cabo, si algo habían aprendido a lo largo de esos 17 años era sobre eso). Santiago, el hombre que llevó su ideal de romper la monotonía al paroxismo, murió en noviembre de 2021 a los 73 años.

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