
Parque eólico marino de Saint-Brieuc
Trump paraliza la construcción de un gran parque eólico frente a las costas de Nueva York
En un momento en que parques eólicos y solares invaden territorios en todo el mundo, la postura del presidente estadounidense responde a una creciente preocupación por el impacto visual y ambiental
La reciente decisión del presidente Donald Trump de suspender la construcción del proyecto eólico marino Empire Wind 1 marca un giro crucial en la política energética de Estados Unidos, y merece ser valorada como una acción audaz en defensa de los paisajes naturales, la vida silvestre y la soberanía energética. En un momento en que extensos parques eólicos y solares invaden territorios vírgenes en todo el mundo, la postura de la administración Trump responde a una creciente preocupación por el impacto visual, ambiental y económico de este tipo de megaproyectos.
Empire Wind 1, con sus 54 turbinas planificadas frente a las costas de Long Island, prometía energía limpia y empleos, pero también implicaba transformar radicalmente el horizonte marino con gigantescas estructuras metálicas, afectando no solo la estética del entorno, sino también la fauna marina. Trump, con firmeza, ha señalado lo que muchos prefieren ignorar: estos «enormes y feos molinos de viento» pueden representar una amenaza para ecosistemas frágiles, especialmente cuando se aprueban sin un análisis ambiental exhaustivo.
La orden ejecutiva del presidente, no solo suspende nuevos proyectos eólicos marinos y terrestres, sino que también ordena revisar los arrendamientos ya existentes. Esta medida, lejos de ser una acción arbitraria, responde a una necesidad urgente de reevaluar el rumbo acelerado e irresponsable que ha tomado el despliegue de energía renovable a gran escala.
En los últimos años, paisajes emblemáticos de todo el mundo –desde la campiña británica hasta los desiertos de California– han sido invadidos por turbinas eólicas y paneles solares que, si bien generan electricidad, también fragmentan hábitats, afectan a especies locales y destruyen la belleza escénica de vastas regiones. El sur del estado de Nueva York no es una excepción. A pesar de sus objetivos climáticos ambiciosos, la región enfrenta limitaciones reales: poco espacio, altos costes y comunidades que ya han sufrido impactos ambientales desproporcionados.
La intervención de Trump busca restaurar el equilibrio entre el desarrollo energético y la conservación del paisaje. Su decisión se alinea con una visión más crítica de los proyectos «verdes» que, en nombre de la sostenibilidad, sacrifican ecosistemas, biodiversidad y hasta el patrimonio visual de las comunidades locales.
Aunque los críticos señalan la pérdida de empleos como argumento en contra de la suspensión de Empire Wind 1, vale la pena preguntarse si el desarrollo económico debe darse a cualquier precio. Hay otras formas de crear empleo y avanzar en la innovación energética sin hipotecar el medio ambiente ni saturar el mar con turbinas.
Además, el hecho de que se cuestione la validez de permisos otorgados durante la administración Biden apunta a una necesidad mayor: transparencia y rigurosidad en la planificación energética. La decisión de Trump es, en este contexto, una llamada a la reflexión. A medida que más comunidades y expertos alzan la voz contra la proliferación descontrolada de estos proyectos, se hace evidente que es hora de replantear cómo y dónde desarrollamos nuestra infraestructura energética. Proteger el paisaje también es proteger el futuro.