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Las suscripciones nos han llevado a pagar por no tener nada

Las suscripciones nos han llevado a pagar por no tener nada

Pagar por todo y no tener nada: el dinero vuela entre la consola, los juegos, el móvil, la música y hasta el coche

La cultura del acceso inmediato ha sustituido al concepto de propiedad, con la comodidad de tenerlo todo a un clic, pero con la desventaja de depender permanentemente del pago mensual

Microsoft ha decidido dar un golpe sobre la mesa con la reestructuración de Xbox Game Pass. El plan más popular, Game Pass Ultimate, ha pasado de 17,99 euros a 26,99 euros al mes, un incremento cercano al 50 % que ha sorprendido a la industria y que lleva a una reflexión: se paga por tenerlo todo ya, pero también por dejar de tenerlo en el acto.

La compañía defiende que la subida responde a la incorporación de más ventajas, pero la realidad es que para muchos usuarios la factura mensual se hace cada vez más difícil de justificar. El resto de planes, desde Essential (8,99 euros) hasta Premium (12,99 euros) o PC Game Pass (14,99 euros), también han sufrido reajustes, aunque el gran salto lo ha dado el nivel superior.

Una industria volcada en el acceso temporal

Este movimiento de Microsoft forma parte de una tendencia que afecta a todo el entretenimiento digital, donde el modelo de suscripción se ha convertido en norma. Videojuegos, cine, series, música e incluso el propio hardware (Word, Excel y el resto de programas pueden costar hasta 12 euros al mes) se han transformado en un flujo de pagos mensuales continuos, que apenas deja espacio a la propiedad tradicional. El resultado es que gastamos más que nunca, pero no poseemos nada tangible a cambio.

Las tres grandes plataformas de videojuegos —Xbox, PlayStation y Nintendo— se han lanzado con fuerza las tarifas planas. PlayStation Plus se estructura en tres niveles (Essential, Extra y Premium) con precios que oscilan desde los 71,99 euros al año en su modalidad más básica, hasta cifras más elevadas cuando se accede a catálogos ampliados o clásicos retro. Nintendo Switch Online, por su parte, ofrece el servicio más asequible del mercado (19,99 euros al año en su modalidad individual), pero también introduce fórmulas ampliadas con el Paquete de Expansión, que se acerca a los 70 euros anuales en formato familiar.

Las tres grandes plataformas de videojuegos se han lanzado con fuerza las tarifas planas

Y gracias a eso, las empresas han descubierto otra vía de ingresos como es el alquiler de consolas. Plataformas como Grover permiten disponer de una PS5 Slim desde 29,90 euros al mes o una PS5 Pro desde 49,90 euros, sin necesidad de comprar la máquina. El atractivo está en acceder al hardware de última generación con una barrera de entrada más baja. ,La letra pequeña revela lo mismo que en las suscripciones digitales ya que una vez que se deja de pagar, no queda nada en propiedad del usuario. La consola vuelve al proveedor y el jugador, literalmente, se queda con las manos vacías.

Cine, series y música

El modelo se repite en los otros dos grandes pilares del entretenimiento. En el terreno audiovisual, Netflix ofrece en España planes que van de los 6,99 euros con anuncios hasta los 19,99 euros de la modalidad Premium. Disney+ no se queda atrás, con opciones entre 5,99 euros y 13,99 euros mensuales, o planes anuales que buscan suavizar la percepción del gasto. La clave, sin embargo, sigue siendo la misma que en los casos anteriores, el catálogo está ahí mientras se pague. Basta un impago o una cancelación para perder acceso inmediato a miles de películas y series.

La música no se libra de esta dinámica. Spotify Premium cuesta 11,99 euros al mes en su plan individual, con alternativas como Estudiantes (6,49 euros), Dúo (16,99 euros) o Familiar (20,99 euros). Aquí tampoco hay propiedad porque los álbumes y playlists forman parte de un flujo alquilado de canciones que desaparece en cuanto se corta la suscripción. Atrás quedaron los tiempos de comprar discos físicos o incluso descargar canciones digitales que pasaban a ser del usuario. Una opción que sobrevive en Apple es la iTunes Store donde es posible comprar un disco en propiedad, eso sí, digital.

La paradoja del gasto sin patrimonio

Cuando se suman las cifras, el panorama resulta estremecedor. Imaginemos un usuario medio que combina Game Pass Ultimate (26,99 euros), Netflix Estándar (13,99 euros) y Spotify Individual (11,99 euros). El gasto total asciende a 52,97 euros al mes, más de 630 euros al año, sin incluir otras posibles plataformas de vídeo, alquiler de hardware o compras puntuales. Y lo más llamativo es que todo este desembolso no genera patrimonio alguno.

Eso sin contar todos aquellos que tienen un coche por renting o pagos flexibles. Una tarifa de entre 200 euros y casi 2.000 euros por modelos de alta gama que tampoco tienen dueño porque el dominio pertenece al banco, a la marca o al intermediario que cobra mensualmente una tarifa para que el conductor tenga hasta seguro y ruedas nuevas, pero no tenga coche cuando deje de pagar.

Cuando se suman las cifras, el panorama resulta estremecedor

Se trata de una paradoja del consumo digital donde se paga mucho cada mes, pero a diferencia de lo que ocurría con una consola comprada, un DVD en la estantería o un CD en la colección, nada queda cuando el flujo de dinero se detiene. La cultura del acceso inmediato ha sustituido al concepto de propiedad, con la comodidad de tenerlo todo a un clic, pero con la desventaja de depender permanentemente del pago mensual.

La fatiga de suscripciones

No sorprende, por tanto, que cada vez se hable más de «fatiga de suscripciones». Los usuarios comienzan a replantearse qué servicios realmente utilizan y cuáles mantienen por inercia. La saturación de ofertas, el encarecimiento constante y la falta de tiempo para disfrutar de todos los catálogos contratados alimentan una sensación de agotamiento. En muchos hogares, la factura mensual supera con facilidad los 70 u 80 euros, y aun así la percepción de valor se diluye al comprobar que, sin pago, no queda nada.

La fatiga no solo se traduce en cancelaciones, sino en cambios de hábito

La fatiga no solo se traduce en cancelaciones, sino en cambios de hábito. Algunos consumidores rotan entre plataformas según la época del año o las promociones disponibles aprovechan periodos de prueba gratuitos o descuentos temporales. Otros buscan alternativas más económicas, como el uso de cuentas compartidas, pese a las restricciones que imponen las compañías. El modelo de suscripción está en tensión porque choca con el deseo del ser humano de poseer y acumular, una necesidad que la economía digital ha difuminado.

El futuro del entretenimiento digital

La gran incógnita es si este modelo es sostenible a largo plazo. Para las compañías resulta extremadamente rentable, porque asegura ingresos recurrentes y predecibles. Pero para los usuarios implica un coste creciente y una pérdida de la idea de pertenencia. La tecnología ha permitido tenerlo todo de inmediato, pero también ha impuesto el precio del fin de la propiedad

El caso de Xbox Game Pass y su escandalosa subida de precios es un buen ejemplo de cómo la cuerda se tensa. Si los usuarios perciben que pagan demasiado por algo que no tienen físicamente, la fidelidad puede resentirse. Al fin y al cabo, cuando alguien deja de pagar y se queda sin algo, surge la pregunta de si merece la pena gastar tanto en algo que nunca será tuyo.

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