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15 de mayo de 2024

tribunaJavier Prieto

Treinta años sin la magia de Ayrton Senna

En la séptima vuelta, Senna trazó una línea recta en la maldita curva de Tamburello. Así nacía una leyenda para reinar en el Olimpo de la Velocidad y en el corazón de millones de seguidores

Actualizada 01:30

Este 1 de mayo se cumplen tres décadas del fallecimiento del tricampeón brasileño de Fórmula 1, Ayrton Senna. Su desaparición, tras un trágico accidente durante el Gran Premio de San Marino de 1994, cambió para siempre la historia de este deporte. Sus malos resultados en el inicio de temporada, la fuerte oposición familiar a su relación con una joven modelo (Adriane Galisteu), unido a una estresante agenda de compromisos empresariales y, sobre todo, otros dos accidentes y una muerte, ese fin de semana en el circuito Enzo y Dino Ferrari (Ímola), mermaron su ánimo en dicho compromiso.
Angustiado por un mal presentimiento, intentó infructuosamente que se suspendiera la prueba. Y afrontó su última carrera aferrado a sus sólidas creencias cristianas y con la lectura de la Biblia que le acompañaba siempre. El carismático y generoso mito que «no podía vivir en una isla de riqueza, rodeado de un mar de pobreza», recibió la llamada de Dios, con el que decía conversar mientras derrotaba a los rivales.
Tras quince minutos de la primera sesión de entrenamientos libres, la tragedia comenzó a sobrevolar el vetusto trazado boloñés. Rubens Barrichello, protegido y compatriota del mito paulista, se estrelló violentamente contra las protecciones. Al abrir los ojos en el centro médico, el joven brasileño escuchó de Senna: «Quédate tranquilo. Todo va a estar bien».
Senna abandonó las instalaciones con la mirada perdida y reiterando la frase: «Está bien, está bien». Después cayó en un mutismo absoluto. En su alma algo comenzaba a resquebrajarse. Así, en la rueda de prensa del viernes se mostró ausente y desconcentrado, algo inusual en él. Ante los periodistas, centró su mensaje en la peligrosidad del circuito de Ímola, afirmando que «no estaba bien en cuestiones de seguridad».
Ya en la suite 200 del hotel Castello –cerca de Ímola–, donde se hospedaba, telefoneó a Adriane. Cuando la joven le preguntó por el accidente de Barrichello, Senna comenzó a llorar. Finalizada la conversación, el piloto leyó otro pasaje de la Biblia.
Inmensamente preocupado, Senna saltó a la pista ese sábado. Pero como casi siempre fue el más veloz. No obstante, seguía mostrándose incómodo con su monoplaza. Se trataba de una bestia indómita de reacciones impredecibles tras la supresión de las ayudas electrónicas. Así se lo estaba reiterando a sus ingenieros cuando apareció en el box su amigo Barrichello. Este le comunicó que, tras sufrir una fuerte conmoción cerebral, volaría rumbo a Inglaterra para descansar. Nunca volvieron a hablar.
A las 13:18, durante la sesión de clasificación oficial, un fuerte impactó paralizó la vida en Ímola. Roland Ratzenberger se había estrellado con su Simtek a 315 km/h contra el muro de la curva Villeneuve. Senna, que seguía la sesión a través de un monitor instalado en su garaje, quedó aterrado. Inmediatamente se trasladó al lugar del accidente, pero al llegar vio cómo el corredor vienés ya había sido evacuado. No obstante, inspeccionó detenidamente el monoplaza. Buscaba una explicación que no halló.
Ya en el hospital, el doctor de la Fórmula 1, Sid Watkins, le comunicó la fatal noticia. Senna se derrumbó y lloró desconsoladamente en el hombro de su amigo. Ante esta reacción, el doctor le instó a dejarlo todo y retirarse juntos a pescar. Pero Ayrton respondió: «Sid, hay ciertas cosas que no tenemos control. No puedo renunciar. Tengo que seguir». Esa fue la última conversación entre los dos amigos.
Derrumbado psicológicamente, Senna regresó al box donde analizó la situación con el jefe de Williams, Frank Williams. Tras la charla en la que afirmó que no se debía correr, no tuvo fuerzas para asistir a la conferencia de prensa. Sus energías se centraron en tratar de suspender una carrera marcada por la tragedia. Pero los intereses económicos de los organizadores lo impidieron. Estaba decepcionado y abatido.
De vuelta al hotel, unos novios que allí celebraban su boda, le pidieron hacerse una foto. Senna, educado como siempre, posó para la instantánea. Ya en la habitación le explicó por teléfono a Adriane el suceso de Ratzenberger. Nuevamente, las lágrimas resbalaron por sus mejillas. «Tengo un mal presentimiento. Preferiría no correr». La pareja se citó para reunirse en el aeropuerto de Faro el domingo tras la carrera. Obviamente, ese reencuentro no se produjo.
A pesar de lucir el sol, en el circuito de Ímola reinaba un ambiente lúgubre. Durante la mañana previa a la carrera, Senna, inesperadamente, conversó y desayunó con su archienemigo Alain Prost en el box de Williams. Y después, durante una vuelta de calentamiento, le envió un mensaje por radio al sorprendido ex piloto francés: «Hola, amigo mío. Te echo de menos».
Mostrando su humanidad, Senna le escribió una carta a los padres de Ratzenberger, antes de asistir a la reunión de pilotos. Preocupado por el coche de seguridad durante la vuelta de formación, Senna le pidió a su amigo Gerard Berger que en ese encuentro comentara dicha cuestión.
De regreso al box, Senna se comportó de un modo diferente a lo habitual. Se paseó alrededor del bólido, examinó detenidamente los neumáticos y se apoyó en el alerón trasero, donde permaneció en silencio. También llamó la atención el modo poco enérgico de enfundarse el casco. Simplemente, quería acabar con el trámite de la carrera y reunirse con su amada.
Ya en la parrilla, se concentró, rezó y miró a su amigo próximo, Gerard Berger. Le sonrió cuando los tifosi aclamaron al piloto de Ferrari. En la arrancada, otra señal del destino. Brutal colisión entre dos contendientes. El incidente provocó la salida de un lento coche de seguridad. El grupo de monoplazas le seguía con los neumáticos, perdiendo temperatura y presión. Bajo esos fatídicos condicionantes se produjo la resalida. Y en la séptima vuelta, Senna trazó una línea recta en la maldita curva de Tamburello. Así nacía una leyenda para reinar en el Olimpo de la Velocidad y en el corazón de millones de seguidores.
  • Javier Prieto es periodista
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