El aspecto de los cazadores de antes
El cazador aristocrático solía vestir de forma elegante y muy cuidada. Su indumentaria estaba confeccionada con tejidos de alta calidad, pero adaptados al clima y a la estación. La caza es cultura. La cultura es tradición
Anuncio publicitario de caza a finales del siglo XIX
Una de las figuras que podemos destacar en la decoración otoñal antigua, era el cazador. En las calles de cualquier ciudad se cruzaba con los transeúntes la silueta del cazador, con su traje de lana ceñido, su gorro de fieltro, sus polainas de material, su zurrón de cuero y su escopeta, adquiriendo una prominencia inusual. Al iniciarse la temporada cinegética, sin pensarlo, éste se convertía de la noche a la mañana en un individuo vistoso y llamativo, pero nada ostentoso. El hombre se ha conservado cazador desde los primeros días, a través de los tiempos, y todavía nos gusta verle vestido de forma que su traje haga exhibición de los más antiguos y famosos venadores.
Su figura mostraba una cierta altanería que dependía en gran medida del traje, y más que del traje, de sus atavíos y aparejos, que nos hacen pensar, sin querer, en durísimas jornadas corriendo por el campo o la montaña. Además, éste se traerá impregnados en su jersey y su morral los agradables olores y aromas del monte. El hombre de la ciudad, en cuanto se ajustaba a su cintura la canana y se colgaba al hombro la escopeta, se convertía en algo lo más parecido a un héroe, recordando muchas veces a un valeroso y arriesgado cazador de peligrosas fieras.
Desde muy temprano y en especial los domingos, podía verse a los cazadores en las estaciones ferroviarias, siempre rodeados de sus perros y con sus morrales llenos de víveres, plenos de ilusión. Era a esa hora matinal cuando más apetecía ver al elegante cazador, y no por la noche, ya que regresará muy cansado, con mal aspecto y peor apariencia, además casi siempre con el zurrón vacío y sus sueños abandonados entre los matorrales. Le seguirán sus sacrificados perros silenciosamente y preferirá que nadie le observe con esa traza y mala presencia.
El cazador lo debía ser durante todo el año, a todas horas
Había tal coquetería por el traje, que pudiera ser que muchos cazadores lo fueran únicamente por vestirse de semejante manera y poder llevar recubiertas de cuero las pantorrillas por debajo de la corva. Pero con el tiempo, por lo general, lo que más se admiraba en el cazador pasó a ser su aspecto agreste y montaraz, aunque fuera en detrimento del refinamiento anterior. Después, el hombre vestido de cazador tiende y se inclina más al heroísmo, culminando grandes hazañas cinegéticas, la mayoría de las veces, con una enorme dosis de valor y coraje. El cazador lo debía ser durante todo el año, a todas horas, y por ello atesora una serie de rasgos que no tienen el resto de las personas.
Nada tenía que ver con esa elegancia innata de la que hablamos el ropaje que usaban los cazadores de la perdiz con reclamo, que aunque era muy variado, la mayor parte de ellos coincidían en utilizar, cuando las desechaban, las prendas usadas de vestir a diario. Por ello, al no ser un acto social y realizarse en la más absoluta intimidad, no obedecía a los modelos o patrones especiales que seguían el resto de cazadores. Una prenda que se ha usado mucho en otros tiempos por estos cazadores, ha sido el capote de monte, que era muy útil para protegerse del frío y del agua. Su uso ha dado paso al chaquetón, que abriga tanto como aquél y facilita cualquier movimiento, sobre todo a la hora de apuntar.
¡Ah, se me olvidaba! La ropa interior, cuanto más lisa, resultaba más práctica, y la exterior también debía inclinarse a la sencillez en lo que se refiere a diseño y color.
Está claro que la caza es una actividad para disfrutar, pero hay que saber divertirse sin olvidar el estilo y la distinción en la vestimenta. Tampoco habrá que descuidar la raigambre, encontrando su máximo exponente en S.M. el Rey Don Alfonso XIII, siendo quizás este Monarca quien inicia la edad moderna de la caza en España. En los ojeos y en la montería, la tradición cobrará vital importancia, también en lo que a vestimenta se refiere. La figura del cazador estaba estrechamente ligada a la herencia, al estatus social y a la conexión con la naturaleza. Se juntaba entonces el gusto por el buen vestir y por la caza.
Don Alfonso XIII, quien también marcaba las tendencias en la vestimenta de caza, solía utilizar trajes de lana con chaqueta amplia, chaleco y pantalón bombacho, con resplandeciente bota alta de cuero hasta la rodilla. Con sombrero de fieltro y chaquetón tres cuartos o capa, la corbata será siempre bienvenida. Las corbatas o pañuelos de cuello aportaban un toque de distinción incluso en el campo y ayudaban a proteger la garganta del frío. Su aspecto y vestimenta reflejaban tanto la funcionalidad requerida para el entorno silvestre, como los códigos de elegancia que dictaban las normas sociales de la época. La uniformidad era la nota dominante entre casi todos los asistentes a las cacerías regias en ese momento, monopolizadas por la aristocracia.
La caza, en esos periodos, era no sólo una actividad de subsistencia o control del medio, sino también un acto social, cultural y simbólico, particularmente en Europa, donde la nobleza y la alta burguesía la practicaban como signo de distinción. La caza era un privilegio reservado principalmente a las clases altas y las monterías reales eran parte del calendario social de la aristocracia. El cazador aristocrático solía vestir de forma elegante y muy cuidada. Su indumentaria estaba confeccionada con tejidos de alta calidad, pero adaptados al clima y a la estación. La caza es cultura. La cultura es tradición.
Julián López Aguado es investigador e historiador