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29 de abril de 2024

Isabel Coixet, durante su entrevista con El Debate, en el contexto de Cooltural Plans

Isabel Coixet, durante su entrevista con El Debate, en el contexto de Cooltural PlansJ. Garciani - Cooltural Plans

Isabel Coixet: «El cine siempre me ha dado un territorio en el que existir, un lugar»

Ha vuelto a hacerlo: ha adaptado una de las mejores novelas contemporáneas, Un amor, de Sara Mesa, y ha conseguido aderezarla con su lenguaje poético, personalísimo y cargado de belleza. «Mi sueño como cineasta es sacudir, emocionar, hacer pensar, provocar una reacción», dice Isabel Coixet en conversación con El Debate. Y lo consigue

Montañas y valles secos; la aridez de un territorio extremo que es reflejo de lo yermo del espíritu. Nat deja todo atrás, acoge a un perro apaleado –desacostumbrado, como ella, a recibir amor; que confunde la ausencia de violencia con cariño– y se muda a un pueblo en mitad de la nada, que lo es todo para quienes lo habitan. Ella está desierta, como el paraje; su casa está en ruinas, como su alma; suena el viento helado, se esconde bajo mantas pesadas, metáfora de las capas que acarrea y de las que trata de despojarse en ese refugio eremita en el que habita con todas sus sombras. «La poesía del poliéster», dice Coixet, que copia a Nan Goldin en esos planos que gritan dependencia y que toma los buitres del western.
Nat, la protagonista de 'Un amor', contemplando el valle y las montañas

Nat, la protagonista de 'Un amor', contemplando el valle y las montañas

Yo no he ido a una escuela de cine: mi escuela ha sido ver muchas películas y hacerme muchas preguntas

Pero el contacto humano es necesario. Es vital. Una mirada distraída pero certera es suficiente para que Nat vuelva a existir, para que vuelva a estar anclada al mundo (o suspendida de él por un finísimo hilo). Una proposición calculadamente pragmática de un vecino, Andreas, acaba tornándose en un salvavidas: ella vuelca en ese mínimo contacto humano todas sus neurosis, todos sus anhelos, toda la necesidad de volver a ser mirada, tocada, escuchada. Tenida en cuenta. «A mí me interesa casi todo el mundo, pero lo que me gusta de las mujeres es la conversación continua que tenemos con nosotras mismas. Y esa sensación que tenemos a veces de ser espectadoras de nuestras propias vidas», afirma la guionista y directora de cine.
Así es Un amor, la última película de Isabel Coixet, basada (con algunas licencias creativas) en la fundamental novela de la madrileña Sara Mesa. Un retrato de lo íntimo y lo pequeño, de la mirada femenina y el discurso interior, de una huida hacia fuera que acaba siendo hacia dentro, hasta que algo que viene precisamente de fuera te salva, o pone en marcha el movimiento que te hará salir del lodo del que crecen las flores más altas, como canta Xoel López.

«Esta película contiene mi ADN»

Dice Isabel Coixet (Barcelona, 1960) que cuando fue al cine a ver Pinocho se quedó traumatizada al ver la escena de la ballena. Pero al salir, quiso ir de nuevo al cine, del que ya nunca saldría. Y que aunque no hizo la Primera Comunión, les pidió a sus padres una cámara de vídeo, y ellos se la regalaron. «Es el primer mito que vamos a desmontar», cuenta risueña en Cooltural Plans, los encuentros que maridan cultura y gastronomía.
Directora, guionista y escritora, el cine de Isabel Coixet es un cine de lenguaje poético, personalísimo y cargado de belleza, habitado por personajes cotidianos con un inesperado y profundo mundo interior. El Debate ha hablado con ella en exclusiva antes del encuentro de Cooltural Plans sobre su vida, su cine y su último estreno, esta brutal película, tan inquietante como bella, protagonizada por Laia Costa, Hovik Keuchkerian, Hugo Silva e Ingrid García-Jonsson, y que contiene, como dice la propia Coixet, su «ADN en cada fotograma».
Isabel Coixet, contestando las preguntas del público durante Cooltural Plans, moderado por Patricia Villalobos y Violeta Dávila

Isabel Coixet, contestando las preguntas del público durante Cooltural Plans, moderado por Patricia Villalobos y Violeta DávilaJ. Garciani - Cooltural Plans

–¿Cómo llegó a usted la novela de Sara Mesa?
–No estaba buscando nada que contar. De hecho, todo lo contrario: me había prometido que no iba a hacer más adaptaciones (ya he hecho bastantes); cuando terminé La librería pensé que ya había acabado con eso, aunque para mí es más fácil hacer un guion original, porque no tienes que pelearte ni con la imagen que tiene la gente en la cabeza de la novela ni con el autor. Solo te peleas contigo mismo. Pero leí Un amor porque he leído todo lo que ha escrito Sara Mesa y me hipnotizó (he sido una lectora voraz desde pequeña; sobre todo me gustaba leer y que me dejaran en paz: si yo estaba leyendo, tenía una coartada para no tener que hacer otras cosas).
–Habla de «pelearte con la imagen del lector». Esta ha sido una novela que ha tenido un profundo calado en la sociedad, especialmente entre el público femenino. ¿Cree que la adaptación va a tener contestación? ¿Cómo ha sido la relación con Sara Mesa?
–Con Sara es todo fantástico. Aparte de una gran escritora, es una persona extraordinaria, y todo han sido facilidades, generosidad, comprensión... Toda la leyenda sobre los escritores en este sentido es falsa; Sara es una persona muy inteligente y sabe que ella ha escrito una novela fantástica y que la adaptación está hecha desde la admiración. Evidentemente hay que encontrar ideas fílmicas que traduzcan lo que ella ha escrito, y por eso siempre la he tenido informada de todo: del casting, las localizaciones, ¡la casa! Cuando encontré la casa en seguida le mandé fotos.

Para mí es más fácil hacer un guion original, porque no tienes que pelearte ni con la imagen que tiene la gente en la cabeza de la novela ni con el autor

La novela y la película 'Un amor' transcurren en una casa semiderruida en un pequeño pueblo, La Escapa (rodado en La Rioja en el filme)

La novela y la película 'Un amor' transcurren en una casa semiderruida en un pequeño pueblo, La Escapa (rodado en La Rioja en el filme)

–De hecho, la casa es un personaje más dentro de la novela, dentro de la película. Representa ese estado anímico de la protagonista, su mundo interior. ¿Cómo se traslada eso a nivel cinematográfico?
–Hay una escena que me encanta: en el primer encuentro sexual entre los protagonistas, a ella se le escapara una lágrima. Es uno de esos gestos que me interesan por lo que dicen y por lo que ocultan. Esa lágrima se le cayó a la actriz, Laia Costa, y yo estaba ahí, viéndolo al otro lado de la cámara, con ese encuadre, esa luz maravillosa que dejaba su cara mitad en la luz, mitad en la penumbra... El cine está lleno de símbolos. Yo soy una cineasta que abraza las cosas que suceden, pero es que además a mí todo ese entorno me gusta: me gusta la casa, viviría en ella. ¡He vivido en sitios mucho peores! Pero la casa en este caso es una dimensión de ella, igual que el perro: en la película queda claro que ocurre en el campo, pero hay también toda una dimensión simbólica que es trasladable a cualquier ciudad, especialmente en cuanto a dinámicas de poder.
–Sara Mesa le dijo: «Ya verás, Nat es el personaje más odiado de la literatura española contemporánea». ¿Por qué la odiamos?
–¿Sabes qué pasa? Como yo abrazo mis imperfecciones y mis manchas (no sólo cutáneas) sin problema, no me cuesta nada quererla, identificarme con ella, entenderla y explicarla. Cuando Sara Mesa me dijo eso de su personaje me pareció una broma, pero es verdad. Hay gente a la que Nat le pone muy nerviosa, les saca de sus casillas. Eso me ha hecho pensar mucho, porque no contaba nada con ello. El otro día Sara dio una clase en la Universidad Complutense sobre «Los odiadores de Nat», y me sigue sorprendiendo. Quizá estamos acostumbrados a que en el cine y en la literatura todo personaje tiene una redención, y de alguna manera a un personaje principal se le supone una superioridad moral. Y eso no ocurre, ni en la película ni en la novela.
Nat y Andreas, interpretados por Laia Costa y Hovik Keuchkerian, son los protagonistas de 'Un amor'

Nat y Andreas, interpretados por Laia Costa y Hovik Keuchkerian, son los protagonistas de 'Un amor'

–Se produce un fenómeno extraordinario: tras la pandemia, cuando nos quedamos en casa con nuestro «núcleo de convivencia», muchas mujeres comienzan a reflexionar sobre qué significa ese «núcleo». Sara Mesa es una de ellas. ¿Ha cambiado el paradigma? ¿Lo pequeño, lo familiar, lo íntimo han adquirido protagonismo y centralidad?
–Desde el inicio de mi carrera yo lo he tenido claro. Lo he dicho, y lo he dicho de muchas maneras. De todas formas, el mundo postpandemia todavía tiene que formularse; ahora hay atisbos de lo que hemos vivido y de cómo hemos cambiado, pero sólo son atisbos –al margen de los lugares comunes como el teletrabajo, o los abrazos, que a mí no me costaron nada porque no me gustan–. Creo que la órbita íntima también ha sido explorada por autores legendarios, como Flaubert en Madame Bovary, que es una de las grandes obras de la literatura universal, o como toda la obra de Jane Austen, o Middlemarch, de George Elliot: no son historias épicas y, sin embargo, triunfaron. Muchísimos autores se han dado cuenta de la dimensión simbólica del mundo íntimo; hay una épica, que es la de las batallas, y otra que es la de bajar la basura cada día. Evidentemente, una está más mitificada que otra, pero las dos son parte de la vida.
–Ahora que cita estos, ¿qué libros formaron parte de su formación, de su educación sentimental?
–Muchísimos, pero Rayuela fue uno de ellos. Mi primera visión del amor fue con Cortázar, y yo imaginaba que era la Maga, con su juego de seducción. Aunque cuando volví a leerlo, ya con otra madurez, no quise ser ella. Pero sí que entendía ese no querer comprometerse, huir del matrimonio. En la adolescencia también me marcó mucho Manhattan Transfer, de John Dos Passos, pero claro, no entendí nada, y no comprendía cómo me habían dejado leerlo. En mi casa había muchísimos libros, casi todos los clásicos, y para mí eran puertas a otro mundo: me gustaban Victor Hugo y Marcel Proust; de hecho, yo me creía la duquesa de Guermantes de En busca del tiempo perdido, y se me quedó grabada esta frase: «Cómo puedo haber desperdiciado mi vida amando a la mujer que en el fondo no me gustaba». Era la época de la eclosión del cine de arte y ensayo, y mis padres me llevaban mucho al cine, donde vi películas como El séptimo sello, que tampoco entendí, pero me fijé en cómo estaba hecha; creo que tuve un «satori», un momento de iluminación, porque pensé en conceptos estrictamente cinematográficos. Yo no he ido a una escuela de cine: mi escuela ha sido ver muchas películas y hacerme muchas preguntas.

Me gustaban Victor Hugo y Marcel Proust; yo me creía la duquesa de Guermantes de 'En busca del tiempo perdido'

'Mi vida sin mí' es una de las películas más celebradas de Isabel Coixet

'Mi vida sin mí' es una de las películas más celebradas de Isabel Coixet

–Efectivamente, no estudió Cine, sino Historia, y empezó dedicándose a la publicidad. ¿Cuándo optó por dar el salto al cine?
–La Historia me obsesionaba. Tuve mucha suerte, porque me dio clase Alexandre Cirici, una de las personas más inteligentes de la universidad española y que más sabe sobre estética. Paseábamos por la ciudad y él nos contaba la historia de la ciudad y la historia y la intrahistoria con los simplemente viendo los portales de Barcelona. Lo mismo con Josep Fontana, otro gran historiador. Pero tenía que trabajar y parecía que tenía ideas y se me daba bien la publicidad, así que me contrataron. Además, me encantaba la palabra «brainstorming», me parecía que iba a ser como una película de David Cronenberg y que nos iba a explotar literalmente la cabeza. La publicidad fue un camino para mí, para aprender, para trabajar con grandes directores, y contando siempre con un director de fotografía, que creo que es algo que ha marcado mi cine. He hecho muchas frikadas en mi vida, algunas que preferiría olvidar. Por eso el cine no ha sido una escuela para mí, sino un territorio; el cine siempre me ha dado un territorio en el que existir, un lugar. Pero yo sé que el cine no es real, no es la realidad; incluso el documental más realista cuenta con herramientas, tiene una dimensión mítica.

Yo sé que el cine no es real; incluso el documental más realista tiene una dimensión mítica

–Volviendo a Un amor, es la historia de una mujer perdida que quiere encontrarse, recuperarse. ¿Ha cambiado la forma en la que recibimos este tipo de cine? ¿Ha notado una evolución desde que lanzó Demasiado viejo para morir joven en 1989?
–Hay que pensar en el odio universal con que se recibió que Jeanne Dielman 23, quai du commerce, 1080 Bruxelles, de Chantal Akerman, fuera nombrada como una de las mejores películas de la historia. Toda la literatura basura que se ha vertido sobre esto te hace preguntarte por qué les preocupa tanto, por no hablar de que muchos de ellos ni siquiera habían visto la película... Y esto sucedió el año pasado. En la superficie parece que todo ha cambiado, pero hay un desprecio, un paternalismo y un mansplaining que a ciertos hombres les sale por los poros, no pueden evitarlo. Simone de Beauvoir dice que todo este miedo no es más que la evidencia de su debilidad.
Isabel Coixet en Cooltural Plans

Isabel Coixet en Cooltural PlansJ. Garciani - Cooltural Plans

Hay ciertas personas que no pueden soportar que les guste mi cine

–Presentó la película en el Festival de Cine de San Sebastián. ¿Qué acogida tuvo? ¿Cómo han cambiado los festivales de cine desde que presentó su ópera prima, Demasiado viejo para morir joven, en 1989?
–Para mí son un coñazo, aunque he coincidido con Almodóvar, Luis Buñuel, Catherine Deneuve (una vez en Cannes me pidió que nos sentáramos juntas en el cine y lo recuerdo como un momento precioso), Michael Haneke, que cuyo mundo me parece espantoso... Pero en 1989 hubo un crítico de cine, recientemente fallecido, que escribió que deberían cortarme la cabeza por haber hecho esa película. Yo tenía que haber nacido ahora, porque en mi generación ser mujer, joven y cineasta era lo peor, un estigma horrible. No lo digo con rencor, pero creo que ahora las cosas son más fáciles, y me alegro mucho por todas las directoras que tienen ahora las oportunidades que yo no tuve
–Ha dicho que si hubiera sido más feliz no habría hecho las películas que ha hecho, o que incluso no habría hecho películas. Personas con una sensibilidad tan exquisita, tan delicada, como usted, como Sara Mesa, como Laia Costa… ¿lo entienden como un regalo, o es también un peso?
–Las dos cosas. Te dan un látigo para contar la vida y una fusta para azotarte a ti misma. A veces pesa un poco, porque por muy curtida que estés hay ciertas cosas que te siguen doliendo. Pero ahora me explico mejor las cosas, veo venir a los malintencionados, veo exactamente de dónde proceden ciertos comentarios. No hablo de críticas; una cosa es la crítica y otra cosa es el comentario hiriente. Hay ciertas personas que no pueden soportar que les guste mi cine, y van a buscar la cosa más ridícula para atacarme. Pero estas personas hasta me dan pena. Cuento con ello e intento que me afecten lo menos posible. Pero si tanta rabia les doy... ¡que se lo hagan mirar!
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