El rescate de Wenceslao Fernández Flórez, un gran escritor cuya vida peligró en la República
Ediciones 98, la editorial de Jesús Blázquez, nos devuelve a un escritor fundamental, «que no encajaba en las etiquetas; un autor de lectores más que de críticos» según el prologuista Andrés Amorós
Jesús Blázquez es geógrafo e historiador. Doctor. Conferenciante e investigador. Documentalista y escritor y estudioso de la Historia social de la cultura española desde el 98 hasta el inicio de la Guerra Civil. Es posible que del año del origen de su estudio venga el nombre de su editorial: Ediciones 98. No se lo hemos preguntado, aunque podríamos, y podremos, hacerlo. Hemos tenido la suerte de que Jesús nos invitara a conocer sus libros unos pocos caballeros y una señora alrededor de una mesa cuadrada donde los libros reposaban junto a los manjares. Y entre esos caballeros, siempre por detrás de la señora, digan lo que digan los nuevos usos, Ruth Fernández Flórez, sobrina nieta del Wenceslao de los mismos apellidos, estaba el mismísimo Andrés Amorós, catedrático de Literatura Española, sabio, invitado de honor, prologuista de excepción de El Bosque Animado, de Wenceslao Fernández Flórez (Ediciones 98), y el hombre más adorable de la Tierra.
El encuentro es un acto de rescate de un escritor mayúsculo y olvidado, tarea a la que casi se ha consagrado Jesús Blázquez con esmero y delicadeza y admiración. Y con afán de respuesta. Ediciones 98, el barco del capitán Blázquez, como si Cebreros tuviera mar (que lo tiene), es una embarcación editorial ligera y preciosa cuyo efecto al recibirla es tan acogedor como el afecto con el que nos recibe Jesús y nos habla con pasión inmediatamente contagiada de Wenceslao Fernández Flórez, el escritor que logró escapar del terror del Frente Popular en 1937. «Un personaje excepcional que no encajaba en las etiquetas y un autor de lectores más que de críticos», apunta el prologuista Amorós, quien añade que ya no se lee a Fernández Flórez por la misma «barbarie» por la que ya no se lee a Ayala o a Gómez de la Serna.
«La izquierda no soporta que alguien cuente su propia versión de la guerra. Y todo el mundo tiene derecho a contarlo. A Wenceslao Fernández Flórez quisieron matarlo, así que es lógico que no les tenga muchas simpatías». Dice Amorós que la literatura nace como un rechazo a la realidad y que normalmente hay dos reacciones. Una es la cólera, «la literatura crítica y mordaz», y la otra es la de los que se ponen tristes y melancólicos «como yo». Pero dice que también hay una tercera reacción en el humor, que también proviene de la melancolía. El llamado «malhumorismo», dice Amorós, que se da en Cervantes, «el maestro del humorismo universal». Habla de la novela El bosque Animado (según el propio Fernández Flórez, la mejor de todas las suyas) como del primer ejemplo español del realismo mágico a partir del humor. Wenceslao Fernández Flórez creía que el humor es muy serio.
El Bosque Animado no como «vivo», sino en el sentido de que todas las cosas tienen alma. Un libro que ha sido mal editado y mal vendido. Mal promocionado. No es un libro sobre el ecologismo. Es un bosque gallego, con niebla. La realidad y el ensueño donde «un fantasma se queja de la humedad porque le ha caído agua bendita». Es un humor inglés en la tradición de Wodehouse. Hay una suerte de mágico misterio en las literaturas inglesa, irlandesa y gallega. La novela de Fernández Flórez que rescata Jesús Blázquez y Ediciones 98 no es racional, ni realista, sino sentimental. Es el «se canta lo que se pierde» de Machado, recuerda don Andrés, «los sueños no cumplidos que también son vida». «Just Life», vuelve a recordar a propósito de un cuento de Katherine Mansfield, como antes habla de Kipling y su Rikki Rikki Tavi, «que no es cuento para niños» y sin embargo así se ha vendido, como El Bosque Animado.
No cesan las comparaciones maravillosas del autor olvidado. La comparación con Galdós, por ejemplo, en el sentido de la compasión. «El humorismo que no es burla sino el sarcasmo que acaba en una sonrisa de comprensión», cuenta Andrés Amorós. Así era (es, gracias al empeño de Jesús Blázquez) Wenceslao Fernández Flórez. Un autor fundamental, novelista, cuentista, articulista, partidario de la vida rescatada en una valiosa y única colección: Una Isla en el Mar Rojo (publicada una única vez anteriormente en 1939), El Terror Rojo (publicada solo en portugués en 1938), ambas sobre las duras experiencias de Fernández Flórez en el Madrid del Frente Popular; El Bosque Animado o los Cuentos Tristes de Tragedias de la Vida Vulgar. El barco en que también se puede encontrar la Asclepigenia de Valera, prologada por Amorós y epilogada por Azaña, Narraciones breves de César González Ruano; a Pío, a Julio Caro y a Ricardo Baroja; los Diarios de Stefan Zweig o El Viaje a Pie, de Josep Pla, incluso un bello epistolario, ampliamente elogiado por la crítica nacional e internacional, reunido por el propio Blázquez, otra joya sin atención, como Wenceslao: Unamuno y Candamo, amistad y epistolario (1899-1936).