El Parnaso de Rafael(1511): Los poetas recitan junto a las nueve musas en la cima del monte Parnaso.
¿Qué hace un poeta en el día mundial de la Poesía?
En el día mundial de la poesía, el oficio está más olvidado que nunca, aunque el poeta sea el rapsoda mudo de nuestra experiencia
En el día internacional de la poesía hay que hablar del poeta: ese ser extraño, aparentemente normal, entre la gente distraída de sus propias taras.
El poeta, no es ni mejor ni peor que un panadero o una periodista . Y cuando escribe describe, intentando responder a un temperamento; a una personalidad, no necesariamente educada, sino más bien descubierta en sí, entre las habilidades aprendidas y las lecciones necesarias para afrontar esas obligaciones que el mundo impone para el alimento. Del mismo modo, también se puede denominar al poeta como aquel que descubre en sí esa capacidad –olvidada por casi todos–, de labrar con el asombro en la tierra de la alegría, en la del dolor, la de la vida o de la muerte del amor y la ternura, despertando en el mundo los objetos inertes guardados en el corazón, mientas todos nosotros balbuceamos.
Describir un misterio
La poesía es la experiencia del rapsoda, del salmista o el cantaor enmudecido en la letra, como un hecho insólito que acontece en él cuando, sorprendido, se asoma como Machado «a las almas cuando lloran» y escucha «su hondo rezo, humilde y solitario,/ (...); pero en las hondas bóvedas del alma», no sabe «si el llanto es una voz o un eco».
El poeta busca una unión –digámoslo cuánto antes–, con ese objeto de su atención, o de su amor, o su obsesión, según el grado de cordura. Una unión inefable con aquello que le atrae y que atrapa su mirada de una manera tan dominante que consigue hacer brotar la palabra; o esta se la arranca del pecho. No se sabe.
A veces se trata sencillamente de la atracción producida por lo desconocido; y otras veces es un movimiento interno e indefinido con la esperanza, un tanto vana, de alcanzar la plena descripción del misterioso «yo» frente a la vida; o la descripción de la herida; o la descripción de las preguntas como Civitareale, cuando se pregunta «qué sentido puede tener/este pasar junto a nuestros días/descartando las certezas, escrupulosos/contando nuestros fracasos,/(...). Andar, en cambio, cada uno con su perezosa existencia,/en el silencio extendido sobre la ciudad vivida cada hora en la espera de nosotros mismos/siguiendo un sueño que siempre/demora en precisarse».
Un lugar en la eternidad
Otras veces el poeta es quien advierte en sus propios versos la ansiosa consecución del quehacer sin descanso, como enemigo invisible de nuestra indignación fatigosa y apesadumbrada por los días plenos de gestos vacíos de un anhelo sin cumplir.
Y otras veces, el poeta es la maravilla del verso hecho a sí mismo, mientras sigue el señuelo que deja la luz del umbral entreabierto, como barrera de luz infranqueable, o signo de todos los misterios encerrados en las almas que arriesgan su corazón, y se atreven a asomarse al borde del silencio cotidiano, y –sencillamente– describen como Anne Perrier, un lugar «en la eternidad:/una silla baja de anea/de silencio del verano/un muro que el cielo ha hendido como una calle/y mi alma que se acostumbra a decir Tú». Pero, ¿a quién?