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26 de abril de 2024

Ildefonso Falcones, en un momento de la entrevista con El Debate

Ildefonso Falcones, en un momento de la entrevista con El DebateMaría Serrano

Entrevista

Ildefonso Falcones: «No sabía si moriría antes de acabar esta novela»

El escritor barcelonés publica Esclava de la libertad, una novela sobre la esclavitud española y sus legados que ha escrito entre operación y operación

Aparece Ildefonso Falcones cansado, pero jovial. Con ganas reales de hablar: la palabra es su gran aliada, su amiga fiel desde que en 2006 revolucionara el panorama editorial con La catedral del mar. Aquella fue su primera novela: casado y padre de cuatro hijos, la abogacía se le atragantaba mientras los dedos le bullían con la historia de esa Barcelona natal que tanto ama y por la que tanto ha hecho.
Ahora los dedos le siguen cosquilleando, pero (también) por otra razón: el cáncer no le ha dado tregua desde 2019, y los pinchazos en las extremidades son recurrentes. Pero no ha dejado de escribir, siempre y cuando la salud se lo ha permitido: «Durante esta novela he tenido cuatro intervenciones: me han cortado medio hígado y me han quitado tres pedazos de pulmón. No ha sido nada fácil», explica con una sonrisa tímida que se escapa por la comisura de los labios. Se pone serio, casi solemne, antes de decir: «No sabía si acabaría esta novela antes de morirme».
Ildefonso Falcones (Barcelona, 1959) no tenía ni fuerzas ni, quizá, tiempo para documentarse sobre un tema nuevo, por lo que decidió que había llegado el momento de recuperar toda la información que había acumulado sobre la Cuba esclavista del siglo XIX. Granjas de mujeres obligadas a engendrar futuros esclavos, niñas secuestradas de su Guinea natal, familias españolas que hicieron fortuna gracias a la mano de obra cautiva de la colonia… todo ello se da cita en Esclava de la libertad (Grijalbo), una novela que, asegura, supone «una firme defensa de la diversidad cultural, la justicia histórica y la libertad».
'Esclava de la libertad', la nueva novela de Ildefonso Falcones

Esclava de la libertad, la nueva novela de Ildefonso Falcones

–En mitad de la enfermedad, ¿cómo surge la idea de escribir esta novela?
–Este libro surgió hace ya muchos años; lo tenía pensado desde hace mucho tiempo. Tenía la idea pero no desarrollada, y un poco abandonada. Cuando me documenté para escribir La reina descalza me interesé por la esclavitud, aunque no estaba pactado con la editorial. Lo que pasa es que estaba enfermo y hubo un momento en que ponerme a estudiar durante un año se me hacía muy cuesta arriba, más que nada porque no sabía si ese estudio se iba a plasmar en alguna novela o si me iba a morir antes de terminarlo.
–¿Por qué decide mirar el aspecto de la esclavitud en Cuba?
–Porque es algo que me sorprendió muchísimo. Cuando hablamos de la esclavitud pensamos en épocas lejanas, pero en realidad mis abuelos fueron coetáneos con ella, y sus frutos los tenemos tan cerca que se puede trazar un hilo entre los protagonistas, las clases esclavas que llegan a Cuba, y sus descendientes aquí.
–La injusticia es un tema transversal en su escritura. ¿Por qué le atrae tanto?
–Es un tema atractivo. Lo único que hace es demostrar que hay una situación de diferencia entre aquel que actúa injustamente y aquel que recibe la acción: lo importante es esa situación de desigualdad. Me interesa la injusticia porque es una oportunidad para enmendarla, y en concreto el tema de la esclavitud es un episodio por el que en España se pasa muy de puntillas.
–En Esclava de la libertad entrelaza pasado y presente. Lita es una joven mulata descendiente de una antigua esclava que busca justicia. ¿Qué responsabilidad pueden tener los descendientes de esos esclavistas de hace 100 años?
–Culpa, ninguna. No creo que haya que culpabilizar a nadie de lo que hicieron sus antecesores. De lo que uno es culpable es de aquello que puede ejecutar o impedir y no lo hace. A partir de ahí, ya éticamente se abre el problema de las herencias y las fortunas. Sobre ello hay varios libros escritos que persiguen exactamente esa trazabilidad del dinero. Pero corresponde a cada uno tomar una decisión al respecto.
–Justo se acaba de publicar un libro que traza el pasado nazi de muchas grandes fortunas alemanas. ¿Cree que puede ocurrir lo mismo España en relación al colonialismo?
–Yo no quisiera decir tanto. Y en fin, hay gente muy rica en España que ha obtenido su dinero y su patrimonio a base de trabajar en España (trabajos que no están sustentados en el esclavismo). Eso no quita que pueda haber determinadas instituciones o determinadas personas que sí pudieron enriquecerse a base de ello: es una realidad que existió en la Cuba española.
–¿Existían también esclavos blancos en Cuba?
–Sí, pero eran limitados. Y no fueron realmente esclavos. Se encontraron con empresas que les ofrecían contratos tremendamente económicos; podemos decir que fueron llevados allí de forma engañosa, pero cuando se dieron cuenta del engaño, pudieron escapar, algo que los esclavos negros no podían hacer. Hubo muchos esfuerzos por parte de los cubanos de sustituir la mano esclava negra por otro tipo de esclavos, por ejemplo, chinos. Pero no se consiguió.
–El libro habla de un problema que sigue ocurriendo en algunas partes del mundo. ¿Se puede ser esclavo de la libertad?
–Es un oxímoron. En nuestro caso cuadra perfectamente porque el personaje de la novela, el personaje principal de la Cuba esclavista, es una mujer que no lucha por su propia libertad, no huye. Incluso habiendo huido, habiendo ya alcanzado esa libertad, aunque sea como cimarrón, aunque sea como prófuga, renuncia a su libertad para buscar la de todos.

No se puede descartar que siga existiendo la esclavitud

–¿Existen documentos que confirman la existencia de los criaderos de esclavos, esas «granjas» donde se explotaba reproductivamente a las mujeres?
–Es menos conocido, pero realmente existió. Existió por una simple cuestión económica. La Ley de Vientres Libres fue consecuencia final de la Guerra de los Diez Años, y por ella se determinó que los hijos, aunque nacieran de mujeres esclavas, ya eran libres, y que los mayores de 60 años también adquirirían la libertad. Por tanto, la esclavitud no era «rentable» ni por abajo ni por arriba. Pero que el hijo nacido de una esclava fuera esclavo era determinante entonces, cuando Inglaterra consiguió prohibir la trata. El precio de los esclavos subió enormemente, por lo que a los señores les interesaba más hacer parir a las esclavas que tenían, cosa que hasta ese momento nunca habían hecho. En los principios de la Ley de Explotación Azucarera realmente había muy pocas esclavas en los barracones de los hombres. Eran todo hombres, ya que por fuerza y constitución eran más productivos.

Cuando Inglaterra consiguió prohibir la trata, el precio de los esclavos subió, por lo que a los señores les interesaba más hacer parir a las esclavas

–Sorprende el sentido y el valor del canto de los esclavos. Era todo menos catártico...
–No, les hacían cantar para ocupar sus mentes, y que trabajaran de forma mecánica. Me impactó, porque uno piensa en los cantos y piensa que están contentos, están alegres. Pero si obligas a una persona a estar cantando, la sacas de sí misma.
–Casi todas sus novelas están ubicadas en Barcelona, pero últimamente las traslada también a Madrid. ¿Le gusta la capital como escenario?
–Me parece una ciudad maravillosa. Cuanto más me acerco, cuantas más veces vengo a Madrid, más prendado me quedo de ella. Culturalmente, socialmente, comercialmente y financieramente. Sales a la calle, hay alegría y pasión, y la gente está en la calle. Son cosas que se echan de menos en otras ciudades. Y hasta aquí puedo leer...
–Sin embargo, Madrid no fue el lugar desde el que se organizaban las colonias, como sí pudieron serlo Cataluña o País Vasco, o la misma Málaga, que era ciudad de negreros. ¿Por qué no situar esta novela allí?
–Probablemente porque se trata de un problema social. Hablamos de un problema financiero, y el mundo de las finanzas en España está centrado en Madrid. Lita vive en el barrio de Salamanca y trabaja en banca privada, en la empresa de los marqueses de Santadoma.
–En esta novela incurre también en el realismo mágico con la religión Yoruba y la diosa Yemayá.
–Es que no se podía tratar la esclavitud sin hablar de la religión. A la hora de oponerse a los amos, los esclavos tenían el aborto cuando les obligaban a parir; el suicidio, que era bastante común; y la fuga. Luego, además, estaba la religión, que les permitía regresar a sus raíces. Y está todo mezclado: en realidad, la diosa es una representación de la Virgen de la Caridad del Cobre. Trato esa religión como trato el resto: con sumo respeto.
–Desde una posición de hombre europeo, ¿le ha costado ponerse en la piel de dos mujeres negras que sufren esclavitud y racismo?
–Ya me he metido en la piel de mujeres antes, pero lo que me cuesta es meterme en la piel de un desconocido. Y sigo creyendo que no he llegado a meterme en lo que significa ser un esclavo; es imposible.
–El racismo y el feminismo están de moda. ¿Ayudan a vender libros?
–Es una novela tremendamente actual. En este momento estamos en el decenio de defensa de los afrodescendientes, algo que promovió la OMS en 1994. El racismo, la xenofobia y la discriminación no sólo son los lacras que vivimos desde hace años, sino que además están aumentando, mientras que nuestro proceso de asunción está involucionando bastante. Hoy hay, desgraciadamente, muchos movimientos políticos que no nos permiten avanzar en ese sentido. La novela como tal creo que es más antirracista que feminista; las mujeres me ayudaban a trazar la línea genealógica.
–¿Por qué busca dar siempre voz al desvalido?
–No creo que en mi vida haya experimentado situaciones similares a las que yo propongo, aunque he tenido que luchar y trabajar mucho para salir adelante; nadie me ha regalado nada. Pero desde un punto de vista literario es mucho más simpático hablar de gente humilde, y además puedes exponer experiencias y factores universales. Los humildes son los que trasladan al lector a una época determinada, mientras que los grandes tienen su propia historia. Entonces o creas un personaje grande, totalmente ficticio, o te quedas con los que hacen realmente la historia.

No creo que en mi vida haya experimentado situaciones de injusticia similares a las que yo propongo, aunque he tenido que luchar y trabajar mucho para salir adelante; nadie me ha regalado nada

–¿Qué personaje de la novela le ha gustado más?
–Yo creo que la joven, porque la esclava está casi predeterminada: llega como esclava y su función es pelear. Diana, nacida aquí, hija de una criada, pero con recursos y con una vida confortable que tiene que terminar convenciéndose de que se ha cometido una injusticia... es más difícil de desarrollar. Porque es más fácil fantasear con el pasado que con el presente. Y te puedes equivocar. Todo el proceso de desarrollo personal es complejo: hay que ir sembrando emociones para que el personaje pueda llegar a donde tú quieres que llegue.
–¿Cómo la definirías, una nueva novela histórica de aventuras con carácter social?
–Novela de aventuras, simplemente. Lo único que pretendo con mis novelas es que la gente lo lea, se entretenga y disfrute. También intento ofrecer siempre un escenario verídico, un relato que esté fundamentado. Lo que no podemos pedirle al lector es que cuando termine de leer una novela tenga que estudiar para saber si aquello que le ha dicho la novela es verdad. Hay que tener cierta credibilidad.
–¿Está escribiendo algo nuevo?
–Tengo otro libro para el que estoy estudiando, pero sin prisa. Creo que será para dentro de tres años. Espero aguantar... Yo soy el primero que lo desea. Pero no puedo adelantar nada del tema.
–¿Y qué lee Ildefonso Falcones cuando no está escribiendo?
–Yo leo para entretenerme. Todo esto de la alimentación del espíritu... no es para mí. Cuando estaba como abogado había que leer mucho: Derecho Natural, Filosofía del Derecho, derechos humanos... y ahí ya colmé mis expectativas, mis necesidades de desarrollo intelectual en esos términos. Yo ahora ya sólo busco el divertimento para entretenerme y a veces, y oye, que si un libro en la página 60 no me entretiene, no me engancha (lo cual no quiere decir que sea malo), pues lo dejo. No hay tiempo que perder.
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