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17 de mayo de 2024

Bandera de la Unión Europea en Bruselas.

Bandera de la Unión Europea en Bruselas.Europa Press

La respuesta a las crisis actuales es más Unión Europea

Una gran mayoría de los ciudadanos de la Unión coincidimos en ser optimistas sobre el futuro de Europa. Lo que debería de preocuparnos es que ese optimismo no se transforme en autocomplacencia

Si bien los logros del proyecto de unificación europea han sido considerables cuantitativamente (y cualitativamente) hasta 2023, sería sumamente ingenuo por nuestra parte considerar que dicho proyecto está cerca de concluir transcurridos más de 70 años desde la declaración de Robert Schuman. Estos avances han sido impulsados en distintos momentos por alguno de los tres actores que compartieron y compartimos el interés por ahuyentar el fantasma de la guerra: los ciudadanos, los Estados miembros y la propia Unión Europea.
No olvidemos que la Unión se ha cimentado sobre los retos e incertidumbres de diversas crisis de toda naturaleza (políticas, económicas e incluso sanitarias). La propia Unión es el fruto de dar solución a la mayor crisis sufrida en nuestro territorio (nos referimos a la muerte directa de cuanto menos 60 millones de personas entre 1914 y 1945 a casusa de la guerra). Por supuesto, no ha sido sencillo el proceso, por lo que no debemos de caer en el error de infravalorar las crisis vividas hasta el momento desde los años 60 ni tratar de compararlas con los retos a los que actualmente debemos de hacer frente.
En diciembre de 2019 eran seis los objetivos que se planteaba nuestro actual ejecutivo de la Unión para 2024: conseguir un pacto Verde Europeo; consolidar una economía que funcione en pro de las personas; desarrollar una Europa adaptada a la era digital, garantizar y potenciar la protección de nuestro estilo de vida europeo; proyectar una Europa más fuerte en el mundo y; dar un nuevo impulso a la democracia europea. A ello hemos tenido que sumar en 2020 aumentar la capacidad de la Unión para dar una solución conjunta y coordinada a crisis sanitarias globales; perder por primera vez en nuestra historia a uno de los Estados miembros a voluntad de sus ciudadanos (con las dudas de si se informó debidamente de las consecuencias de la salida); tener alternativas reales a la dependencia del suministro energético por parte de Estados y territorios políticamente inestables, en 2022 reactivar la idea de crear una política de defensa común para dar respuesta a los conflictos bélicos que se desarrollan al borde de nuestras fronteras y en 2023 encontrarnos con una China dispuesta a participar en el escenario global.
Y ante esta situación, solo caben dos escenarios: afrontar la realidad con «menos Europa» (es decir, retroceder en el camino andado) o con «más Europa» (hasta la fecha, la fórmula que hemos elegido durante las siete últimas décadas).
La Unión, y al menos tres cuartas partes de sus ciudadanos, lo tenemos claro: «E igual que nos tomamos en serio la perspectiva de una unión más amplia, también tenemos que tomarnos en serio la necesidad de una reforma. Así, tal y como ha preconizado este Parlamento, creo que ha llegado el momento de celebrar una Convención Europea». Con estas palabras concluía su intervención la presidenta Von der Leyen en el discurso sobre el estado de la Unión de 2022 pronunciado en Estrasburgo el 22 de septiembre de dicho año. Y a falta de que los Estados miembros se pronuncien, podemos vaticinar una reforma que avance en el proceso de «federalización» europea (o «unificación» si preferimos mantener un término más aséptico).
Pero, tanto como los retos que hoy hay que superar, debe de preocuparnos el cómo afrontarlos. Sería una temeridad y un engaño asegurar el éxito absoluto de un avance en el proceso de integración. Pero resultaría igualmente falaz el negar que la alternativa a la integración tendría como resultado acercarnos a la casilla de salida que fue 1945. No está de más recordar la frase de la Declaración Schuman de 9 de mayo de 1950«Europa no se construyó y hubo la guerra», así como la que le sigue, «Europa no se hará de una vez ni en una obra de conjunto: se hará gracias a realizaciones concretas, que creen en primer lugar una solidaridad de hecho». Ésta última sin duda es atemporal, y ha sido la máxima aplicable cuando surgían nuevos retos.
Michel Houellebecq, Byung-Chul Han, Slavoj Žižek o Luuk Van Middelaar (entre otros muchos) nos vienen recordando en los últimos años las miserias, peligros y sociedades que creemos distópicas hacia las que tienden los Estados en la Unión Europea. Sin embargo, en sus últimos años de actividad, Antonio Escohotado argumentaba cómo a pesar de no haber solucionado la pobreza y las desigualdades sociales, en el mundo en general (y por supuesto en la Unión Europea), vivimos mucho mejor que hace cincuenta, treinta e incluso que hace diez años. Igualmente, tanto él como otros lúcidos pensadores afirman que la consecución de derechos conlleva responsabilidades si no queremos renunciar a ejercerlos.
Una gran mayoría de los ciudadanos de la Unión coincidimos en ser optimistas sobre el futuro de Europa (en el caso de España, siete de cada diez ciudadanos según datos del eurobarómetro de 2022). Lo que debería de preocuparnos es que ese optimismo no se transforme en autocomplacencia generada en la idea de que serán otros ajenos a nosotros los que nos solucionen el panorama (ya sean «Bruselas», los alemanes, los franceses, los centroeuropeos protestantes, los «hombres de negro» o los «autómatas» del Banco Central Europeo).
Resulta pesado, aburrido y, digámoslo claramente, pueril, repetir el mantra de que «estamos en crisis» o que «cualquier tiempo pasado fue mejor». Es un insulto a nuestros padres y abuelos, y por ende a la inteligencia, afirmar que los retos y crisis actuales son más complicados que los anteriores. Asumamos que la Unión se enfrenta a nuevos retos, sin tratar de cuantificarlos en una escala. Retomemos la frase, «Europa (…) se hará gracias a realizaciones concretas, que creen en primer lugar una solidaridad de hecho». Exijamos a nuestros políticos nacionales y europeos, a nuestras instituciones, estar a la altura de los retos. Porque sólo so hay acción ciudadana (que no reacción), podremos encontrar soluciones satisfactorias.
Ya lo expuso George Steiner en 2004: Europa es una idea (concretamente el resultado de cinco axiomas que nos ayudan a conformar esa idea). Pero una vez explicada la idea, la pregunta es obligada: «¿y ahora, qué?». No podemos eludir dar una respuesta, y esa respuesta es «una Unión Europea», una unidad que respeta la diversidad, pero en la que debemos avanzar juntos ante cada uno de los retos por complicados que nos resulten.
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