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03 de mayo de 2024

Nuccio Ordine, en una imagen de archivo

Nuccio Ordine, en una imagen de archivoEFE

El Debate de las Ideas

Nuccio Ordine: la reivindicación de la enseñanza centrada en los maestros, del diálogo con un canon clásico abierto, y de la mirada social

El reciente galardonado Premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades fallece en su Calabria natal, esa región donde Italia se asoma al Mediterráneo, a África, a su pasado griego. Hace unas semanas concedió una entrevista a El Debate, en la cual mostraba agradecimiento, amabilidad y esperanza

Sólo he tenido una oportunidad de charlar con Nuccio Ordine. Fue hace pocas semanas, el mismo día en que se anunció que este año era el galardonado del Premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades. Unos meses antes, yo había reseñado en estas páginas —esta página digital, en este periódico viejo y nuevo que es El Debate— el último libro que le habían traducido en Acantilado, Los hombres no son islas. Se trataba de una nueva entrega de un tipo de ensayo que, a medio camino entre el centón y el comentario de profesor en el aula, contenía un itinerario por el canon. Entendiendo canon en su sentido abierto: desde Séneca y Cicerón hasta Antón Chéjov, Joseph Conrad y Jorge Luis Borges.
La edición original, titulada Gli uomini non sono isole, había aparecido en 2018. Los títulos anteriores se habían traducido en Acantilado con mucha más premura: L’utilità dell’inutile (2013), Classici per la vita (2016). En mi reseña, destaqué aspectos en que disiento de Ordine. Quizá enfaticé demasiado los rasgos que nos separaban, pero también ensalcé su planteamiento eminentemente social y humanístico. En cierto modo, y desde perspectivas políticas diferentes, bastantes de sus ideas lo aproximan a Gregorio Luri. Porque ambos saben que el canon nos libera de la esclavitud del presente, nos sugiere que los grandes problemas y preguntas se han formulado e intentado responder desde hace milenios —no son las pantallas, sino otros humanos en diálogo quienes nos iluminan en el tránsito de una existencia repleta de incógnitas, gozos, yerros, hallazgos, dolores y misterios.
La lectura de Ordine recuerda otro aspecto: dentro de nuestra conciencia escuchamos o sentimos que estamos obligados a ser nuestra mejor versión. Alcanzar la excelencia, como decían los clásicos. Pero no excelencia y mejor versión en nuestro beneficio, sino en provecho de los que tenemos al lado —esa mirada social y humanística. Y los clásicos —el canon que hemos de asimilar, de metabolizar, como la vaca que rumia el pasto y lo trasiega de un estómago a otro— suponen el alimento, espejo, estímulo, guía en esta pugna contra nosotros mismos, en ese «sacar de ti tu mejor tú» que decía Pedro Salinas.
Asimismo, el señor Ordine pensaba que uno de los problemas de la universidad es la desaparición del Estado y la intrusión de la empresa. No es una valoración en que coincidiéramos. Por lo que respecta a España, ha sido el Estado el que ha puesto, desde los años 80 al menos, todo su empeño en desterrar el rigor, la excelencia —repitamos esta palabra— y los estudios clásicos. En otros países ha sido la epidemia woke. Determinadas universidades privadas españolas se han aprovechado de la coyuntura —otras, por el contrario, obligan a sus alumnos a cursar un número mínimo de asignaturas humanísticas—, y, como admitiría Ordine, el mercado sólo aspira a una cuenta de resultados rápida, y por eso edita libros como si fuesen salchichas, y por eso el ruido que genera nos impide leer con calma. Pero, sea como fuere, sí es verdad que las universidades han dejado de ser, en demasiados casos, un lugar donde encontrarnos con profesores como aquel C. S. Lewis encarnado por Anthony Hopkins en Tierras de penumbra (Richard Attenborough, 1993).
En Italia el panorama es bien diferente, porque allá tienen aún un bachillerato de exigencia humanística. Lo denominan «Liceo Classico». Hace poco he publicado en Rialp la traducción de un libro que recuerda algo a los de Ordine: Un spa para el alma (Cómo cuidar mi vida con los clásicos griegos y latinos), de la profesora Cristina dell’Acqua. La autora lleva más de un cuarto de siglo impartiendo clases de Latín y Griego y, al igual que Ordine, nos habla a partir de su experiencia con los alumnos. Su amor por los clásicos —desde Menandro, Eurípides y Ovidio hasta Quintiliano y Homero— y su cariño hacia sus alumnos. Los clásicos pasan por dentro de nosotros, pero también nosotros dentro de ellos. Diálogo. Y, a ser posible —ojalá más misas en latín—, diálogo en sus sublimes lenguas originales y eternas.
Por eso, Ordine era mucho más que estos y otros libros, y que los comentarios que puedan merecerse. Sobre todo, cabría definirlo como un profesor que tendía la mano. Cuando me recibió al otro lado del teléfono —apenas hace unas semanas, repito—, él llevaba siete horas atendiendo a la prensa. Sin embargo, el cansancio no ocultaba su afabilidad, su sonrisa, su agradecimiento, su bonhomía. Su esperanza. Dedicaba el premio «a los maestros, a los profesores que en el silencio de los lugares más pobres del mundo cambian la vida de los estudiantes». Ese era Nuccio Ordine. Un hombre amable que pensaba en los demás. Aprovechó nuestra conversación para dar las gracias a Emilio Lledó, Umberto Eco y George Steiner: «Tengo una deuda muy, muy grande con estos profesores, porque, dialogando con estos profesores, he aprendido mucho a lo largo de mi vida». No se jactaba, no repasaba sus méritos, ni las universidades en que había colaborado, sino que se acordaba de «un profesor [en Colombia] que cada día recorre dos horas en moto y dos horas en lancha para ir a enseñar: cuatro horas para ir, cuatro horas para regresar. Este profesor está haciendo un trabajo enorme, porque puede permitir a jóvenes estudiar y conocer».
Nuccio Ordine, gran conocedor de los clásicos de hoy y de hace tres mil años, venía a contradecir aquellos versos de Teognis —una paráfrasis de Homero que luego imitaría Sófocles y remedarían Aristóteles y muchos otros— que aseguraban: «De todas las cosas, lo mejor para quienes huellan la tierra es no nacer, | ni haber contemplado los rayos del punzante sol; | mas, si se nace, lo más presto posible traspasar la entrada al Hades, | y yacer cubriéndose con abundante mantillo». Allá, al lugar de donde no se retorna, llegues con ventura, Nuccio.
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