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17 de mayo de 2024

Javier Prades, rector de la Universidad de Estudios Eclesiásticos San Dámaso

Javier Prades, rector de la Universidad de Estudios Eclesiásticos San DámasoJornadas Luigi Giussani

Pensar una universidad para el siglo XXI, un diálogo con Javier Prades

El rector de la Universidad Eclesiástica San Dámaso trata algunas cuestiones sobre el futuro educativo

Partimos en nuestro diálogo de la incertidumbre actual acerca del futuro de la universidad.
  • El fenómeno de la especialización y el utilitarismo rampante han desnaturalizado el sentido de la genuina universidad. La secularización del saber ha tendido a excluir a la teología del ámbito de las disciplinas universitarias. Parece, incluso, inapropiada la mención de Dios o la llamada búsqueda de la Verdad que, sin embargo, las universidades católicas repetimos en nuestros programas e idearios.
  • Se añade una generalizada actitud mercantilista y cuantificadora de la actividad académica que está produciendo una enorme insatisfacción entre los profesores. Parece urgente una tarea de dignificación de la condición de profesor, de la recuperación de la figura del maestro y de la relación entre maestro y discípulo.
  • No hay universidad que pueda denominarse como tal si no investiga, es verdad. Pero, la investigación se ha vuelto utilitarista. La producción en masa de artículos produce enorme amargura, soledad y depresión.
  • Urge asimismo salir al paso del denominado «cientificismo» que enturbia el recto trabajo de estudio conducente al descubrimiento de verdades ignoradas en el campo de la teología, de las humanidades, de las ciencias sociales y del derecho.
  • La actitud individualista, dirigida a obtener méritos propios amenaza seriamente el ser de la universidad como comunidad.
  • La revolución tecnológica aplicada a la educación está provocando profundos cambios a los que parece necesario ofrecer una respuesta urgente.
Respuesta de Javier Prades:
  • Hoy parece imposible una relación entre las distintas disciplinas no solo por el incremento de datos disponibles sino porque ya no habría (ni puede haber) una forma de usar la razón en condiciones de conocer las dimensiones últimas de la realidad y preguntarse por el fundamento de todo saber. MacIntyre vincula este resultado de fragmentación del saber con «la profunda pérdida de una «concepción del mundo» que pueda justificarse racionalmente». En efecto, el ser humano tiende a buscar una idea global del saber sobre sí mismo y sobre la realidad que va más allá de cualquiera de las adquisiciones y descubrimientos en algún sector del ser o del actuar humano, por muy valiosos que sean. A partir de esa «concepción» global la comunicación entre distintos saberes es posible. Está sucediendo ahora. El lenguaje convencional para este hecho en el mundo de la academia es el de la interdisciplinariedad. Cada método racional puede explicar algún aspecto de lo real, y debe tener en cuenta los demás métodos, para salvaguardarlos todos. El papa Francisco en la constitución Veritatis Gaudium ha propuesto la transdisciplinariedad, para ampliar el horizonte con la sabiduría que deriva de la revelación de Dios.
  • La pregunta nos lleva a lo que denomino la «secularización del saber», como tendencia en las sociedades occidentales, pero de manera específica en las élites universitarias. Muchos profesores no sienten la necesidad de discutir un problema que a sus propios ojos parece superado. En la universidad española Dios no sería ya ningún problema, si atendemos al silencio de no pocos estudios al respecto. No han faltado, sin embargo, voces que advertían sobre el fenómeno de la secularización del saber universitario. Eugenio Trías denunciaba hace años el «marco asfixiante de las tradiciones universitarias académicas, en las que se mantiene el postmodernismo». Afortunadamente, hoy existen otras sensibilidades entre profesores y alumnos de la universidad española. Señalo el ejemplo de los 35 jóvenes universitarios que han publicado juntos el libro ¿Un futuro sin Cristo? Voces de una generación.
  • Hay tres defectos que empobrecen las aulas universitarias. En primer lugar, lo que podemos llamar intelectualismo, es decir, la comunicación de un saber que se lleva a cabo de modo «abstracto», separado de la vida concreta del sujeto que enseña y del sujeto que aprende, con una finalidad podríamos decir «autorreferencial» hacia el ámbito académico. El segundo es el individualismo, entendido como la defensa de lo que cada uno produce autónomamente, que se erige en barrera frente al otro y no en cauce de comunicación que deriva de la pertenencia a un sujeto comunitario. En tercer lugar, la pérdida del sentido de la vida universitaria como vocación personal. Si el sujeto se «separa» de sus conocimientos —puesto que no los asimila para su vida personal— y se «separa» individualistamente de los otros miembros de la comunidad académica –porque tampoco propone el conocimiento para la vida personal del interlocutor—, el esfuerzo de investigar y enseñar no significará la maduración de la propia vida, ya que el trabajo —fragmentado en múltiples aspectos— carece de ese punto sintético unitario que lo ponga en relación con su propia vida y la de los demás.
  • En el ámbito de la investigación me limito a considerar una de sus condiciones de posibilidad, que es una característica llamativa de la razón humana: su capacidad para confiar tanto en sí misma como en el otro y en las relaciones sociales. Ludwig Wittgenstein dice que sin el papel originario de la confianza no hay aprendizaje, y por tanto no habría posibilidad de ese despliegue excepcional de las ciencias y la técnica que hoy conocemos. Hace algunos años, el premio Nobel David Baltimore sostenía que «la confianza es necesaria para desarrollar investigación científica en un equipo».
  • Tenemos sobre la mesa serias cuestiones éticas a propósito de la ordenación de las tecnologías digitales. Necesitamos custodiar esa característica peculiar del hombre que es su autoconciencia libre y aclarar cómo se inserta esa cualidad única en el conjunto de los factores tecnológicos, financieros, ecológicos, sanitarios, comerciales… que hemos mencionado. Para comprender ese fenómeno sorprendente que es el hombre, capaz de reflexión y de decisión libre, no nos podemos acercar solo a partir de los datos tecnocientíficos, sino que necesitamos la reflexión filosófica y teológica sobre el significado de la experiencia humana elemental, personal y social.
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