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29 de abril de 2024

Victoriano Valencia: «Sigo soñando con la faena perfecta»

Victoriano Valencia: «Sigo soñando con la faena perfecta»

Matador de toros y padre de Paloma Cuevas

Victoriano Valencia: «Sigo soñando con la faena perfecta»

El decano de los toreros recuerda sus cuatro memorables faenas en Las Ventas

El pasado mayo, Victoriano Valencia celebró su 92 cumpleaños. Sigue siendo un caballero educado, amable, cordial. La cabeza le funciona muy bien pero las piernas se resienten. Por eso, acepta que vayamos a su casa, en vez de venir él a El Debate, como pretendía. Los aficionados veteranos no olvidan sus cuatro memorables faenas, en Las Ventas. Sólo acertó con la espada en una de ellas pero las cuatro han quedado para la historia.
Además de matador de primera fila y abogado, ha sido importante empresario taurino y uno de los mejores apoderados de los últimos tiempos. Siempre ha tenido fama de ser persona formal, de palabra. Ahora, muchos le conocen como el padre de la guapísima Paloma Cuevas, que ha sido la mujer de Enrique Ponce, al que él apoderó.
Su nombre verdadero es Victoriano Cuevas Roger pero es el quinto miembro de la dinastía de los Valencia, a la que hace poco ha dedicado un libro Marcos García Ortiz. La inició José, banderillero del Espartero: recibió este apodo por haber nacido en Torrente (Valencia). Su hijo mayor, José, Valencia I, fue el primero en cortar un rabo en la Plaza Vieja de Madrid. Su hermano Victoriano, Valencia II, apodado El Chato, se hizo famoso por su valentía y desplantes toreros; por ser falangista, fue asesinado en Madrid en 1936. Otro José, Valencia III, fue matador en los años cuarenta y, luego, asesor, en Las Ventas.
Victoriano y yo nos conocemos hace muchos años, sabe que siento por él respeto y afecto. Por eso, ha aceptado con gusto que le demos un repasito a su trayectoria.
–Tú eres de Madrid pero te educaste en Barcelona.
–Nací en Madrid, en el barrio de Chamberí, pero muy pronto trasladaron a mi padre, que era comisario de policía, a Bujalance, en la provincia de Córdoba; en seguida, a la Jefatura de Barcelona.
–Allí comenzaste a ver corridas de toros, en la época del inolvidable don Pedro Balañá.
–Yo iba con frecuencia a la Monumental, allí me aficioné a los toros. Tuve la suerte de ver una de las mejores faenas de Manolete, a un toro de Muriel. Fue el primer torero que me impactó de verdad.

Aquella Barcelona la recuerdo con gran cariño, había muchísima afición a los toros. Allí me sentía yo en casa. Me da mucha pena ver cómo está ahora…

–Eso te empujó a ser torero, además de tu dinastía, pero, luego, tu estilo fue muy distinto al suyo, tan vertical. ¿Dónde lo aprendiste?
–En la terraza de mi casa, toreando de salón, con un gran amigo mío, Antonio Herrador, que me hacía de toro. Se ve que yo lo llevaba en la sangre.
–Pero te hiciste abogado, algo muy raro en un torero, entonces.
–Fue mi padre el que me obligó: «Si llegas a figura, te vendrá bien. Y, si no llegas, puedes ganarte honradamente la vida ejerciendo esa profesión».
–Si estabas a gusto en Barcelona, ¿por qué te fuiste a estudiar a Salamanca?
–Aquella Barcelona la recuerdo con gran cariño, había muchísima afición a los toros. Allí me sentía yo en casa. Me da mucha pena ver cómo está ahora… Me convenció de que fuera a Salamanca Luis Díaz, «Madrileñito», un peón de Pablo Lozano. Había sufrido una cornada, yo iba a verlo, a la clínica, y me encantaba escucharle hablar de toros. Yo era entonces muy «ladrón de oído». Madrileñito me convenció: «Vente a Salamanca: allí puedes, a la vez, estudiar y entrenar».

Vieron ellos que yo tenía condiciones, que no era un «robaperas». Entonces, mi padre aceptó que probara suerte, en los ruedos

–Te dió permiso tu padre.
–Al terminar cada curso, si había aprobado todo, él me hacía un regalo: una bicicleta, una gabardina… Esta vez, le pedí otra cosa: «Que me dejes ir a Salamanca». Así lo logré.
–¿No te costó adaptarte a aquel ambiente, nuevo para ti?
–Me acogió muy bien lo que llaman «la cuernocracia», ganaderos históricos como Antonio Pérez, Atanasio, Abdón, Pío Tabernero… Gracias a sus invitaciones, pude ir a muchos tentaderos. Vieron ellos que yo tenía condiciones, que no era un «robaperas». Entonces, mi padre aceptó que probara suerte, en los ruedos.
–Tú fuiste siempre un torero de buen gusto, de arte.
–Lo heredé de mi tío Pepe: ya sabes, el primero que cortó un rabo, en Madrid. Me contaba que, después de eso, una tarde, vio venir por la calle de Alcalá a Joselito el Gallo, con capa y sombrero de ala ancha, que le preguntó cómo lo había logrado. Allí mismo le fue explicando cómo había sido toda la faena, desde el primer capotazo hasta el final. Cuando acabó, José le dijo: «Toreando así, no me extraña que te hayan dado el rabo». Me contó mi tío que impresionaba simplemente verle caminar, por su torería…

Aquella se aproximó mucho a la faena ideal. Creo que hice el toreo perfecto; al menos, eso dijo el padre de los BienvenidaSobre la faena a Carpeto en 1958

–Fue inolvidable tu faena a Carpeto, de Palha, en Las Ventas, en 1958: un trasteo completo, suave, ligado, artístico, redondo de principio a fin. La crítica fue unánime. Escribió Manuel Casanova, el director de El Ruedo: «Uno de los espectáculos más bellos que nos ha sido dado presenciar». Y Curro Meloja, recordando el título de Gregorio Corrochano, Qué es torear, para contestar: «Pues lo que hizo Victoriano Valencia con Carpeto».
–Fue mi despedida de novillero, vestido de caña y oro, con brazalete negro, por la reciente muerte de mi padre. Fue una faena completa, el público estaba enloquecido. Habría cortado los máximos trofeos, sin duda, si hubiera matado bien. «Tenías cortado el rabo», me confirmó luego el Asesor, pero pinché dos veces, antes de la estocada. Aquella se aproximó mucho a la faena ideal. Creo que hice el toreo perfecto; al menos, eso dijo el padre de los Bienvenida.
–Lo repetiste en 1960 con Talaverano, de Samuel; en 1961, con Malvaloco, de Bohórquez: en 1965, con Arábico, del Conde de la Corte, que había recibido cuatro puyazos.
–Sólo esta última vez acerté con la espada: corté las orejas y salí a hombros.

Me gustaba rematar las verónicas con una media de rodillas. A veces, con el adorno de colocar la montera en los pitones

–Si no es por la espada, hubieran sido cuatro salidas a hombros, sin la menor duda. ¿No es para matarte a ti? ¿Qué te pasaba con la espada?
–En mi mejor época, dejaba el brazo atrás. No le había cogido el tranquillo. Al final, sí que maté bien algunos toros.
–Con el capote, incorporaste algunas suertes.
–Me gustaba rematar las verónicas con una media de rodillas. A veces, con el adorno de colocar la montera en los pitones. Quedaba muy vistoso.
–¿Cómo surgió la «rogerina»?
–En un tentadero, improvisando: me eché el capote a la espalda, la vaca se me venció y le di la salida; luego, repetí, por el otro lado. Después de probarlo, en el campo, lo hice en San Sebastián, en una corrida televisada, y causó sensación. Al día siguiente, en Bilbao, el escritor sevillano José María Requena me preguntó si el lance tenía nombre: ¿cómo iba a tener, si acababa de nacer? Tres años después, lo hizo el colombiano Pepe Cáceres: allí la llaman «cacerina».
–También te gustaba dar un doble circular, cargando la suerte, rematando los muletazos por la derecha y por la izquierda.
(Hablando de estas cosas, Victoriano se ha venido arriba: se levanta del sillón y se pone a torear de salón para que el fotógrafo y yo veamos bien cómo hacía él la suerte. A pesar del esfuerzo, se le ve feliz, recordándolo).

Luis Miguel, para gastarme bromas, me llamaba «Valeroso»

–Tuviste como compañeros a primeras figuras, como Luis Miguel y Ordóñez.
–Los dos eran grandes toreros pero yo hice mejores migas con Luis Miguel, lo pasábamos muy bien en sus fiestas. Él tenía una gran personalidad, muchos amigos. Para gastarme bromas, me llamaba «Valeroso». Antonio era otra cosa, tenía otro carácter…
–Como Luis Miguel, tuviste fama de galán atractivo. De joven, antes de casarte, te gustaban las señoras.
–¡Y me siguen gustando! (Suelta una carcajada). Entonces, los toreros tenían una proyección social distinta a la de hoy.
–Se habló mucho de tu romance con Beatriz de Saboya, Titi, la hija de Humberto de Italia, a la que llamaban «la princesa rebelde». Concluyó con un episodio dramático, que pudo ser o no un accidente y lo ocultó el ministro Fraga.
–¡Estuve a punto de ser príncipe! (Nueva carcajada). Ella era un cielo, muy divertida. Se enamoró de España y yo contribuí a ese enamoramiento. No se quería ir de aquí… Al retirarme, lo primero que hice fue casarme. Llevaba seis años de noviazgo con Paloma, le decía que nos casaríamos cuando me retirara y lo cumplí. Ella tuvo, conmigo, mucha paciencia.

Julio Robles tardó en definir su estilo. Sabía escuchar: ésa es una de las bases para ser buen torero. Era un ser adorable

–Paloma Díaz, tu mujer, ha sido tan guapa como ahora lo es Paloma Cuevas, tu hija. ¿Por qué te retiraste?
–Creí que ya era el momento adecuado. Además, surgió la posibilidad de llevar como empresario algunas Plazas: Córdoba, Valencia, Zaragoza…
–Fue muy importante lo que hicisteis Arturo Beltrán y tú en Zaragoza, en medio de una gran polémica: instalar en la Plaza una cubierta.
–Fuimos los dos a Frankfurt, a ver la cubierta que había en el estadio de fútbol. Hoy en día, nadie la discute: gracias a ella, los toreros, en la Feria del Pilar, ya no temen las rachas de viento del Moncayo.
–Has sido también uno de los más importantes apoderados. Tu influencia ha sido grande en toreros como Julio Robles.
–Julio tardó en definir su estilo. Sabía escuchar: ésa es una de las bases para ser buen torero. Era un ser adorable. Fuimos amigos hasta la muerte. Y después del accidente que le dejó inválido, todavía dio algunos muletazos en una fiesta que le preparamos, en casa de Enrique Ponce.

A Enrique Ponce le cogí ya en marcha, siendo figura. Ha sido uno de los que mejor han hecho el toreo en los últimos años

–También llevaste a Ortega Cano.
–José posee una personalidad artística muy acusada. Era desigual pero cuajó toros muy buenos.
–A El Juli.
–Lo cogí de chiquillo, toreando sin caballos: lo llevé a México, lo puse en figura. Siempre ha tenido una cabeza privilegiada.
–Por último, a Enrique Ponce, cuando fue tu yerno.
–Yo le cogí ya en marcha, siendo figura. Ha sido uno de los que mejor han hecho el toreo, en los últimos años.
–Una vez me permitisteis estar en un entrenamiento: pude ver cómo le dabas consejos técnicos, le proponías ensayar algunas cosas, y él te hacía caso.
–Enrique siempre ha dicho que, con Juan Ruiz Palomares, su otro apoderado, no hablaba de toros; conmigo, sí lo hacía, y mucho, por supuesto.

Debería ser una reaparición bien organizada, para despedirse con todos los honores. Así la hubiera planeado yo. Le deseo lo mejorSobre el regreso de Ponce

–Desde su ruptura con Paloma, ¿no has vuelto a tener relación profesional con él?
–Ninguna…(Hace una pausa). Mira estas fotos: las dos hijas de Paloma y Enrique han salido muy forofas del toreo.
–¿Qué opinas del regreso de Ponce a los ruedos, para despedirse?
–Debería ser una reaparición bien organizada, para despedirse con todos los honores. Así la hubiera planeado yo. Le deseo lo mejor.
–Tú sigues defendiendo el toreo clásico.
–¡Sin la menor duda! Las espaldinas las da cualquiera. Lo empezó Roca Rey y ahora, buscando el éxito, todos las dan. Todo lo que acaba en -ina, mal asunto… Lo que queda de verdad es dejarle al toro la muleta en la cara, llevarle con suavidad, con arte. Y, dentro del toreo clásico, cabe una enorme variedad.

No hubiera querido ser otra cosa que torero

–¿Te sientes satisfecho de haber sido torero?
–¡Siempre! No hubiera querido ser otra cosa. Sin necesidad de modernismos, algunas faenas mías llegaron con la máxima intensidad, tanto al aficionado exigente como al gran público.
–¿Te quedó algo por hacer, en los ruedos?
–A todos los toreros nos quedan tantas cosas por hacer…. Sigo soñando con la faena perfecta.
–A tu edad, ¿qué echas de menos?
–Si me funcionaran mejor las piernas, podría ir al campo, ponerme delante de una vaca…
Torero, siempre, Victoriano Valencia.

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