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29 de abril de 2024

La libertad guiando al pueblo, de Eugene Delacroix

La libertad guiando al pueblo, de Eugene Delacroix

El Debate de las Ideas

El cofre del tesoro: 'Tres cartas sobre la Revolución Francesa' de Edmund Burke

«Nadie como él, en efecto, supo captar desde el principio la íntima naturaleza de esta Revolución, su carácter «total» y el efecto disolvente que sobre Europa y Occidente habría que tener», dice Elio Gallego

Edmund Burke no necesita presentación. Sus Reflexiones sobre la Revolución en Francia es un libro que marca una época y que está en la génesis del conservatismo que ha llegado, en magnífico estado de salud, hasta nuestros días. CEU Ediciones acaba de publicar Tres Cartas sobre la Revolución Francesa, una recopilación de tres importantes cartas, no traducidas hasta ahora al español, que Burke dirigió a Charles-Jean-François Depont (noviembre de 1789), Philip Francis (20 de febrero de 1790) y François-Louis-Thibaut de Menonville (mayo de 1791), con prólogo de Elio Gallego y epílogo de Gabriel Insausti.
Precisamente en el prólogo Elio Gallego se pregunta: ¿Por qué Burke? ¿Y por qué ahora?
Para la primera de las preguntas, ¿por qué Burke?, su respuesta es que «la razón se halla en la constatación de un hecho, a saber: la Revolución sobre la que Burke dio la voz de alarma e hizo el más clarividente juicio acerca de su alcance y significado no es un hecho del pasado, sino una realidad muy presente, tan presente que en estos momentos parece campear por todo Occidente con casi nula oposición a sus avances. Estamos, pues, bajo el signo de la Revolución, de su despliegue histórico, de un despliegue no concluido».
A la segunda, la que se pregunta sobre la oportunidad de recuperar el pensamiento de Edmund Burke precisamente ahora, responde Gallego: «Nadie como él, en efecto, supo captar desde el principio la íntima naturaleza de esta Revolución, su carácter «total» y el efecto disolvente que sobre Europa y Occidente habría que tener».
Estos extractos escogidos (pareciera que algunos de los fueran escritos para nuestro aquí y ahora) demuestran que el prologuista está en lo cierto:
La libertad no es una recompensa por nuestros méritos, ni una ganancia por nuestro trabajo, es nuestra herencia. Es el derecho por nacimiento de nuestra especie.
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Tienen ustedes [los franceses] teorías de sobra sobre los derechos de los hombres, tal vez no carezca de sentido añadir un mínimo grado de atención a su naturaleza y su disposición.
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Nunca separe del todo en su mente los méritos de una cuestión política de los hombres a los que les concierne. Le dirán que si una medida es buena nada importa en el carácter y las opiniones de quienes la proponen. Pero los hombres de gobierno nunca separan sus planes de sus intereses; y si les ayuda usted en sus planes, al final comprobará que el supuesto bien es soslayado o bien pervertido, y solo queda el objeto del interés, y eso tal vez gracias a los medios que usted les ha proporcionado. El poder de los hombres malos no es algo neutro.
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Los hombres a veces convierten en una cuestión de honor el resistirse a la disuasión y prefieren caer en cien errores antes que admitir uno.
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Hay siempre un dilema acerca de qué oposición a una iniquidad triunfante es la adecuada dentro del orden de las cosas. Si te echas a descansar eres considerado cómplice en las medidas que tácitamente apruebas. Si te resistes, se te acusa de provocar nuevos excesos procedentes de la irritación del poder.
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Cuando los usurpadores sofistas de la patria de ustedes iban estableciendo sus malvados principios,… era costumbre decir que no tenían la pretensión de hacerlos cumplir de forma rigurosa. Esto hizo que la gente fuera cautelosa al hacer oposición y tuviese aún más precauciones. Al mantener esta engañosa esperanza, los impostores engañaban a veces a un grupo de hombres y en ocasiones a otro, de tal modo que no hubo ningún medio para ofrecerles resistencia cuando vinieron a traducir en crueldad lo que habían planeado en el engaño.
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Se consuelan pensando que la extrema pobreza infligida al pueblo por su locura abrirá por fin los ojos a la multitud, si no a sus dirigentes. Me temo que será más bien al contrario.
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El único recurso con el que cuentan los promotores del fraude es el fraude. No tienen otros productos en su almacén. No hay en sus mentes virtud ni prudencia a la que puedan retirarse en caso de una decepción sobre los rentables efectos del fraude y la astucia. Que se desbarate un antigua ilusión solo sirve para que inventen una nueva. Por desgracia, además, la credulidad de los tontos es tan inagotable como la creatividad de los truhanes.
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Los que se han emborrachado una vez con el poder y han obtenido de él algún emolumento,… nunca lo abandonan voluntariamente.
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Su Asamblea dirige a la nación francesa un manifiesto en el que le dice al pueblo, con insultante ironía, que han llevado a la Iglesia a su situación original. En cierto sentido, su declaración es sin duda cierta, pues la han llevado a un estado de pobreza y de persecución.
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Es cuando se relaja la seguridad, cuando se expande la prosperidad, cuando se hinchan los corazones y se suavizan y entregan a la fiesta y el placer, cuando se distingue el verdadero carácter de los hombres.
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No cometen sus crímenes para llevar a cabo sus planes sino que idean sus planes para poder cometer sus crímenes.
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[Sobre Rousseau] Dado que tuve la oportunidad de seguir sus escritos casi día a día, no dejó en mi mente duda alguna de que no estaba dispuesto a permitir que guiase su entendimiento o influyese en su corazón otro principio que el de la vanidad. De este vicio estaba provisto hasta un grado que no distaba mucho de la locura.
No ha observado la naturaleza de la vanidad quien desconoce que es omnívora, que no tiene preferencias en su dieta, que le gusta hablar incluso de sus pecados y sus vicios con el fin de excitar la sorpresa y atraer la atención y hacer pasar tal cosa por sinceridad y franqueza.
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La benevolencia con el conjunto de la especie, pero la ausencia de sentimientos hacia cada individuo con el que entran en contacto, constituye el carácter de la nueva filosofía.
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No es que considere a este autor [Rousseau], completamente carente de ideas justas. Junto con sus irregularidades, es preciso admitirlo, es a veces moral, y lo es en una vena muy sublime. Pero la tendencia y el espíritu generales de sus obras es pérfida, y lo es doblemente debido precisamente a esa mezcla. Porque la completa depravación de las ideas no es compatible con la elocuencia, y la mente rechazaría con repugnancia una lección de maldad pura y sin mezcla. Estos autores hacen incluso de la virtud un pretexto para el vicio.
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Sus déspotas [los gobernantes de la Francia revolucionaria] gobiernan por medio del terror. Saben que quien teme a Dios no teme a nada más, y por eso erradican de las mentes… ese único tipo de miedo que engendra el valor. Su propósito es que sus conciudadanos no estén bajo el dominio de ningún otro miedo más que el de su comité de captura y picota.
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Los hombres están capacitados para las libertades civiles en la proporción exacta en que están dispuestos a poner cadenas a sus propios apetitos… La sociedad no puede existir salvo que se sitúe en algún lugar un poder que controle las voluntades y los apetitos, y cuanto menos se ejerza ese poder desde dentro más tendrá que existir desde fuera. Está previsto en la eterna constitución de las cosas que los hombres sin templanza no pueden ser libres. Sus pasiones forjan sus grilletes.
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Este continuo e incesante esfuerzo de los miembros de su Asamblea me parece una de las causas de los perjuicios que han causado. Los que trabajan a todas horas no pueden tener buen juicio. No se conceden a sí mismos tiempo para enfriar las ideas. Nunca pueden examinar desde el punto de vista acertado la obra que acaban de terminar, antes de decretar que se ejecute. Nunca pueden planear el futuro a la vista del pasado. Nunca pueden recorrer el país sin preocupaciones para observar desapasionadamente el efecto de sus medidas en su lugar debido.
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